7 de enero de 2014

¡Terminemos con el error!



Evangelio según San Mateo 4,12-17.23-25.



Cuando Jesús se enteró de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea.
Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí,
para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías:
¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, país de la Transjordania, Galilea de las naciones!
El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz.
A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: "Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca".
Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente.
Su fama se extendió por toda la Siria, y le llevaban a todos los enfermos, afligidos por diversas enfermedades y sufrimientos: endemoniados, epilépticos y paralíticos, y él los curaba.
Lo seguían grandes multitudes que llegaban de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania.


COMENTARIO:

  Vemos en este Evangelio de Mateo, cómo Jesús, que se dirigía a Galilea, decidió quedarse en Cafarnaún; haciendo de esta ciudad el centro de su actividad. Esa decisión, como todo lo que hacía el Señor, estaba motivada porque debido a su situación: un lugar costero, rico en recursos naturales, centro de rutas comerciales y plagado de una población mixta en la que sólo la tercera parte era judía, era el lugar ideal para ser el primero que recibiera la luz de la salvación y la predicación del Mesías.

  La Biblia ha llamado muchas veces a ese lugar, “Galilea de los gentiles”, ya que fue invadida por los Asirios, en tiempos de Isaías, y quedó devastada; siendo repoblada por grupos de extranjeros que la colonizaron. El profeta anunció que, justamente porque ese lugar vivía, por las circunstancias, en la oscuridad de la fe, el Señor enviaría su Luz, para iluminar sus corazones:
“El pueblo que caminaba en tinieblas
Vio una gran luz;
A los que habitan en tierra de sombras de muerte,
Les ha brillado una luz” (Is 9,1)

  Jesús se ha acercado a aquellos que más le necesitaban porque, ante la proximidad del Reino de los Cielos, le urge predicar llamándolos a la “conversión”. Y lo hace exigiéndoles una transformación radical en sus vidas. Les pide que hagan penitencia, con un cambio profundo de corazón que surge de la escucha de la Palabra de Dios y de la cercanía divina. Que modifiquen su vida, y den frutos dignos de ese caminar hacia lo mejor, con el esfuerzo concreto y cotidiano, con que nos ayuda la Gracia. Que nos despojemos de ese hombre viejo, que vive sólo de lo carnal, para revestirnos de ese hombre nuevo, que toma conciencia de su ser espiritual.

  Eso nos dice hoy el Señor en su Evangelio: nos llama a predicar la Verdad ante aquellos que nos necesitan, aunque sea incómoda; sin falsearla, sin endulzarla…Hemos de llamar a nuestros hermanos para que cambien su vida y acepten a Cristo. Y eso comienza, indiscutiblemente, por un arrepentimiento que concluye pidiendo perdón a Dios, donde Dios quiere Dios perdonarnos: en el Sacramento de la Penitencia. Y termina con una disposición en la que debemos estar dispuestos a “perder” nuestra vida por el Señor, como único modo de ganarla.

  Hemos de acercarnos a los que nos necesitan; a los que viven en el error; a los que no nos quieren. Jesús nunca dijo que fuera fácil, ni cómodo ser sus discípulos, sino que muy al contrario, nos advirtió que para cumplir con fidelidad nuestra misión, necesitaríamos la fuerza de los Sacramentos. Sólo allí recibiremos la fortaleza para comprender que ser “otros Cristos” requiere la renuncia de nuestra propia tranquilidad; de nuestros más íntimos intereses. No podemos relacionarnos solamente con aquellos que nos son agradables; fáciles al trato, educados y alegres; y, sobre todo, que piensan como nosotros. Jesús fue a llevar la luz allí donde sabía que había oscuridad, tristeza y desesperación. Eso nos pide hoy a ti y a mí; que seamos fieles soldados que luchan en esta guerra arcaica, por liberar al mundo del pecado. Que encendamos todos los lugares con las hogueras del amor, la alegría y la justicia. Que cambiemos, con nuestro ejemplo, esa sociedad relativizada donde la verdad depende de la última opinión del que la esgrime. Hoy, Jesús nos pide la coherencia cristiana, propia de los hijos de Dios.