27 de julio de 2013

¡Seremos sus discípulos!



Evangelio según San Mateo 13,18-23.


Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador.
Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino.
El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría,
pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe.
El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto.
Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno".



COMENTARIO:

En este Evangelio de Mateo, observamos el verdadero sentido de las parábolas de Jesús. Comentábamos el otro día, que esta forma de enseñar, por parte del Maestro como por otros de la época, era un recurso pedagógico para poder transmitir la doctrina y el mensaje del Reino de Dios. Pero el Señor, a sus apóstoles, les desgrana la explicación y el profundo sentido de la misma, con recursos plásticos muy propios de la tradición oriental. Quiere que no les queden dudas, porque sólo así ellos serán capaces, al interiorizar sus palabras, de comunicar la Verdad a todos aquellos que les esperan por el mundo, para abrir su corazón a la salvación.


Este pasaje parece escrito especialmente para ti y para mí, que un día decidimos –tras el Bautismo- escuchar, que no oír, las palabras que Jesús nos susurraba en nuestro interior. Ese día, en el que el Maestro nos pidió que fuéramos sus discípulos, nos aseguró que no debíamos  tener miedo porque la Gracia, que nos dejó en los Sacramentos, no nos iba a faltar. Y con esa fuerza divina, regalo del Cielo, no hay que olvidar que Simón fue Pedro, el Pastor de la Iglesia; que Mateo y Juan escribieron el Evangelio, para ser fieles transmisores de la Palabra divina y que Esteban afrontó su muerte con valor y fortaleza, siendo el primer mártir de la cristiandad.


Todos y cada uno de aquellos que el Señor llamó al apostolado, fueron preparados por el propio Jesús para poder comunicar la Verdad y, posteriormente, iluminados por el Espíritu Santo, recibir la fuerza para defenderla. ¡Nada ha cambiado! Cristo nos habla a través del Evangelio, como lo hizo con aquellos a los que llamó a su lado. Nos explica que acercar a nuestros hermanos a la fe, no será tarea fácil, porque el diablo se encargará de poner piedras y tribulaciones para hacer tambalear la confianza de los que nos escuchan; que pondrá espinas, preocupaciones y seducciones para no dejar germinar la semilla del mensaje cristiano. Pero, a la vez, conocemos que la Palabra de Dios es más poderosa que todas las disposiciones humanas y diabólicas y que el Señor, como bien sabemos, nos ha dejado a través de la Iglesia, los Sacramentos que nos inundarán de la Gracia de su Espíritu.


Nosotros, como aquellos primeros, formamos la comunidad en la que nuestro Dios ha querido confiar para transmitir al mundo su salvación, su mensaje. Sin miedos, sin vergüenzas, sin limitaciones; porque como decían los apóstoles, que han sido y son el ejemplo donde debemos mirarnos, el Señor pondrá sus palabras en nuestra boca cuando tengamos que dar testimonio de su divinidad. Ya Isaías profetizaba, hace siglos, que cuando la Palabra fuera enviada a la tierra, sería fecunda siempre. Tal vez el problema, es que no acabamos de creérnoslo.

“Como la lluvia y la nieve descienden de los Cielos,

Y no vuelven allá,

Sino que riegan la tierra, la fecundan,

La hacen germinar,

Y dan simiente al sembrador y pan a quien

Ha de comer,

Así será la palabra que sale de mi boca:

No volverá a mí de vacío,

Sino que hará lo que Yo quiero

Y realizará la misión que le haya confiado.”

(Is 55,10-11)