14 de enero de 2014

¡Sígueme!



Evangelio según San Marcos 1,14-20.



Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo:
"El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia".
Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores.
Jesús les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres".
Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron.
Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó,
y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron
.

COMENTARIO:

  Vemos en este Evangelio de Marcos, cómo Jesús comienza su predicación cuando encarcelan a Juan el Bautista. Justamente, éste último representaba la etapa de todas aquellas promesas que anunciaban la llegada del Mesías en el Antiguo Testamento. Por eso el Señor, abre las puertas que dan paso a la redención de los hombres, con su mensaje de salvación y la aceptación de su Persona. Se acabó con Juan el velo de misterio que dejaba traslucir la Verdad divina, dando paso a la luz de la revelación completa, eterna y definitiva que toma Carne en Cristo Jesús.

  El Maestro nos habla, como les habló a aquellos primeros, del Reino de Dios; una expresión que hasta entonces no se había conocido porque no se nombraba ni en la Ley de Moisés, ni en los Profetas. Es el Señor el que nos comunica que formar parte de este Reino, participar de él, exige de los hombres una conversión interior: un arrepentimiento de los pecados cometidos que reclama acercarnos humildemente y con fe al sacramento del perdón, donde Jesús nos espera para, posteriormente, tomar posesión de nosotros y, si le dejamos, descansar en nuestro corazón. Abrirle las puertas de nuestra alma y permitir que sus prioridades sean las nuestras; y que nuestra voluntad sea la suya, será lo que dará sentido a nuestro ser y existir.

  Este pasaje también pone de manifiesto la llamada de Cristo a sus primeros apóstoles. Pero como ocurre muchas veces en la Escritura, para entender el verdadero alcance de un acto es preciso conocer un poco las costumbres de la época. En aquellos tiempos los jóvenes judíos piadosos que deseaban profundizar en el conocimiento y la práctica de la Ley –que eran la mayoría- procuraban ser admitidos en algún grupo que hubiera formado un reconocido rabino del lugar. Tanto es así, que se había hecho popular una frase que indicaba que para no tener recelos, había que recurrir a un maestro de la Ley: “Búscate un rabbí y te desaparecerán las dudas” (Pirqué Abot 1,16) Por eso, aquellos hombres que se encontraban pescando y entre redes, eran personas con inquietudes que esperaban la llegada del Mesías. Lo que ocurre es que, en este caso, no son ellos los que acuden al encuentro de Aquel que puede darles luz, sino que es la Luz la que sale a su encuentro para, llamándoles por su nombre, hacerlos partícipes de su misión. Es Jesús quien convoca a los que Él quiere, para que sean sus discípulos; y lo hace desde la autoridad que le corresponde y con aquella veracidad en su Palabra y su Persona, que hace que aquellos hombres renuncien a sus planes, para participar del proyecto de Dios. Aquellos discípulos respondieron a la llamada “al momento”, abandonando todo lo que les separaba de su verdadera vocación. Jesús había pasado a su lado, les había llamado y les había pedido que proclamaran el Reino; que contaran lo que habían visto y oído; que fueran sus testigos, tras su Resurrección, para continuar la obra de la salvación.

  A ti y a mí, también nos ha susurrado al oído que espera que formemos parte de su reducido grupo de amigos. Que espera que estemos a su lado, a pesar de las dificultades y que escuchemos todo lo que nos tiene que decir; porque nos ha confiado la transmisión de su mensaje redentor. A algunos les pedirá una renuncia completa de su vida, por amor a su Nombre; y a otros, como a muchos de nosotros, que seamos levadura que ayuda a fermentar la masa, en medio de este mundo, de la justicia, la esperanza y la caridad. Piensa, si hoy estás aquí delante de tu ordenador, tal vez a miles de kilómetros de donde yo me encuentro; leyendo mi meditación que comparto contigo, qué te está pidiendo Dios. Calla, escúchale en el silencio de tu alcoba, ábrele tu corazón y siéntete importante y feliz porque el Maestro te diga a ti: “Sígueme, que te haré pescador de hombres”.