27 de enero de 2014

¡Tenemos todos los medios!



Evangelio según San Mateo 4,12-23.


Cuando Jesús se enteró de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea.
Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí,
para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías:
¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, país de la Transjordania, Galilea de las naciones!
El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz.
A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: "Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca".
Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores.
Entonces les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres".
Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron.
Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó.
Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.
Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente.

COMENTARIO:

  Este Evangelio de Mateo es de una riqueza inmensa, porque de su contenido podemos extraer innumerables enseñanzas. Primeramente observamos como el Señor, que podía haberse quedado en Nazaret donde posiblemente tenía familia, decide dirigirse a predicar a Galilea. Como ya he explicado en anteriores ocasiones, ésta ciudad   –de la que Jesús hizo su centro de actividad- estaba en un enclave privilegiado, porque era el eje de varias rutas comerciales donde mucha gente iba y venía; con una pluralidad de población, donde sólo la tercera parte era judía. Eso se debía, como se ha comentado varias veces, a que en tiempos de Isaías la región fue invadida por los asirios y la población judía fue deportada; enviando a colonizarla grupos extraídos del extranjero. Ese es el motivo de que en la Biblia, se la suela denominar:”Galilea de los gentiles”.

  No debe llamarnos la atención que, ante este panorama, Jesús decidiera ir directamente a esta región; porque es allí, y no en otro lugar, donde más le necesitaban. Estas gentes no habían oído hablar del Mesías, ni nadie les había llamado a la conversión para alcanzar la salvación. Por eso el Señor, que como buen Padre cuida de sus hijos más necesitados, acude –aunque sea incómodo- a predicar con sus palabras y manifestar, con sus hechos, que la redención se ha ganado para todos; para todos aquellos que estemos dispuestos a recibirla.

  Y en esa actitud del Maestro se descubren y se cumplen las antiguas profecías de las que nos hablaban los profetas. Muchas veces comparo el Antiguo Testamento con ese plano del tesoro que debemos seguir fielmente, si deseamos llegar a encontrarlo. Cada camino, cada recodo, cada montaña y cada cueva, esconde el sentido que ha sido expresado por todos aquellos que, a su manera, hablaron en nombre de Dios para conducirnos al encuentro de su Hijo Jesucristo. En este pasaje es Isaías el que nos descubre que no es casual que Jesús eligiera Cafarnaún para predicar; sino que el Altísimo así lo había dispuesto para su Mesías, muchos siglos atrás. Lo mismo ocurrirá con Jeremías, Oseas, Ezequiel o Daniel. Cada línea de la Escritura nos abrirá una puerta al conocimiento que viene a iluminar la oscuridad del hombre, sembrada por el pecado.

  Jesús vuelve a insistir, una vez más, en la necesidad de la conversión para alcanzar la salvación, que el Señor ha conseguido para todos nosotros. Requiere, de cada uno, ese cambio profundo del corazón que tiene su influjo en la Palabra de Dios y su esperanza en alcanzar el Reino prometido. En esa coherencia de vida que nos llama a plasmar en nuestros actos, lo que hemos visto claro con los ojos del corazón, a través de la fe. Hemos de esforzarnos, renunciando si es preciso a nuestra propia vida, para ser capaces –por la Gracia- de elevar y trascender nuestras acciones, ofreciendo a Dios desde las cosas más pequeñas hasta las más sublimes; haciéndolo todo por amor a su Nombre.

  Vemos como el Señor, para ello, llama a los que “necesita”. Quiere unir nuestro destino al suyo y compartir con nosotros esta misión divina de la salvación. Y nos pide que lo hagamos sin vergüenzas, sin miedos; sin valorar nuestras posibilidades, porque en el sumando de la vida todo se multiplica si se cuenta con Dios. Eligió unos rudos pescadores que no sabían elaborar discursos, y mucho menos si eran complicados; y a los que les costaba muchas veces, entender las palabras que el Maestro les refería. Pero eso no les frenó cuando se trató de demostrar a Cristo su amor y su entrega; porque sabían que si el Señor les había elegido, pondría sin duda las palabras en su boca. ¡Y así fue! Ante la respuesta pronta de aquellos discípulos, la Gracia les dio fuerza y luz para convertirse en los pilares de la Iglesia.

  Pero no olvidéis que el Señor, que los instituyó como guías y maestros de todo el mundo así como administradores de los divinos misterios, los instruyó con su ejemplo y su Palabra, permaneciendo con ellos hasta los últimos momentos de su vida terrenal. A ti y a mí nos ha llamado igual para que vayamos a lanzar al mar las redes del mensaje cristiano; y así, poder pescar aquellas almas para que, en el barco de la Iglesia, naveguen con rumbo fijo hasta alcanzar el Reino de Dios. Tenemos los mismos medios que Pedro y Andrés, que Santiago y Juan: la presencia real de Cristo en la Eucaristía, y su Palabra divina, que nos instruye e ilumina para ser fieles testigos de la Redención.