26 de julio de 2013

¡Ya estamos tardando!



Evangelio según San Mateo 20,20-28.


Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo.
"¿Qué quieres?", le preguntó Jesús. Ella le dijo: "Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda".
"No saben lo que piden", respondió Jesús. "¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?". "Podemos", le respondieron.
"Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre".
Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos.
Pero Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad.
Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes;
y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo:
como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud".



COMENTARIO:

  En este Evangelio de san Mateo, vemos como el Señor corrige las ambiciones e ilusiones, excesivamente humanas, de los apóstoles y de la madre de los Zebedeos – Santiago el Mayor y Juan-. Deben servirnos estas líneas como advertencia para que ninguno de nosotros piense que está libre, dentro del servicio a Jesús, de creerse, con un orgullo mal entendido, más capacitado o en mejores disposiciones que nuestros hermanos para desarrollar tareas de importancia que han sido designadas a otros miembros de nuestra comunidad. La soberbia siempre hará que aceptemos de mal grado, no recibir el reconocimiento que, en realidad, sólo nosotros pensamos que merecemos.


  El Maestro recuerda a todos que lo que debe primar en el corazón de un discípulo de Cristo, que sea fiel, es cumplir la voluntad de Dios –sea la que sea- y tener una actitud de servicio. También aprovecha Jesús para explicarles, cosa que repetirá  muchas veces para que no queden dudas, que servir puede llegar hasta el extremo, como le ocurrirá a Él, ofreciendo su propia vida por los demás. Así, con un lenguaje litúrgico-sacrificial, evoca el Señor este texto de Isaías sobre el Mesías:
“Por eso, le daré una muchedumbre como heredad, y repartirá el botín con los fuertes; porque ofreció su vida a la muerte, y fue contado entre los pecadores, llevó los pecados de las muchedumbres e intercede por los pecadores” (Is.53,12)


  Nuestro Señor expresó con claridad que en Él, y todos los bautizados que formamos la Iglesia estamos injertados en Cristo, el servicio llega y llegará hasta el extremo que Dios disponga para poder cumplir los planes divinos. Jesús no les obliga, nunca lo hace, sino que les pregunta si están dispuestos a compartir su destino con Él; y esa pregunta, que cambia una vida, es la que el Señor nos dirige a cada uno de nosotros cuando su palabra penetra en nuestro corazón. Son esos momentos en los que, de una forma radical, nos decidimos a seguir sus pasos –nos lleven a donde sea- o, por el contario, tomamos caminos opuestos. Más adelante, el tiempo corroborará el destino de los apóstoles, que serán testimonios de la fe a través del dolor, la dificultad o el martirio.


  Las palabras del Señor han sido una enseñanza para todos los discípulos, presentándose a Sí mismo como ejemplo que debe ser imitado por todos, pero sobre todo por aquellos que van a ejercer la autoridad en la Iglesia. Cristo, que es Dios, no ha querido imponerse, sino ayudarnos por amor, hasta el punto de entregar su vida por nosotros. Y esta forma de ser el primero, en servir y darse a los demás, es la que entendió san Pedro que exhortó a sus presbíteros a que apacentaran el rebaño que les había sido confiado con responsabilidad, pero jamás como dominadores de la heredad.
“A los presbíteros que hay entre vosotros, yo –presbítero como ellos y, además, testigo de los padecimientos de Cristo y partícipe de la gloria que va a manifestarse- os exhorto: apacentad la grey de Dios que se os ha confiado, gobernando no a la fuerza, sino de buena gana según Dios; no por mezquino afán de lucro, sino de corazón; no como tiranos sobre la heredad del Señor, sino haciéndoos modelo de la grey. Así, cuando se manifieste el Pastor Supremo, recibiréis la corona de la gloria que no se marchita” (1P5,1-3)


  San Pablo, que asumió perfectamente el mensaje de Jesús y lo hizo vida en sí mismo, nos transmitió la actitud que nosotros, como miembros de la Iglesia y discípulos del Señor hemos de mantener en la propagación de la fe. Es el reflejo del amor que urge a servir, para poder acercar las almas a Cristo. Porque nada hay mejor ni más importante para el hombre, que el encuentro con Aquel que da sentido a todo; que nos hace felices, a pesar de todo y que nos mueve a entregarlo todo para caminar junto a Él por el sendero de la salvación.
“Porque siendo libre de todos, me hice siervo de todos para ganar a cuantos más pude. Con los judíos me hice como judío, para ganar a los judíos; con los que están bajo la Ley, como si estuviera bajo la Ley –aunque yo no lo estoy- para ganar a los que están bajo la Ley; con los que están sin ley, como si estuviera sin ley –aunque no estoy fuera de la Ley de Dios, sino bajo la Ley de Cristo- para ganar a los que están sin ley. Me hice débil con los débiles, para ganar a los débiles. Me he hecho todo para todos, para salvar de cualquier manera a algunos. Y todo lo hago por el Evangelio, para tener yo también parte en él” (1 Co 19,ss) 


  El amor de Cristo nos urge a ser fieles testigos de nuestra fe; aquí, allí y en todos los lugares. Nos urge a no hacer acepciones de personas y como san Pablo, entregarnos a nuestros hermanos haciéndonos uno con ellos y amándolos, a través del amor a nuestro Maestro. Nos urge a no buscar la palabra satisfactoria que nos llena de orgullo, sino a realizar lo necesario para mejorar ese mundo que Dios nos encomendó; aunque nadie lo sepa, porque sólo nos mueve el deseo de cumplir la voluntad divina. ¡Ya estamos tardando!