15 de julio de 2013

¡Responder ante Dios!



Evangelio según San Lucas 10,25-37.


Y entonces, un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?".
Jesús le preguntó a su vez: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?".
El le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo".
"Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida".
Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?".
Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto.
Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo.
También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino.
Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió.
Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo.
Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: 'Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver'.
¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?".
"El que tuvo compasión de él", le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: "Ve, y procede tú de la misma manera".



COMENTARIO:

  Este Evangelio de Lucas comienza con la actitud del escriba que quiere poner a prueba, con su pregunta, al Maestro. Cuantas veces nosotros nos comportamos como él al increpar a Dios ante las circunstancias adversas que la vida nos depara. Pero Jesús, como a aquel judío, nos recuerda que el mal en el mundo es el precio del pecado, fruto de una libertad mal usada. Porque todas las acciones de nuestra vida tienen, indefectiblemente, una reacción, y por ello la mala elección de nuestros primeros padres provocó una herida en su naturaleza, que se transmite al resto de los seres humanos por generación. A partir de entonces hemos de luchar por ser buenos, recurriendo al amor divino para que, con su Gracia, nos ayude a lograrlo.


  Jesús responde con otra pregunta al escriba y, posteriormente, alaba y acepta el resumen de la Ley que hace el judío para contestarle, trayendo a colación una composición de dos textos del Pentateuco; uno del Deuteronomio: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente”; y otro del Levítico: “No te vengarás ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, el Señor. Guardad mis preceptos”.


  Ante estos textos podemos entresacar el verdadero resumen de la fe de los cristianos: amarás a Dios sobre todo lo creado, por delante de nosotros mismos, venciendo nuestros deseos y egoísmos por amor a su Nombre; y le amamos con todo los que somos y tenemos, aceptando que como usufructuarios de nuestros bienes, Dios puede reclamarlos cuando quiera porque no son nuestros: la vida, la familia, el trabajo…Disfrutamos de todo, sin apegarnos a nada, porque sólo Dios nos basta. Le amamos con el corazón, sintiendo que para ser felices, hemos de permanecer en Él a través de los Sacramentos. Pero también nos dice la Escritura que el Señor nos pide que le amemos con la mente; y eso nos obliga a salir de nuestra cómoda situación para, a través de los innumerables medios de formación que nos brinda la Iglesia, comprender a fondo nuestra fe –que es razonable y razonada- para tener argumentos a la hora de transmitirla. No se puede amar a Dios con parcelas perfectamente reglamentadas; con horarios partidos y tomándonos vacaciones. Somos cristianos veinticuatro horas al día, hagamos lo que hagamos, al igual que somos padres, los que lo somos, para el resto de nuestra vida.


  Cristo aprovecha la respuesta dada, fiel a la Ley, para trascenderla con la parábola del Buen Samaritano, agregando los horizontes de ese amor que se había empequeñecido en un ambiente legalista. El Señor nos explica que nuestro prójimo, no es sólo aquel con el que nos relacionamos y tenemos afinidad, sino todo aquel que necesita nuestra ayuda sin hacer distinción de raza, parentesco, color o religión. El Maestro se refiere a todo el género humano; hijos, como cada uno de nosotros, de un mismo Padre. Al mencionar Jesús, en la parábola, al Levita y al Sacerdote, es posible que quiera precisarnos que la caridad está por encima de todas las normas legales; ya que si recordáis, para ellos la sangre o el contacto con un cadáver, según marcaba la Ley, era causa de contraer una impureza legal. El Señor nos requiere a ejercer la misericordia por encima de cualquier principio o situación, recordándonos que es Él, en su Encarnación, la representación palpable de la misericordia divina. Él es el Buen Samaritano que ante el hombre caído y herido que, por propia voluntad le había dado la espalda al Señor, le socorre y le sana con la entrega de la propia vida; para, posteriormente, encargar a la Iglesia –entregándole los Sacramentos- para que siempre esté pendiente de su salvación y su bienestar.


  Tal vez es el momento de que cada uno de nosotros se pregunte de lo que es capaz de hacer cuando, en su caminar terreno, se encuentre con un hermano herido profundamente por el pecado mortal. ¿Hasta donde estamos dispuestos a actuar para salvarle la vida? ¿O, tal vez, nos escudaremos en la cómoda actitud del respeto y el talante propio de aquellos que no han entendido nada, ni están dispuestos, por amor, a entregar su tiempo y su esfuerzo? Hoy, contestamos esas preguntas cuando examinamos nuestra conciencia. Mañana deberemos responderlas ante Dios.