26 de enero de 2014

¡Evangelio de Juan!



EVANGELIO DE SAN JUAN:  


Con el evangelio de san Juan se completa y se cierra el número de evangelios tenidos por la Iglesia como sagrados y canónicos. La diferencia con los sinópticos consiste en que en éste se aprecia una profundización en la comprensión de la vida y las enseñanzas del Señor. Existen testimonios de principios de siglo II que muestran la gran autoridad de la que gozaba este evangelio, pues ya en este tiempo se citaban de él frases literales o se aludía al sentido de sus expresiones, a través de la boca de san Ignacio de Antioquía, san Policarpo y san Justino.

   Por otra parte se conserva un fragmento del cuarto evangelio en un papiro de la biblioteca John Rylands de Manchester, el P52, que fue encontrado en Al Fayum (Medio Egipto) y ha sido datado de la primera mitad del siglo II  -120, 130 d.C.-, mostrando la gran difusión de este evangelio en tan temprana fecha, considerando, a su vez, que se trata del texto más antiguo que conocemos de los cuatro evangelios.

   De la autoría del cuarto evangelio de san Juan habla san Ireneo de Lyon  -nacido hacia el año 130 d. C. en Esmirna (Asia Menor) donde conoció a san Policarpo, que había sido constituido Obispo de Esmirna por el mismo san Juan-  al decir textualmente: “Juan, el discípulo del Señor, el mismo que reposó en su pecho, ha publicado el Evangelio durante su estancia en Éfeso”. Existe también el testimonio de Papías de Hierápolis, del que sabemos por Eusebio de Cesarea, que fue discípulo de san Juan. Aunque Papías habló de  Juan Apóstol y de Juan el Presbítero, tanto san Ireneo como san Eusebio entendieron, sin género de dudas, que el autor del Evangelio fue el Apóstol. A partir del siglo IV es tradición común y constante atribuir al Apóstol san Juan el cuarto evangelio.

   En san Juan, como en los Sinópticos, se encuentra el mismo esquema que presentaban los Apóstoles en su predicación oral: Jesús comienza su ministerio público tras ser bautizado en el Jordán por Juan el Bautista; predica y obra milagros en Galilea y Jerusalén y acaba su vida en la tierra con la Pasión y Resurrección gloriosa. Pero dentro de ese cuadro general, en san Juan se descubre una estructura peculiar caracterizada por la mención de las distintas fiestas judías y por la progresiva manifestación de Jesús como Mesías e Hijo de Dios. A grandes rasgos el esquema del cuarto evangelio puede presentarse de la siguiente manera:

·        Prólogo (1,1-18): Se ensalza a Jesucristo como el Verbo eterno de Dios, creador del mundo junto al Padre, iluminador de todos los hombres, que se ha hecho hombre para comunicar al mundo la verdad sobre Dios y dar la posibilidad de ser hijos de Dios a cuantos crean en Él.
·        Primera parte: La manifestación de Jesús como el Mesías mediante sus signos y palabras (1,19-12,20). Abarca desde el testimonio de Juan Bautista sobre Jesús hasta la Pascua en que sucederá su muerte. Tras una introducción que recoge el primer testimonio del Bautista y la vocación de los primeros discípulos, presenta la primera manifestación de Jesús como portador de la salvación y las primeras adhesiones de fe (2,1-4,54). Esta manifestación se realiza a través de su ministerio en Galilea; un primer viaje, por la fiesta de la Pascua a Jerusalén; y el retorno a Galilea pasando por Samaria. A continuación Jesús manifiesta su divinidad (5,1-47) en una subida a Jerusalén con motivo de una fiesta. De nuevo en Galilea se presenta como el Pan de Vida (6,1-71) y otra vez en Jerusalén, durante la fiesta de los Tabernáculos, se revela como enviado del Padre, La Luz del Mundo y el Buen Pastor (7,1-10,21). En una nueva confrontación con los judíos en Jerusalén, en la fiesta de la Dedicación, Jesús dice que Él es uno con el Padre (10,22-42) y, en Betania, donde Jesús resucita a Lázaro, se presenta como el que otorga al hombre la resurrección y la vida eterna (11,1-57). Finalmente, tras la unción por María en Betania, Jesús es aclamado Rey mesiánico en Jerusalén (12,1-50).
·        Segunda Parte: Manifestación de Jesús como el Mesías, Hijo de Dios, en su Pasión, Muerte y resurrección (13,1-21,25). Comienza con  la última cena, sigue con su pasión y muerte y finaliza con als apariciones del resucitado. El sepulcro vacío y las apariciones testimonian el realismo de la resurrección. Jesús resucitado infunde a sus Apóstoles el Espíritu Santo, les da el poder de perdonar los pecados, y establece a Pedro guía de su Iglesia.

   Al leer el cuarto evangelio se aprecia enseguida algunos detalles que hacen sospechar un proceso de redacción en varias etapas; por lo que algunos rasgos literarios suponen que la forma actual del evangelio es obra de un redactor final que ha reelaborado el material ya existente, dándole el orden que actualmente tiene. Ese redactor final habla, al terminar el libro, en primera persona del plural  -“sabemos que su testimonio es verdadero…”-  haciéndose eco del sentir de la comunidad, al tiempo que señala “al discípulo que Jesús amaba” como el “que da testimonio de estas cosas y las ha escrito”.

   Los ortodoxos griegos, en Éfeso, mantienen que junto a san Juan estaba en la cueva, donde la tradición dice que escribió su evangelio, un escribiente que copió al dictado lo que san Juan le decía y no podía escribir, por presentar una ceguera que le impidió terminar su obra. Sea de una manera o de otra lo que está claro es que “el discípulo que Jesús amaba” y, por tanto, el verdadero autor del evangelio es el Apóstol san Juan, según se desprende de la comparación de los datos del mismo evangelio con el de los Sinópticos.

   Por otra parte, muchos rasgos literarios de la obra confirman que quien la escribió era un hebreo, buen conocedor de la geografía de Palestina, y de las costumbres y las fiestas judías; teniendo su estilo una clara huella semita en el vocabulario y las costumbres gramaticales. La tradición de los santos Padres y escritores eclesiásticos confirman, desde el siglo II, la autoría de san Juan respecto al cuarto evangelio, situando su redacción      -como ya he comentado-  en Éfeso, donde se había trasladado el Apóstol, seguramente desterrado por orden imperial, o bien para seguir predicando el Evangelio.

   Esta obra de Juan, refleja una situación en que los cristianos ya se habían separado definitivamente del judaísmo, recordando como “los judíos” decidieron arrojar a los cristianos de las sinagogas. También en sus líneas indica como la comunidad destinataria del evangelio se identificaba como el verdadero y nuevo Israel, al margen de las antiguas instituciones judías; siendo considerada la nueva religión como sustitutiva del judaísmo. Este enfrentamiento entre los judíos y los cristianos, así como la expulsión de estos últimos de las sinagogas, tuvo lugar a finales del siglo I por lo que es lógico pensar  -de acuerdo también con la Tradición-  que el evangelio fue compuesto en la década de los 90.

   El cuarto evangelista escribe su libro, según dice el mismo, “para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre”. Es decir, el escrito se encamina a formar y fortalecer la fe de los lectores, y para alcanzar ese objetivo, señalado al final del libro, el autor del cuarto evangelio sigue un plan distinto al de los Sinópticos, fijándose sobre todo en la actividad de Jesús en Judea y en el templo de Jerusalén; resaltando su paso por Samaria y refiriendo sólo dos milagros comunes a los veintinueve que narran los Sinópticos, pero hablando de otros cinco milagros distintos.

   Sin embargo, el rasgo más sobresaliente, es que presenta los milagros como “signos” que le sirven de base para exponer realidades más profundas que las que se ven a simple vista: con las Bodas de Caná  -el primero de los signos-  se manifiesta la gloria de Jesús, revelándose el comienzo de la era mesiánica y vislumbrándose ya la función de su Madre, Santa María, en la Redención; la multiplicación de los panes y los peces, testificada también por los Sinópticos, es el apoyo de las palabras de Cristo cuando se presenta como el Pan de Vida; la curación del ciego de nacimiento, precede a la manifestación de Jesús como la Luz del Mundo; o la resurrección de Lázaro, enseña que sólo Jesús es la Resurrección y la Vida.

   En la historia de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, el cuarto evangelio coincide con los Sinópticos; pero también estos acontecimientos se narran desde una perspectiva propia: a la luz de la glorificación de Cristo, manifestando la “hora” de Jesús, en la que el Padre glorifica al Hijo que, al morir, vence al demonio, al pecado y a la muerte, siendo exaltado sobre todas las cosas. De este modo, en los anuncios que Jesús hace de su Pasión, los Sinópticos se fijan en la conveniencia de que el Hijo del Hombre padezca, mientras que san Juan subraya la conveniencia de que el Hijo del Hombre sea exaltado. Esto nos dice, que el cuarto evangelista presenta la enseñanza de Jesús con matices propios respecto a los Sinópticos, ya que san Juan no trata temas frecuentes en los otros evangelios, como la cuestión del Sábado, el legalismo farisaico, etc.; en cambio, habla de la vida, la verdad, la luz, la gloria…

   El propósito de su escrito, tal como se indica al final del libro, es dar un testimonio de lo que el autor ha visto; intención que se observa a lo largo de todo el escrito donde, en vez de utilizar los términos “evangelizar” o “predicar” emplea los verbos “testimoniar” y “enseñar”. Pero el objeto de ese testimonio será siempre Jesucristo, y por eso nos presenta la predicación de Juan el Bautista como una manifestación histórica a favor de Cristo; así como el testimonio que de Él da el Padre que le ha enviado o el que da el mismo Jesús de Sí mismo. También lo dan las Escrituras y así mismo lo dará el Espíritu Santo que será enviado, finalizando con el Evangelio escrito que será el testimonio dado y reconocido por la Iglesia.

   El aspecto más importante de carácter religioso doctrinal que presenta el cuarto evangelio es mostrar como el Dios invisible se ha dado a conocer a través de Jesucristo; ya que sólo Jesús ha podido revelar la intimidad de Dios, porque Él es el Logos de Dios, el Conocimiento de Dios, el Hijo Eterno que presenta verdaderamente al Padre y porque, por su intercesión y en su nombre, Dios ha enviado su Espíritu que da a conocer toda la verdad. A lo largo del Evangelio, Jesús hablará insistentemente de su Padre con una distinción entre ambos, pero a la vez con una identidad de naturaleza: “Yo y el Padre somos uno”. También del Espíritu hablará Jesús como de una Persona que es el Consolador que procede del Padre y recibe del Hijo lo que ha de anunciar; porque la obra de Cristo va unida a la acción del Espíritu y tanto es así, que será el Espíritu el que recordará y hará comprender a los discípulos las palabras de Jesús en cuanto revelador del Padre, llevándoles a la verdad plena para poder glorificarle.

   En el cuarto evangelio va unido el verbo conocer al verbo creer; porque conocer la verdad, es conocer a Cristo y adherirse a Él sin reservas,  - a través de la fe-,  incluyendo tanto el acto de entrega confiada como el acto de conocimiento; conocimiento que se adquiere por el testimonio del autor del evangelio y por la acción del Espíritu de la Verdad,  siendo la fe un don gratuito de Dios y, al mismo tiempo, un acto libre por parte del hombre. Por eso Jesús exhorta insistentemente a creer en Él, es decir, a querer creer y no cerrarse voluntariamente a la verdad. Quien cree en Jesucristo se hace poseedor de la vida eterna, participando de la misma vida de Dios que se comunica a través de la unión con Jesús, de manera similar a como los sarmientos están unidos a la vid, siendo la finalidad de la Revelación de Dios, comunicar esa vida.

   La vida eterna consiste en el conocimiento del Padre y del Hijo, en la fe y en la participación  -al mismo tiempo-  del amor entre ambos; por eso la fe que comunica al hombre la vida eterna está inseparablemente unida al amor, que es el resultado de entrar en la relación amorosa trinitaria, ya que no podemos olvidar que san Juan define a Dios como  “Amor” y el amor jamás puede vivirse en soledad, ya que sino sería egoísmo; de ahí que Dios en Sí mismo sea una relación de amor entre las personas divinas. Por eso se debe manifestar esa relación en el amor fraterno, como único mandamiento que da Jesús en el Evangelio  -los otros diez se dieron a Moisés en el Sinaí- y que es consecuencia inevitable del trato de la persona con su Señor.

   El autor del cuarto evangelio deja entrever que se siente miembro del grupo formado por los discípulos de Jesús  -la Iglesia-  que describe a los que crean en Él como un redil, cuya puerta es el mismo Cristo que se presenta como el Buen Pastor  -aludido en las profecías del Antiguo Testamento-  que viene a formar un solo rebaño en el que caben todos los hombres. Ese redil y ese rebaño significan a la Iglesia que, posteriormente, será la comunidad continuadora del grupo de discípulos que estuvieron con Jesús y dieron, y dan, testimonio de Él; aunque san Juan remarca la preeminencia de san Pedro, mostrada por el propio Cristo, que le concede el pastoreo del rebaño de los creyentes; y reflejada también en el acto de qué es él el primero de los Apóstoles que entra en el sepulcro.
 
   En este evangelio, las acciones que Jesús realiza tienen un carácter sacramental, pues en ellas, mediante signos externos, se comunican dones divinos; por eso en la Iglesia   -que es rebaño de Cristo-  se entra por la adhesión a Él mediante la fe y por un nuevo nacimiento del agua y del Espíritu  -el Bautismo cristiano-; contando con el alimento del pan de la vida  -la carne y la sangre de Cristo-  que se ofrece a los creyentes en la Eucaristía.

   Un rasgo peculiar de este evangelio es la relevancia que en él tienen algunas mujeres, como Marta y María; María Magdalena y especialmente, la Madre del Señor, la Virgen María; y aunque ésta sólo aparece dos veces, son precisamente, al inicio y al final de la manifestación de Jesús como el Mesías, Hijo de Dios: en 2,1-11, cuando narra las Bodas de Caná, en las que Jesús dio comienzo a sus señales, y en 19,25-27, cuando Jesús murió en la Cruz. Estos pasajes indican que María incluye toda la manifestación de Jesús y guardan, dentro de sí, un claro paralelismo. En los dos pasajes, en el de Caná y en el del Calvario, Jesús se dirige a su Madre, llamándola “mujer”, inclinándose los comentaristas a ver en este título una alusión a Génesis 3,15, donde se habla de la “mujer” y de su linaje como vencedor de la serpiente, símbolo del diablo; surgiendo de ahí el paralelismo entre Eva  -la primera mujer que desobedeció a Dios-  y María  - que obedeció con su vida y su entrega-. Con la primera llegó el pecado y a través de la segunda nos llegó la salvación de éste.