6 de junio de 2013

¡La muerte no es el final!

Evangelio según San Marcos 12,18-27.

Entonces se presentaron algunos saduceos. Esta gente defiende que no hay resurrección de los muertos, y por eso le preguntaron:
«Maestro, según la ley de Moisés, si un hombre muere antes que su esposa sin tener hijos, su hermano debe casarse con la viuda para darle un hijo, que será el heredero del difunto.
Pues bien, había siete hermanos: el mayor se casó y murió sin tener hijos.
El segundo se casó con la viuda y murió también sin dejar herederos, y así el tercero.
Y pasó lo mismo con los siete hermanos. Después de todos ellos murió también la mujer.
En el día de la resurrección, si han de resucitar, ¿de cuál de ellos será esposa? Pues los siete la tuvieron como esposa.»
Jesús les contestó: «Ustedes están equivocados; a lo mejor no entienden las Escrituras y tampoco el poder de Dios.
Pues cuando resuciten de la muerte, ya no se casarán hombres y mujeres, sino que serán en el cielo como los ángeles.
Y en cuanto a saber si los muertos resucitan, ¿no han leído en el libro de Moisés, en el capítulo de la zarza, cómo Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob?
Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos. Ustedes están muy equivocados.»


COMENTARIO:

  En este Evangelio de san Marcos vemos como son ahora los saduceos a los que les toca el turno para tentar a Jesús. Es muy curioso como entonces, igual que hoy, son los que plantean los problemas, aquellos que, justamente, no creen en ellos. Se ríen y cuestionan el motivo de nuestra existencia, los que tienen la “seguridad” de que no existe el motivo de nuestra existencia. Yo me pregunto que para qué preocuparse tanto de una mentira, si es bien sabido que la mentira tiene las patas muy cortas y cae por su propio peso. Lo que ocurre es que, tal vez, alguno de ellos se haya dado cuenta de que no hay cuerpo, ni persona, ni sociedad que pueda resistir una falacia durante 2000 años.


  Como les dice Jesús, antes de responder a la dificultad que le presentan, la raíz de su error es querer reducir la grandeza divina a los límites del conocimiento humano; pensando que todo aquello que no podemos abarcar, no existe, menospreciando y desconfiando de la doctrina revelada y del poder de Dios. Es muy cierto que ante las verdades de fe, ante aquello que nuestros sentidos no pueden comprobar, tenemos dificultades para creer; pues estas verdades superan la mayoría de las veces a la razón. Pero esto también ocurre con la fusión del átomo, que no puedo entender porque no soy científico, y en cambio no la pongo en duda. Es un intento absurdo buscar contraindicaciones en las palabras de la Revelación, porque nadie conoce a Dios y sólo Dios se ha dado a conocer a sí mismo a través de la Escritura Santa y, en los últimos tiempos y de forma definitiva, a través de la Palabra hecha carne: Jesucristo, su Hijo.


  Uno debe acercarse al Evangelio con la humildad que se le exige, esforzándose en profundizar en la enseñanza que se nos transmite. Nuestro Padre nos ha dado los medios –la razón- para que le conozcamos como Él quiere ser conocido; y sólo así podremos glorificarlo, como Él desea que le glorifiquemos. La ignorancia es un peligro, porque Dios nos ha dado un camino seguro para llegar junto a Él; pero conocerlo y seguirlo es un acto de la libertad al que podemos renunciar, decidiendo escalar la montaña con la dificultad y el peligro que eso supone, para alcanzar la cima. Jesucristo es el sendero seguro que nos comunica con Dios, porque es Dios mismo; por eso, escuchar su mensaje y conocer su vida es tener la certeza de poseer la Verdad. Ese es el motivo de que nuestra fe, aunque es razonable y razonada, no requiera de razones para confiar, porque depositamos lo poco que somos y tenemos en Aquel que no puede ni engañarse ni engañarnos.


  Como Jesús les manifiesta a aquellos saduceos, su   verdadero problema –como sigue siendo el nuestro- es el desconocimiento de la Escritura que, muchas veces, nuestra soberbia no nos deja apreciar. El fundamento de la esperanza cristiana (que es la confianza y la certeza de que con la ayuda de Dios conseguiremos todo lo que nos ha prometido) no es una proyección de nuestros deseos, ni una especulación evolutiva, sino que se funda en el hecho histórico –mal que les pese a algunos- de que en Jesucristo se ha producido el triunfo sobre la muerte; y que es el primero y primicia a quien Dios resucitó de entre los muertos. Nadie sabe como será la resurrección al final de los tiempos, porque la trascendencia de Dios no puede encerrarse en un libro; pero si sabemos –porque Cristo ha sido la primicia de la resurrección y quinientos testigos lo han corroborado con su vida- que la muerte ya no es el final, sino el principio.