4 de julio de 2013

¡Descansemos en Dios!



Evangelio según San Juan 20,24-29.


Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús.
Los otros discípulos le dijeron: «Hemos visto al Señor.» Pero él contestó: «Hasta que no vea la marca de los clavos en sus manos, no meta mis dedos en el agujero de los clavos y no introduzca mi mano en la herida de su costado, no creeré.»
Ocho días después, los discípulos de Jesús estaban otra vez en casa, y Tomás con ellos. Estando las puertas cerradas, Jesús vino y se puso en medio de ellos. Les dijo: «La paz esté con ustedes.»
Después dijo a Tomás: «Pon aquí tu dedo y mira mis manos; extiende tu mano y métela en mi costado. Deja de negar y cree.»
Tomás exclamó: «Tú eres mi Señor y mi Dios.»
Jesús replicó: «Crees porque me has visto. ¡Felices los que no han visto, pero creen!»






COMENTARIO:



  Este Evangelio de Juan es como el reverso de la medalla del que nos presentó en capítulos anteriores. En aquel, María Magdalena buscaba al Señor preguntando a todo el que podía darle información sobre su paradero; y era tal el ansia por encontrarlo, que fue el propio Cristo el que salió a su encuentro.





  En éste, en cambio, observamos al apóstol Tomás que duda, ante un hecho sobrenatural como es el de la Resurrección de Jesús, de la veracidad de las palabras de sus amigos. Él representa al hombre incrédulo de todos los tiempos que basa su confianza en la evidencia de un racionalismo a ultranza; donde sólo es posible creer aquello que se puede demostrar, viéndolo, tocándolo o seccionándolo. Es esa duda permanente que desconfía de todo, porque sólo está seguro de sí mismo, pecando de una soberbia intelectual que se cierra –por creer que sabe mucho- a nuevas formas de conocimiento. Es, en realidad, esa forma de vivir que conforma un sinvivir; ya que el ser humano está creado para confiar y compartir su historia con los demás.





  Pero el Señor no reniega de su discípulo, sino que aprovecha la situación, que puede parecer casual cuando en realidad es causal, para demostrar al mundo que su Resurrección no es fruto de la subjetividad de unos hombres, sino de la demostración palpable –donde los dedos han sido introducidos literalmente en las heridas infringidas en la carne del Maestro- que no admite dudas sobre su victoria sobre la muerte, manifestada por el Apóstol que no ha basado sus creencias en la fe. Jesús le ha proporcionado a Tomás la evidencia para que corrija su actitud, y así demostrarle que es imposible transmitir la salvación divina, que es el propio Cristo, sino se está dispuesto a aceptar aquello que vamos a requerir a los demás: la confianza plena en la palabra dada, que descansa en el testimonio de los que no tienen porqué engañarnos; ya que elaborar una mentira es siempre el producto de conseguir un beneficio o de no querer renunciar a un provecho. Pero para los Apóstoles y todos aquellos que fueron testigos de este hecho extraordinario, ser fieles transmisores de la resurrección del Señor los condujo al martirio o al destierro. La mayoría perdieron todo lo que tenían: su honra, su familia, sus amigos, sus bienes y hasta su vida.





  Creemos, porque sabemos que los sentidos no son, ni mucho menos, el único medio de conocimiento que tiene el ser humano; ya que toda nuestra cultura está basada en los principios de otros, o bien, en documentos que han dejado escritos, como testimonios en el tiempo. Cuantas veces nuestros ojos nos engañan y nos hacen ver cosas que en realidad no han ocurrido, y que posiblemente, nos han conducido a error. En realidad el cristiano cree, porque como le dijo Jesús al propio Tomás, descansamos en la confianza de la Palabra divina transmitida a la Iglesia. Creemos porque Dios ha querido que su encarnación, muerte y resurrección se dieran en la historia, para que –aunque no podemos gozar de la evidencia, que en el fondo aniquilaría el esfuerzo personal de someter al Señor nuestra confianza- podamos razonarla y buscar, en el tiempo y el lugar, a todos aquellos personajes que han sido testigos, por distintas fuentes, de la realidad narrada en el Evangelio de Cristo.





  Creer es confiar, tener fe, pero también conocer –con esfuerzo- todos los caminos que nos conducen a la Verdad. Ahora bien, aunque lleguéis a la conclusión lógica de que nuestra fe es razonable e históricamente demostrable, pensar que ninguno de nosotros cree por esa circunstancia –aunque la agradecemos-  sino porque confiamos en la Palabra de Aquel que sabemos que no puede engañarnos porque es la Verdad misma, Jesucristo; la medida de todas las cosas: el principio y el fin, el alfa y el omega.