19 de enero de 2014

¡Aprovechemos todos los momentos!



Evangelio según San Marcos 2,1-12.


Unos días después, Jesús volvió a Cafarnaún y se difundió la noticia de que estaba en la casa.
Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siquiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra.
Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres.
Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico.
Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: "Hijo, tus pecados te son perdonados".
Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior:
"¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?"
Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: "¿Qué están pensando?
¿Qué es más fácil, decir al paralítico: 'Tus pecados te son perdonados', o 'Levántate, toma tu camilla y camina'?
Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados
-dijo al paralítico- yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa".
El se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: "Nunca hemos visto nada igual"

COMENTARIO:

  Lo primero que nos narra san Marcos en su Evangelio, es la vocación de Leví, el de Alfeo. Un hombre que, aparentemente, no encajaba para nada como discípulo del Señor. Pero el Maestro, que ve en el interior de las personas, sabe que muchas veces nuestras actitudes son el producto de una educación incompleta o de unas circunstancias complicadas; y es por eso, que en su amor y en su respeto, jamás hace acepción de personas.

  A los ojos de todos los demás, aquel hombre que cobraba impuestos romanos y oprimía con ellos a Israel, era indigno de recibir la salvación que el propio Dios había otorgado a su pueblo. Jesús, sin embargo, no sólo le llama a compartir su compañía, sino que le ofrece, si él quiere aceptarlo, un lugar destacado en el plan de la Redención.  Ese hombre que, aparentemente, parecía apartado del cumplimiento de la Ley, por el encuentro con el Señor se convertirá, como nos cuenta san Mateo en un pasaje evangélico paralelo, en uno de los Doce Apóstoles; y transmisor fiel de la Palabra divina escrita al mundo, superando el tiempo y el espacio en su difusión.

  Jesús no excluye a nadie, absolutamente a nadie, como miembro de su familia sobrenatural: a todos nos llama, no a continuar siendo pecadores sino a arrepentirnos y, convertidos, recibir el Bautismo que nos une al Padre en Cristo, como hijos de Dios. Nos exige cambiar la vida y recomenzar a andar, pero esta vez por el camino adecuado; sin memoria de nuestros errores y sin tener en cuenta nuestras faltas, porque para el Señor sólo cuenta la entrega rendida y confiada de nuestra voluntad.

  Ante este pasaje creo que queda clarísimo que la Palabra divina es universal, abierta a todos, y que ninguno puede, ni debe, excluir a nadie de recibirla. No estamos capacitados para prejuzgar si la luz del Espíritu Santo puede iluminar un corazón que nos parece que permanece en penumbra. Por eso Jesús nos ha elegido, como hizo con Leví, a pesar de nuestros defectos, para ser transmisores de su mensaje y de su amor; acercando a todo el mundo que así lo permita, a la Fuente de la Vida: los Sacramentos de Cristo, Nuestro Señor.

  Quiero hacer notar, aunque os parezca una idea peregrina, la importancia que tiene para unir, comprender, dialogar y transmitir, el compartir un buen ágape con nuestros hermanos. Es alrededor de una mesa, agasajando a nuestros comensales con el esfuerzo de haber intentado satisfacer el placer de una buena comida, cómo los hombres relajamos nuestras tensiones y abrimos nuestra capacidad de comunicación. Siempre os repetiré, hasta la saciedad, que nunca debemos olvidar que somos cuerpo y espíritu; y ambos deben estar unidos en función de nuestra salvación. Dios, que nos conoce, lo sabe; y por ello ha querido que el encuentro del ser humano con la presencia divina, se realice a través de la Mesa donde se ejecuta el Banquete Eucarístico.  Por eso, ese conocimiento nos tiene que servir para acercar a nuestros hermanos a la Palabra divina, reconociendo que podemos hacer un buen apostolado a través de una tertulia, con un buen café, después de un almuerzo en familia. Jesús compartió la mesa con sus amigos, con algunos fariseos y con varios pecadores; como una clara significación de amistad y comunión entre personas. Tomemos ejemplo del Maestro, que utilizó la imagen del Banquete para presentarnos el Reino de Dios, y sepamos transformar ese medio y circunstancia, en un camino adecuado para transmitir el mensaje de la salvación.