8 de marzo de 2013

¡Hay que estar con Jesús!

Evangelio según San Lucas 11,14-23.
Jesús estaba expulsando a un demonio que era mudo. Apenas salió el demonio, el mudo empezó a hablar. La muchedumbre quedó admirada,
pero algunos de ellos decían: "Este expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios".
Otros, para ponerlo a prueba, exigían de él un signo que viniera del cielo.
Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: "Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casas caen una sobre otra.
Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque -como ustedes dicen- yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul.
Si yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces.
Pero si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes.
Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras,
pero si viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita el arma en la que confiaba y reparte sus bienes.
El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.




COMENTARIO:


  A través del Evangelio de Lucas, el Señor aprovecha la situación en la que sus adversarios lo acusan, gravísimamente, de actuar por medio de Satanás; para, con sentido común y sobrenatural, aclarar puntos importantísimos para nuestra fe.
Jesús refuta la acusación que le lanzan, advirtiéndoles que lo que acaban de ver es una lucha entre Él y el diablo, donde éste último es vencido por el poder divino de Cristo.
Todas las expulsiones diabólicas que realiza el Maestro son prueba irrefutable de que ya ha comenzado el Reino de Dios y que, por ello, Satán va siendo arrojado de sus dominios.


  La actitud de esos hombres es un rechazo mezquino y ciego que no quiere aceptar la evidencia de que la salvación que Dios ofrece al ser humano por medio del Espíritu Santo, actúa en virtud de los méritos de Jesucristo.
Como comentaba anteriormente el Señor, con un gran sentido común, les hace observar que le diablo no se destruiría a sí mismo, ni tan siquiera intentaría debilitar su poder perdiendo posiciones conquistadas; por ello, si no estuvieran tan cargados de perjuicios, sería fácil comprender que sólo puede expulsar el mal, Aquel que se mueve a través de la Verdad y el Bien, porque lo posee.


  Pero por encima del tono polémico que se distingue en este pasaje evangélico, se puede apreciar una enseñanza clara: Desde el pecado original el demonio ha estado fuerte y bien armado, dominando y esclavizando al hombre. Para unos ha sido la ceguera hacia las cosas de Dios; para otros la mudez que no les permite transmitir la verdad revelada; para muchos, la parálisis que les postra en el lecho del egoísmo y los vicios, complicando su acercamiento a Dios. Pues bien, la venida de Jesucristo nos demuestra que el Señor ha sido mucho más fuerte, y que su poder salvífico ha vencido al demonio consiguiendo desalojarlo de ese lugar que es nuestra alma, donde él se había señoreado. Pero porque Dios ama al hombre y el amor siempre debe ser correspondido desde la libertad, nuestro Padre nos exige que hagamos de nuestra casa liberada, el Reino de Cristo.


  Antes del Bautismo, todos hemos sido ese lugar donde ha habitado el diablo a través del pecado original; pero después de las aguas bautismales, con la venida del Espíritu Santo, nos hemos convertido en Templos del Señor. La sangre de Cristo ha sido el rescate pagado por el Hijo de Dios para liberarnos del mal; y ya que su sacrificio arrojó de nuestros corazones al demonio, debemos esforzarnos al máximo, con su ayuda, para no deshonrarlo y, con nuestras malas obras, rechazar voluntaria y obstinadamente su Gracia.


  Hoy, como ayer, ante los hechos realizados y los milagros manifiestos, se alzan y se alzarán aquellas voces que pretenden minimizar el sentido sobrenatural y la acción divina sobre la realidad cotidiana. Nada ha cambiado, por eso desde el Evangelio, Jesús sigue repitiéndonos aquella frase que, a parte de un recordatorio, debe ser una advertencia en nuestra vida, sosteniéndonos en la lucha diaria: “El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge, desparrama”.