ECLESIASTÉS
(QOHÉLET):
En la Biblia hebrea es uno de los cinco rollos de
pergamino que se lee en la sinagoga en algunas fiestas judías, como son las de
Tabernáculos; donde una vez terminada la recolección de los frutos se lee el
libro del Eclesiastés como invitación a gozar, con agradecimiento, de los
bienes obtenidos en la cosecha sin olvidar que son un don de Dios. El versículo
inicial parece atribuir el escrito a un rey de Jerusalén, hijo de David,
haciendo pensar en la figura de Salomón, a quien la tradición de Israel vio
como prototipo de rey sabio. Junto a esa referencia, el autor de los dichos
recogidos en la obra, utiliza un pseudónimo
-Qohélet- tan enigmático e
irónico como gran parte de su contenido.
Es muy difícil
y complicado descubrir el orden de su estructura, ya que tras un breve
encabezamiento (1,1) se sintetiza la idea central del libro que resume en pocas
y breves palabras la valoración que le merece al autor sagrado todo el empeño
por adquirir la sabiduría común: “¡Vanidad de vanidades, vanidad de vanidades,
todo es vanidad!”. Una lectura detenida de esta obra descubre que en los
primeros capítulos las alusiones a la
sabiduría más bien disuaden al lector de esforzarse por alcanzarla, mientras
que a partir del capítulo 7 se comienza a ponderar la importancia de adquirir
un cierto tipo de sabiduría. No se trata de un cambio de opinión en Qohélet,
sino de una consecuencia del diálogo figurado que va manteniendo con los sabios
de su época.
No vale la pena adquirir la sabiduría que
ellos enseñan, ya que es vanidad; en cambio, sí que tiene ventajas buscar otra
sabiduría distinta, la que proporciona el temor de Dios y que se adquiere a
partir de la contemplación de lo que, incomprensiblemente, sucede en la
realidad. Por eso podemos dividir el libro en dos partes:
I-
Primera parte: La
sabiduría es vanidad (1,3-6,12) El razonamiento
comienza mostrando que, de acuerdo con lo que se observa en la naturaleza,
parece que todo es un devenir cíclico en el que no se puede esperar nada nuevo.
Seguidamente se aduce que es empeño vano buscar la sabiduría, exponiendo los
motivos con una serie de discursos en los que Qohélet narra lo que ha visto -corrupción, muerte, explotación,
envidia, soledad, etc.- y que le merece
siempre la misma conclusión: todo carece de sentido. Por eso la conclusión de
la primera parte podría ser: ¿Qué ventajas trae consigo una sabiduría que en
nada aclara el sentido de la vida?
II-
Segunda parte: La
sabiduría reside en el temor de Dios
(7,1-12,7):
A pesar de todo lo expresado en la primera parte, el autor sagrado observa que
hay unas cosas que invitan a la reflexión, a la búsqueda de una sabiduría que
de razón de lo que sucede; pero llega a la conclusión de que no está al alcance
del hombre, concluyendo que “el honrado, el sabio y sus obras están en manos de
Dios”. Este es el punto central de la segunda parte del libro, invitando a
aprovechar el momento presente, pero no para un goce egoísta, sino para vivir
sensatamente y acordarse del Creador.
Para
comprender los modos de expresión de este libro, conviene atender a lo que
sucedía en aquel momento histórico, probablemente en el siglo III a. C., época
en la que cambiaban los modos de vida en la ciudad de Jerusalén.
Si recordáis,
durante la época del dominio persa (siglos VI-IV a. C.) tuvo lugar la
reconstrucción del Templo y de la vida nacional de acuerdo con la Ley. La
ciudad Santa era el centro visible del judaísmo: con un culto esplendoroso en
su Templo, con sacerdotes bien organizados y costumbres tradicionales
arraigadas en el pueblo. Sin embargo, en el siglo IV a. C. llegó al Oriente
Medio todo el influjo de la cultura griega que se fue difundiendo por toda la
zona; y en el siglo III, la influencia helenista de las corrientes
filosóficas -cínicos, estoicos y
epicúreos- fue calando en los jóvenes.
Ante esta situación, los maestros judíos decidieron utilizar retóricas análogas a las de sus
competidores, mientras que Qohélet les enseña que las filosofías que no cuentan
con el temor del Señor, son ilusorias y vanas. Para él, la verdadera sabiduría
está en reconocer la limitación del conocimiento de la vida humana, temer al
Señor y aprovechar el momento presente; ya que sólo de este modo, sabiendo que
“todo es vanidad”, el hombre se sitúa ante la realidad de este mundo.
El mensaje y la riqueza doctrinal de este
libro hay que situarlo en el momento en que Dios quiere ir preparando a su
pueblo para una comprensión nueva del significado de la vida y de la muerte,
del que Qohélet no tenía un verdadero conocimiento. Todavía en el Antiguo
Testamento será necesario que pase al menos un siglo hasta que en el libro de
Daniel y después en 2 Macabeos se afirme que, tras la muerte, Dios retribuirá a
los mártires, resucitándolos de nuevo a la vida, y es por eso que, ante ese
desconocimiento de Qohélet, el libro afronta la vida, no para lograr un premio
en el cielo, sino para ser más feliz en la tierra.
Algo análogo sucede con la imagen que presenta
de Dios -un tanto distante de sus
criaturas- no porque ignorase el amor
paterno-filial de Dios, ni sus intervenciones salvíficas, sino porque se fija
más en el respeto que le merece y la necesidad de comportarse adecuadamente con
Él. Qohélet enseña algo de perenne actualidad: el hombre que cree en Dios no
puede desentenderse de las cuestiones que afectan a sus contemporáneos, sino
que movido por su fe, debe salir a su encuentro para establecer un diálogo con
ellos y abrir, desde sus convicciones religiosas, nuevas vías de solución a los
problemas que preocupan a todos.
Con su libro,
el autor inspirado, al mismo tiempo que subraya la validez de la razón humana
en la búsqueda de la verdad, enseña el valor relativo de este mundo; mostrando
como el sentido último de esta vida escapa a las fuerzas del hombre, preparando
así el camino para la revelación de la doctrina de la gracia contenida en el
Nuevo Testamento. Y es desde allí, desde donde se ilumina la sabiduría de Qohélet
en el mismo Jesús y en todas las palabras que surgen de su boca, mostrando que
la sabiduría es útil para gozar de las pequeñas cosas de este mundo, en cuanto
que reflejan la bondad de Dios y son ocasión de darle gloria. Por otra parte,
la conciencia de vanidad de la vida y de las acciones humanas, expresadas con
tanta fuerza por el libro, es asumida en profundidad por san Pablo cuando
enseña que el hombre no puede justificarse por sus obras, sino por la gracia
que recibe de Dios; ya que en Jesucristo se nos ha dado toda sabiduría e
inteligencia, revelándonos el misterio de la voluntad de Dios Padre. Qohélet
testimonia que es imposible desvelar el misterio del hombre antes de la venida
de Cristo, ya que sólo Él descubre al hombre, el propio hombre.