3 de enero de 2014

¡Manifestemos la Verdad de Dios!



Evangelio según San Juan 1,19-28.


Este es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: "¿Quién eres tú?".
El confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: "Yo no soy el Mesías".
"¿Quién eres, entonces?", le preguntaron: "¿Eres Elías?". Juan dijo: "No". "¿Eres el Profeta?". "Tampoco", respondió.
Ellos insistieron: "¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?".
Y él les dijo: "Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías".
Algunos de los enviados eran fariseos,
y volvieron a preguntarle: "¿Por qué bautizas, entonces, si tu no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?".
Juan respondió: "Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen:
él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia".
Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba.

COMENTARIO:

  Este Evangelio de Juan nos sirve de ejemplo para responder a las preguntas que el mundo habitualmente nos hará, si vivimos coherentemente nuestra fe: ¿qué somos?  ¿qué o a quién creemos?. Ante las cuestiones que le planteaban al Bautista los sacerdotes y los levitas, sobre su autoridad y su forma de predicar y actuar, éste aprovecha para testimoniar que Jesús no era solamente el Mesías que estaban esperando, sino que con su muerte sangrienta redimiría al mundo y nos devolvería la vida eterna.

  Cada uno de nosotros, no sólo por el hecho histórico que aconteció en Belén hace ahora 2014 años, sino porque a través del Bautismo nos hemos revestido de la fuerza del Espíritu Santo, hemos de ser portadores de la alegría cristiana que, fruto de la esperanza, mueve a la gente a querernos preguntar. Estamos obligados, con el ejemplo de nuestra vida, a iluminar a los demás para que perciban con mayor intensidad al Padre, y el auténtico sentido de la vida; creando vínculos universales de comunión entre los hombres.

  Juan no se anduvo por las ramas al contestar lo que aquellos hombres le preguntaban, a pesar de que sabía que su respuesta le podía acarrear problemas. Y les recordó las palabras del profeta Isaías, donde ya anunciaban su presencia como el Precursor que prepararía los caminos del Señor y el corazón de los hombres, llamando a la conversión, para cuando apareciera el Hijo de Dios. Bien hubiera podido hablar de sí mismo, de la importancia de su tarea, de aquella concepción sobrenatural que tuvo lugar hacía un montón de años, anunciada por un ángel a su padre Zacarías. Pero el Bautista no era así; era un hombre impregnado de humildad, de la que sólo gozan los grandes personajes de la historia. Y por eso sólo ha tenido palabras para presentar al Redentor; para hablar de su altísima dignidad y de su vida como instrumento de los planes de Dios.

  Todo eso sucedió en Betania, cerca del río Jordán, donde Juan, incansablemente, cumplió con su obligación hasta el fin de sus días. Sabía que Cristo ya había llegado; que ya faltaba poco para que el Señor nos limpiara del pecado original, no con las aguas del río, sino con su preciosísima Sangre. Pero a él le habían encargado una misión y su deber era cumplirla: sin desfallecer, sin cansarse, sin temer. Comprendía lo que representaba que aquellos hombres anduvieran cerca de él, haciendo preguntas; pero en ningún momento pensó en ceder, en esconderse, en terminar. Él era Juan el Bautista, el elegido para bautizar a Nuestro Señor; la Voz que clamó hasta el último aliento de su vida. Él era Juan, el Precursor.

  Tu y yo también hemos sido elegidos para poder formar parte del misterio de la salvación; por eso, tomando buena nota del ejemplo que el evangelista nos acaba de presentar, digámosle al Señor que puede contar con nosotros; que estamos dispuestos a responder con la Verdad de su Palabra, todas las preguntas que nos quieran efectuar. Que nosotros, como Juan, también queremos ser sus discípulos; y manifestarlo con nuestro ser y nuestro actuar.