19 de marzo de 2013

¡Querido san José!

  A pesar de que, por vuestras indicaciones, los artículos han quedado convertidos en unas nociones sobre la Sagrada Escritura, no he querido dejar pasar este día sin escribir unas palabras sobre un hombre sencillo, a los ojos de los hombres, y de una importancia sublime en la presencia de Dios: san José.


  Poco nos dice el Evangelio sobre él, pero basta un epíteto muy usado en la Escritura para definir un compendio de virtudes: era un hombre justo. Ser justo era ser fiel a Dios, cumplir con el Señor, ser bueno y misericordioso y estar dispuesto a aceptar su voluntad. También nos consta que era un hombre enamorado de María, porque ante la evidencia que se le presentaba decidió buscar la mejor solución para que la Virgen  no sufriera ningún mal, ninguna vejación, ningún dolor.
Frente a esos momentos de tribulación donde su mente debía debatirse entre la duda ilógica y la certeza de la virtud probada, José decidió buscar el mejor camino para no herir a nadie, aunque en la separació de la esposa, su corazón se desangrara poco a poco.


  Pero Dios, que lo ha probado en la dificultad, le ofrece el bálsamo del conocimiento en las palabras del ángel que le revelan la misión, la vocación con la que el Señor lo ha llamado a su servicio: él será el custodio de María y de su Santísimo Hijo, Jesús.
Él, un pobre varón israelita cuyo mayor valor es su amor incondicional a Dios. Él, un artesano del pueblo cuya virtud es la fidelidad al designio divino. Él, un hombre enamorado, dispuesto junto a su esposa a renunciar, por amor a Dios,  a los legítimos placeres del matrimonio, consagrándose al Señor.
Él, que ha sido capaz de darle al Altísimo lo mejor de sí mismo, recibe del Altísimo lo mejor de Dios: a Sí mismo encarnado en María Santísima.
El propio Dios hecho hombre se somete, en su humanidad, a la protección, a la educación y al servicio de un varón de virtudes llamado José.


  Por eso, para la Iglesia que es la Familia de Dios, el Pueblo de Dios, el Cuerpo de Cristo, san José es y será eternamente el gran patriarca que sigue custodiando, con fuerza y amor, a cada uno de sus miembros.
Será el artesano que comprende las fatigas del trabajador; el pequeño empresario que sufre "las crisis del mercado"; el marido que busca la mejor manera de hacer felices a los miembros de su familia, intentando superar los momentos difíciles a los que, a lo largo de su vida, tuvo que enfrentarse. Y sobre todo, será el hijo de Dios fiel a los planes divinos que une su voluntad a la del Padre, no por comprensión sino por fe en la Palabra revelada; por confianza en ese Dios que no puede ni engañarse ni engañarnos. Si, José es nuestro protector porque ha sido, en parte, cada uno de nosotros. Nos entiende, nos comprende y nos anima a elevarle una sentida oración. San José es un regalo de Dios al hombre para que interceda en Cristo por todos nosotros. ¡No desaprovechemos la ocasión!