10 de julio de 2013

¡Qohélet!



ECLESIASTÉS (QOHÉLET):




En la Biblia hebrea es uno de los cinco rollos de pergamino que se lee en la sinagoga en algunas fiestas judías, como son las de Tabernáculos; donde una vez terminada la recolección de los frutos se lee el libro del Eclesiastés como invitación a gozar, con agradecimiento, de los bienes obtenidos en la cosecha sin olvidar que son un don de Dios. El versículo inicial parece atribuir el escrito a un rey de Jerusalén, hijo de David, haciendo pensar en la figura de Salomón, a quien la tradición de Israel vio como prototipo de rey sabio. Junto a esa referencia, el autor de los dichos recogidos en la obra, utiliza un pseudónimo  -Qohélet-  tan enigmático e irónico como gran parte de su contenido.



   Es muy difícil y complicado descubrir el orden de su estructura, ya que tras un breve encabezamiento (1,1) se sintetiza la idea central del libro que resume en pocas y breves palabras la valoración que le merece al autor sagrado todo el empeño por adquirir la sabiduría común: “¡Vanidad de vanidades, vanidad de vanidades, todo es vanidad!”. Una lectura detenida de esta obra descubre que en los primeros   capítulos las alusiones a la sabiduría más bien disuaden al lector de esforzarse por alcanzarla, mientras que a partir del capítulo 7 se comienza a ponderar la importancia de adquirir un cierto tipo de sabiduría. No se trata de un cambio de opinión en Qohélet, sino de una consecuencia del diálogo figurado que va manteniendo con los sabios de su época.



   No vale la pena adquirir la sabiduría que ellos enseñan, ya que es vanidad; en cambio, sí que tiene ventajas buscar otra sabiduría distinta, la que proporciona el temor de Dios y que se adquiere a partir de la contemplación de lo que, incomprensiblemente, sucede en la realidad. Por eso podemos dividir el libro en dos partes:



I-            Primera parte: La sabiduría es vanidad (1,3-6,12) El razonamiento comienza mostrando que, de acuerdo con lo que se observa en la naturaleza, parece que todo es un devenir cíclico en el que no se puede esperar nada nuevo. Seguidamente se aduce que es empeño vano buscar la sabiduría, exponiendo los motivos con una serie de discursos en los que Qohélet narra lo que ha visto                -corrupción, muerte, explotación, envidia, soledad, etc.-  y que le merece siempre la misma conclusión: todo carece de sentido. Por eso la conclusión de la primera parte podría ser: ¿Qué ventajas trae consigo una sabiduría que en nada aclara el sentido de la vida?

II-         Segunda parte: La sabiduría reside en el temor de Dios (7,1-12,7): A pesar de todo lo expresado en la primera parte, el autor sagrado observa que hay unas cosas que invitan a la reflexión, a la búsqueda de una sabiduría que de razón de lo que sucede; pero llega a la conclusión de que no está al alcance del hombre, concluyendo que “el honrado, el sabio y sus obras están en manos de Dios”. Este es el punto central de la segunda parte del libro, invitando a aprovechar el momento presente, pero no para un goce egoísta, sino para vivir sensatamente y acordarse del Creador.



   Para comprender los modos de expresión de este libro, conviene atender a lo que sucedía en aquel momento histórico, probablemente en el siglo III a. C., época en la que cambiaban los modos de vida en la ciudad de Jerusalén.

   Si recordáis, durante la época del dominio persa (siglos VI-IV a. C.) tuvo lugar la reconstrucción del Templo y de la vida nacional de acuerdo con la Ley. La ciudad Santa era el centro visible del judaísmo: con un culto esplendoroso en su Templo, con sacerdotes bien organizados y costumbres tradicionales arraigadas en el pueblo. Sin embargo, en el siglo IV a. C. llegó al Oriente Medio todo el influjo de la cultura griega que se fue difundiendo por toda la zona; y en el siglo III, la influencia helenista de las corrientes filosóficas  -cínicos, estoicos y epicúreos-  fue calando en los jóvenes. Ante esta situación, los maestros judíos decidieron  utilizar retóricas análogas a las de sus competidores, mientras que Qohélet les enseña que las filosofías que no cuentan con el temor del Señor, son ilusorias y vanas. Para él, la verdadera sabiduría está en reconocer la limitación del conocimiento de la vida humana, temer al Señor y aprovechar el momento presente; ya que sólo de este modo, sabiendo que “todo es vanidad”, el hombre se sitúa ante la realidad de este mundo.

 

   El mensaje y la riqueza doctrinal de este libro hay que situarlo en el momento en que Dios quiere ir preparando a su pueblo para una comprensión nueva del significado de la vida y de la muerte, del que Qohélet no tenía un verdadero conocimiento. Todavía en el Antiguo Testamento será necesario que pase al menos un siglo hasta que en el libro de Daniel y después en 2 Macabeos se afirme que, tras la muerte, Dios retribuirá a los mártires, resucitándolos de nuevo a la vida, y es por eso que, ante ese desconocimiento de Qohélet, el libro afronta la vida, no para lograr un premio en el cielo, sino para ser más feliz en la tierra.



   Algo análogo sucede con la imagen que presenta de Dios  -un tanto distante de sus criaturas-  no porque ignorase el amor paterno-filial de Dios, ni sus intervenciones salvíficas, sino porque se fija más en el respeto que le merece y la necesidad de comportarse adecuadamente con Él. Qohélet enseña algo de perenne actualidad: el hombre que cree en Dios no puede desentenderse de las cuestiones que afectan a sus contemporáneos, sino que movido por su fe, debe salir a su encuentro para establecer un diálogo con ellos y abrir, desde sus convicciones religiosas, nuevas vías de solución a los problemas que preocupan a todos.



   Con su libro, el autor inspirado, al mismo tiempo que subraya la validez de la razón humana en la búsqueda de la verdad, enseña el valor relativo de este mundo; mostrando como el sentido último de esta vida escapa a las fuerzas del hombre, preparando así el camino para la revelación de la doctrina de la gracia contenida en el Nuevo Testamento. Y es desde allí, desde donde se ilumina la sabiduría de Qohélet en el mismo Jesús y en todas las palabras que surgen de su boca, mostrando que la sabiduría es útil para gozar de las pequeñas cosas de este mundo, en cuanto que reflejan la bondad de Dios y son ocasión de darle gloria. Por otra parte, la conciencia de vanidad de la vida y de las acciones humanas, expresadas con tanta fuerza por el libro, es asumida en profundidad por san Pablo cuando enseña que el hombre no puede justificarse por sus obras, sino por la gracia que recibe de Dios; ya que en Jesucristo se nos ha dado toda sabiduría e inteligencia, revelándonos el misterio de la voluntad de Dios Padre. Qohélet testimonia que es imposible desvelar el misterio del hombre antes de la venida de Cristo, ya que sólo Él descubre al hombre, el propio hombre.