21 de julio de 2013

¡Fieles en la Verdad!



Evangelio según San Mateo 12,14-21.


En seguida los fariseos salieron y se confabularon para buscar la forma de acabar con él.
Al enterarse de esto, Jesús se alejó de allí. Muchos lo siguieron, y los curó a todos.
Pero él les ordenó severamente que no lo dieran a conocer,
para que se cumpliera lo anunciado por el profeta Isaías:
Este es mi servidor, a quien elegí, mi muy querido, en quien tengo puesta mi predilección. Derramaré mi Espíritu sobre él y anunciará la justicia a las naciones.
No discutirá ni gritará, y nadie oirá su voz en las plazas.
No quebrará la caña doblada y no apagará la mecha humeante, hasta que haga triunfar la justicia;
y las naciones pondrán la esperanza en su Nombre.



COMENTARIO:

  Estos últimos episodios que narra san Mateo, nos muestra la oposición evidente que las autoridades judías mostraban contra el Señor; y era ese el motivo de que Jesús, para evitar enfrentamientos, se alejara de allí. En ningún momento el Maestro se retira porque tenga miedo de los acontecimientos que puedan sobrevenir; ya que, posteriormente, los asumirá con libertad y valor, entregándose a su Pasión. Sino que, fiel a la voluntad de Dios, sabe que todavía no ha llegado el momento preciso y debe seguir, con prudencia, su ministerio.


  Por todos los lugares donde pasa el Señor, cura y favorece a todos los enfermos y necesitados que se le acercan, advirtiéndoles que no busca por ello notoriedad y, requiriéndoles a que guarden silencio ante los milagros acaecidos. Así es Jesús y así nos requiere a todos aquellos que hemos decidido ser sus testigos: fieles y entregados en la transmisión al mundo de la Verdad. Verdad que abrirá los ojos a los ciegos, porque podrán ver con la luz del Espíritu; que destapará los oídos de los sordos que estaban cerrados a la Palabra de Dios;  que permitirá andar a los paralíticos, atados a sus vicios y pecados, que les impedía caminar por la senda de la salvación. Pero todo ello bañado por el bálsamo del amor, la paciencia y la prudencia.


  Nos insta el Señor a que, siguiendo su ejemplo, no defendamos la fe ridiculizando, dañando o menospreciando a nuestro prójimo. Que no tiene más razón el que más grita, sino que muy al contrario, pierde sus razones cuando falta a la caridad. Que todo y todos, tenemos nuestro momento, el adecuado, y tal vez es necesario que nosotros trabajemos la tierra para que, tiempo después, otros siembren y recojan el fruto. Pero es justamente esa actitud, la del desprendimiento del orgullo personal en la transmisión del mensaje cristiano, la que Jesús nos reclama encarecidamente. Él nos llama al servicio divino, en la humildad y la disposición.


  Vemos como en Jesús se cumple la profecía de Isaías sobre el Siervo Doliente, cuyo magisterio amable y discreto había de traer al mundo la luz de la Verdad. Mateo nos lo refiere para que podamos observar como en Cristo se hace realidad la promesa de la Escritura Santa:

“Mira a mi siervo, a quien sostengo,

Mi elegido, en quien se complace mi alma.

He puesto mi Espíritu sobre Él:

Llevará el derecho a las naciones.

No gritará, ni chillará,

No hará oír su voz en la calle.

No quebrará la caña cascada,

Ni apagará el pábilo vacilante.

Dictará sentencia según la verdad.

No desfallecerá ni se doblará

Hasta que establezca el derecho en la tierra.

Las islas esperarán su Ley.”




  Mateo manifiesta que la misión de Jesús, como Siervo Doliente, había comenzado con el Bautismo de Jesús en el Jordán, y el evangelista pone de relieve que se sigue manifestando con el rechazo de los fariseos que culminará con su Pasión y Muerte. Sin embargo, en ese mismo texto, se abre una puerta a la alegría y la esperanza, al reconocer el profeta el triunfo del Mesías humilde. Cristo, con su Resurrección vencerá al pecado y será, confirmando las palabras de Isaías, la salvación de todas las naciones y todas las gentes.