13 de junio de 2013

¡No hay dudas!

Evangelio según San Mateo 5,17-19.


No crean que he venido a suprimir la Ley o los Profetas. He venido, no para deshacer, sino para traer lo definitivo.
En verdad les digo: mientras dure el cielo y la tierra, no pasará una letra o una coma de la Ley hasta que todo se realice.
Por tanto, el que ignore el último de esos mandamientos y enseñe a los demás a hacer lo mismo, será el más pequeño en el Reino de los Cielos. En cambio el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los Cielos.



COMENTARIO:


  En este Evangelio de san Mateo, observamos como el Señor se muestra fiel intérprete de la Ley de Dios dada a Moisés. No podemos olvidar que aquellos momentos pertenecían a unos tiempos en los que había una gran expectación por la llegada del Mesías, ya que se cumplían una serie de circunstancias que habían sido anunciadas para ello en el Antiguo Testamento, y era a Él al que se le atribuía la función de interpretarla definitivamente.


  Por eso el evangelista evoca el paralelismo entre Moisés y Jesús, como profetas, pero con la particularidad de que el Maestro, porque es Dios, es el único capaz de darle a la Ley, el verdadero sentido con la que fue promulgada. Sólo Él, como Hijo de Dios, puede enseñar el verdadero valor de cada precepto, de cada palabra. Por eso no anula, como algunos pudieron creer en aquel tiempo, ni transgrede, como otros nos quieren hacer creer ahora, los mandamientos que fueron dados al Pueblo de Israel; sino que los interioriza para llevar a la perfección su contenido, proponiendo lo que ya estaba implícito en ellos y que los hombres, por nuestra limitación, no habíamos sido capaces de entender.


  Cristo les recuerda y puntualiza, que el cumplimiento de los preceptos prescritos en la Ley va más allá de una observancia meramente formal; ya que es parte de una intimidad divina donde el hombre se transciende y, por amor, obedece la Palabra dada, porque cree firmemente que es la única manera de poder alcanzar la verdadera Felicidad: la propia y la de los demás. Cumplir pertenece al orden de la justicia y, en el fondo, siempre adquiere tintes de temor al castigo que conlleva la transgresión de la norma. Pero amar es otra cosa; forma parte de la caridad donde la misericordia se hace vida, la compasión un hecho y el perdón la circunstancia que mueve todas nuestras acciones.


  Toda la Ley dada por Dios a los hombres, es un libro de instrucciones para el perfecto funcionamiento del ser humano, a través de la altísima dignidad con la que ha sido creado. Nadie más que el Padre, que nos dio la vida, sabe los elementos precisos y necesarios para que podamos mantenernos en ella y gozar de su promulgación. Pero la interpretación personal y sesgada que los hombres hicimos, debía ser aclarada y llevada a la perfección por Aquel que se encontraba en Dios, porque era Dios, cuando fue dictada.


  Después de Jesús no hay dudas; ya no podemos continuar dando explicaciones peregrinas que nos convienen a nuestros intereses. No; Cristo, que es amor, nos ha explicado que es el Amor la medida de la Ley, y que por ello, un insulto o una difamación a un hermano nuestro, puede ser la causa de nuestra perdición. Que seremos juzgados por la intención de nuestros actos, y no por nuestros actos en sí. Que ocupar los primeros puestos no nos hace ser los primeros a los ojos de Dios, sino el amor que hemos puesto en cada paso que hemos dado para alcanzar el puesto, sea el que sea, en el que debemos servir como cristianos comprometidos que trabajan al servicio de Dios.