Evangelio según San Mateo 7,1-5.
Jesús
dijo a sus discípulos:
No juzguen, para no ser juzgados.
Porque con el criterio con que ustedes juzguen se los juzgará, y la medida con que midan se usará para ustedes.
¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo?
¿Cómo puedes decirle a tu hermano: 'Deja que te saque la paja de tu ojo', si hay una viga en el tuyo?
Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.
No juzguen, para no ser juzgados.
Porque con el criterio con que ustedes juzguen se los juzgará, y la medida con que midan se usará para ustedes.
¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo?
¿Cómo puedes decirle a tu hermano: 'Deja que te saque la paja de tu ojo', si hay una viga en el tuyo?
Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.
COMENTARIO:
En este
Evangelio de san Mateo, Jesús nos da unas recomendaciones de una importancia
vital, para todos aquellos que nos consideramos discípulos suyos; entre otras
cosas, porque cumplirlas es un distintivo del cristiano. Nos habla de evitar
algo muy común entre los hombres: y es que disfrutamos juzgando y comentando
los errores de los demás, porque parece que así los nuestros son menores.
San Agustín,
recordando este pasaje, hacía una recomendación que yo creo que es muy práctica;
y a la vez es de una riqueza increíble, para ayudarnos a alcanzar esa
perfección moral, a la que todo hijo de Dios debe aspirar: Nos instaba el
santo, a procurar adquirir aquellas virtudes que nosotros criticábamos que les
faltaban a nuestros hermanos; porque ante la realidad de que ni las tenemos, ni
nos es fácil adquirirlas, nos haremos más tolerantes con ellos y disculparemos
sus defectos.
El Señor como
siempre, nos habla de amor. De ese afecto que cuando es maternal o paternal, no
duda en disculpar ante los demás los errores de sus hijos y buscarles todo tipo
de justificación. Pues bien, como os digo siempre, solamente tenemos un corazón
para amar, y con él hemos de aprender a tratar a todos por igual. No porque
seamos buena gente – que deberíamos- sino porque nos lo ha pedido el Señor, de
una forma muy especial. A cada uno le dolería en el alma que se comentara algo–
y más si es injustamente- de un ser querido suyo; o que se le menospreciara en
cualquier evento o reunión social. Pues bien, a Dios, que es Padre, le ocurre
lo mismo cuando ve que nos permitimos hacerlo, con uno de sus hijos. Y para que
nos demos cuenta del mal que causamos y de la importancia que tiene, el Señor nos
amenaza con pronunciarse ante nuestras faltas, con la misma medida que hemos
utilizado para valorar a los demás.
La causa de que
tengamos que luchar contra ese instinto primario, que es fruto del pecado
original, es la regla de la caridad fraterna que nos mueve a no querer para los
otros, nada que no quisiéramos para nosotros mismos. Y ninguno consentiría, si
pudiera, que los demás opinaran sobre él, sobre todo –si como ocurre siempre-
no conocemos las circunstancias. Sólo, nos dice Jesús, el Padre que ve la
verdadera intención en nuestro interior, que mueve nuestros actos, es el que
puede y debe juzgarlos.
Otra cosa muy
distinta es que viendo qué una persona actúa en contra de la Ley de Dios, y por
el amor que nos mueve hacia ella, intentemos ayudarla; comentándole -de forma
íntima y personal- la necesidad de cambiar de actitud, ofreciéndole nuestro
apoyo. Pero eso nada tiene que ver con considerarnos mejor que ella y
menospreciarla en nuestro interior.
Ya es hora de
que cada uno de nosotros, haciendo un buen examen de conciencia, reconozca
delante del Señor la realidad de nuestras miserias; y la capacidad que tenemos
todos, si no fuera por la Gracia, de cometer los más grandes errores. Todos,
todos, tenemos en nuestro corazón la herida del pecado; por eso, darse cuenta
de nuestras debilidades es comenzar a reconocer que la debilidad de los demás
es algo natural. Y que los que nos pide el Maestro, no es que opinemos sobre
ello, sino que recemos los unos por los otros y luchemos por ayudarnos, como
Iglesia que somos y como comunidad, para alcanzar juntos la Vida eterna.