5 de junio de 2013

¡El mundo, medio de santificación!

Evangelio según San Marcos 12,13-17.

Querían pillar a Jesús en algo que dijera. Con ese fin le enviaron algunos fariseos junto con partidarios de Herodes.
Y dijeron a Jesús: «Maestro, sabemos que eres sincero y que no te inquietas por los que te escuchan, sino que enseñas con franqueza el camino de Dios. Dinos, ¿es contrario a la Ley pagar el impuesto al César? ¿Tenemos que pagarlo o no?»
Pero Jesús vio su hipocresía y les dijo: «¿Por qué me ponen trampas? Tráiganme una moneda, que yo la vea.»
Le mostraron un denario, y Jesús les preguntó: «¿De quién es esta cara y lo que está escrito?» Ellos le respondieron: «Del César.»
Entonces Jesús les dijo: «Devuelvan al César las cosas del César, y a Dios lo que corresponde a Dios.» Jesús los dejó muy sorprendidos.



COMENTARIO:


  Dentro de la sencillez que manifiesta el Evangelio de san Marcos, se esconde la maquinación más peligrosa que puede dañar al corazón humano: aquella que procede del elogio y la adulación. Vemos como los que eran enemigos entre sí, fariseos y herodianos, se ponen de acuerdo para tentar al Señor a través de una pregunta insidiosa. Como ya sabemos, si el pueblo de Israel era el pueblo de Dios y estaba para servirle, pagar el impuesto al opresor que no estaba legitimado podía interpretarse como una traición. Pero si Jesús negaba la licitud del impuesto, ahí estaban los herodianos para denunciarle ante el poder romano. La respuesta del Señor dejó admirados a sus interlocutores y ha sido muy reveladora para la actitud que deben tener los cristianos ante las autoridades y las leyes justas, como manifestó san Pablo en su carta a los Romanos: “Que toda persona esté sujeta a las autoridades que gobiernan, porque no hay autoridad (justa) que no venga de Dios: las que existen han sido constituidas por Dios”.


  Durante muchos años han luchado para hacernos creer que este mundo es independiente y está exento de la presencia divina, reivindicando los valores puramente terrenos separándolos de cualquier tendencia religiosa. De esta manera, y porque les hemos dejado, han sacado a Dios del mundo para reducirlo a la intimidad personal convirtiendo, a través del secularismo, un mundo sin Dios. Y, como nos dice Cristo, de ninguna manera podemos aceptar esa premisa aunque venga acompañada de palabras elocuentes y razones insidiosas. Es cierto que hay una autonomía de las realidades temporales, donde lo civil y lo secular recobran su carácter distintivo e independiente de lo eclesiástico –la secularización- pero eso de ninguna manera debe reflejar ese distanciamiento, que nos quieren imponer, de Dios y del Evangelio que acaba convertido en un ateismo práctico.


  Somos cristianos, tanto si trabajamos como si dormimos, y tenemos el derecho y el deber, como personas humanas, de vivir y ejercer en libertad nuestras inquietudes religiosas. Porque para un bautizado, la visión del mundo nunca puede ser neutra como si no hubiera sido creado por Dios, sino que es el marco ordinario de la vida humana           –trabajo, familia, cultura- que se convierte para el cristiano en el objeto de la misión evangelizadora recibida de Cristo. Porque no hay que olvidar que es en Cristo donde se une lo sagrado con lo profano; donde el Verbo, la segunda Persona de la Trinidad, se hace hombre asumiendo la naturaleza humana. Es en el propio Hijo de Dios donde se refleja que el mundo es el medio de santificación para todos aquellos que hemos decidido seguir al Señor.


  La historia nos ha enseñado que, cíclicamente, el mal intenta terminar –adoptando distintos nombres, filosofías e ideologías- con cualquier destello de la Verdad divina. Y, generalmente, utiliza el miedo, el ridículo y la demagogia para desprestigiar a los discípulos de Jesús, generando una tendencia de odio y crispación contra ellos; pero también el tiempo nos ha confirmado que estas situaciones límite han sido causa de martirio y testimonio de grandes santos que han enriquecido incalculablemente a la Iglesia. Por ello, nunca debemos olvidar que el Padre permite momentos terribles, porque de ellos surge con fuerza la semilla de Dios. Ahora bien, estamos avisados de que no por ello debemos renunciar a este mundo, que salió para todos nosotros de las manos del Creador. Tal vez podremos perder la vida, pero hemos de estar dispuestos en cada circunstancia de nuestra vida a perderla, para seguir transmitiendo fielmente al mundo el mensaje divino que el propio Cristo nos encargó.