28 de enero de 2014

¡Cueste lo que cueste!



Evangelio según San Marcos 3,22-30.



Los escribas que habían venido de Jerusalén decían: "Está poseído por Belzebul y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los Demonios".
Jesús los llamó y por medio de comparaciones les explicó: "¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás?
Un reino donde hay luchas internas no puede subsistir.
Y una familia dividida tampoco puede subsistir.
Por lo tanto, si Satanás se dividió, levantándose contra sí mismo, ya no puede subsistir, sino que ha llegado a su fin.
Pero nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa.
Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran.
Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre".
Jesús dijo esto porque ellos decían: "Está poseído por un espíritu impuro".


COMENTARIO:

  Este Evangelio de Marcos nos muestra la horrible acusación que los escribas bajados de Jerusalén le confieren a Jesús. Ante todo reconocen, sin darse cuenta, el poder del Señor sobre los demonios que expulsa; pero son incapaces de aceptar el poder divino que  mueve y rige sus actos y sus palabras, imputándole al diablo las obras de Dios.

  Aquellos hombres han visto los milagros que realizaba el Maestro, como lo han hecho los demás que le seguían y le han reconocido como el Mesías esperado.; pero ellos, cerrados por la letra de una Ley que ha perdido su alma, han endurecido su corazón y son incapaces de reconocer la certeza que descansa en el asentimiento de la voluntad. Por eso nos dirá Jesús muchas veces, que no es el milagro el que mueve a la fe; ya que no hay más ciego que el que no quiere ver, ni más sordo que el que no quiere oír. Es la fe la que descansa en la confianza del que se revela, la que mueve al Señor a obrar los milagros. El mismo hecho percibido por distintas actitudes interiores variará su verdadera valoración. Cristo explica, con unas comparaciones, el contrasentido de aquellos razonamientos y acusaciones con los que le increpan; porque por sentido común, si Él es capaz de expulsar a Satanás de un cuerpo  del que quiere tomar posesión, es porque el demonio ha sido vencido por el Señor. Ya desde la llegada al mundo de Jesús, como anunció el Génesis, hay un conflicto entre ambos reinos y, aunque ciertamente el diablo es fuerte, no podemos olvidar que Jesús lo es mucho más.

  En vista de la ceguera en la que persisten aquellos doctores de la Ley, el Señor, que había mostrado su misericordia perdonando a los pecadores y comiendo con ellos, nos advierte a todos cuán difícil será el perdón para quienes se cierran voluntariamente al conocimiento de la Verdad. Es en esa actitud, precisamente, donde estriba la gravedad de la blasfemia que se hace contra el Espíritu Santo y que no tendrá perdón; no porque Dios no pueda o no quiera perdonarnos, sino porque tristemente es el propio ser humano el que se obceca frente al Señor y lo rechaza, despreciando de esta manera su Gracia.

  Que Dios quiere salvarnos no admite ninguna duda; porque para eso se encarnó y se hizo hombre, padeció y fue crucificado. Pero pensar que la redención es un regalo independiente de nuestros actos y nuestra obediencia, es un error gravísimo que puede costarnos la vida eterna. El don más grande que tiene el ser humano como tal, es la libertad; y es así porque en cada momento y circunstancia de nuestra vida, Dios quiere que le elijamos por encima de todo lo que nos rodea; hasta de nuestros propios intereses. Quiere que le queramos, porque estemos rendidamente enamorados de su Amor, que nos amó primero; quiere que le busquemos, porque Él intenta encontrarnos en cada recodo del camino; quiere que seamos cristianos coherentes, porque compartimos su Ser y su Existir en los Sacramentos que, para ello, dejó en su Iglesia. En definitiva, quiere que seamos suyos, cueste lo que cueste.