10 de marzo de 2013

El pistoletazo de salida

De lo que vamos a hablar aquí, no es de un compendio completo y sesudo para profundizar en los entresijos de la Sagrada Escritura, sino que más bien quiere ser “el pistoletazo de salida” para que cuando comencéis a leer la Biblia, podáis entenderla y situarla en la perspectiva literaria e histórica que le corresponde; complementando su lectura con aquella Tradición apostólica que nos acompaña y el Magisterio de la Iglesia que nos complementa.

  Dicen grandes santos que para estudiar la Biblia hay que tener el mismo Espíritu que la inspiró; es decir, hemos de tener el don de la fe, ya que sólo así seremos capaces de dar luz y sonido a la llamada que Dios nos hace desde sus páginas. Por eso estudiar la Biblia no es rebuscar en la historia ni empeñarnos en dar respuestas certeras ante la incredulidad del mundo, sino aceptar la Palabra de Dios y con Él buscar las respuestas a nuestra propia existencia.

  Partiendo de una concepción cristiana de la vida que, como hemos repetido en innumerables ocasiones, es la única que da respuestas coherentes y con sentido al ser humano, podemos afirmar que Dios, que lo ha creado todo, da a los hombres testimonio perenne de Sí mismo en las cosas creadas. De ahí que el hombre, desde siempre, ha buscado a Dios, y ha creído encontrarlo en todo aquello que le trascendían –el sol, la luna o las  tempestades- Pero el conocimiento de su limitación, de la dependencia de su ser creado ante un Ser creador no le daba argumentos para llegar a alcanzar el misterio que le superaba.

  Así, el Señor, sabedor de nuestra naturaleza herida, y por consiguiente, de  la imposibilidad de alcanzar un total conocimiento divino sobre la salvación sobrenatural, dispuso revelarse a Sí mismo y darnos a conocer el misterio de su voluntad; mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, el Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo. Esa es la culminación de la Revelación Divina: Cristo. Él es el Verbo, la Palabra que se nos entrega. Todas las restantes manifestaciones de Dios, son el camino pedagógico de preparación para comprender esa realidad.

  Este plan de revelación se realiza con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina; y los hechos significados por las palabras y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas. De esta manera, el encuentro de Dios con el hombre no sólo tiene lugar en la historia sino que se realiza por la historia; por medio de acontecimientos y acciones que después son explicados por medio de las palabras. Dios mismo, en el monte Sinaí, cuando pronunció su nombre ante el pueblo: “Yo soy Yahwe, tu Dios” y antes de dar los Mandamientos en las tablas de la Ley, les recuerda: “Yo soy Yahwe, tu Dios, el que te sacó de Egipto, de la esclavitud”. Vemos que Dios para explicar su nombre, para revelarnos quien es, no acude a una elocubración intelectual complicada y misteriosa acerca de su naturaleza, sino que hace referencia a su acción, recién cumplida, de la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud. Por eso, la historia no es reveladora por sí misma sino cuando viene acompañada de la palabra, que descubre el significado de lo que acontece. También Jesús nos lo mostró en el lavatorio de los pies a sus discípulos en la última cena: Jesús actuó y luego nos explicó su actuación; pudiendo decir que la Biblia es una historia que habla.

  Es por ello que la Revelación sobrenatural debe leerse completa para poder entender su significado, ya que el Antiguo Testamento es preámbulo del Nuevo Testamento, donde culmina y se cumple. Gracias a la instauración del nuevo orden –Nuevo Testamento- los grandes misterios con los que Dios fue gradualmente preparando a la humanidad, se volvieron luminosos en su cumplimiento; abriéndose  a la razón un nuevo e insospechado sentido de las verdades  propuestas en el Antiguo Testamento  -tanto lo que hemos de creer como lo que hemos de practicar-   comprobando que entre ambos testamentos no puede darse ni oposición ni ruptura.

  Así veremos en los holocaustos y demás sacrificios del Antiguo Testamento la figura de la inmolación de Cristo, ofreciéndose como víctima eterna al Padre para nuestra salvación;  la circuncisión -que era la ceremonia que establecía la pertenencia al pueblo de Israel- es imagen del sacramento del Bautismo, que introduce al hombre en la Iglesia de Cristo; las purificaciones de la Ley preanunciaron el sacramento de la Penitencia; el Sábado, instituido como descanso divino en la antigua ley es actualizado en la nueva mediante el Domingo;  y el mismo Pueblo de Israel, con sus instituciones y realidades, fue una preparación de la Iglesia, representada a su vez por el Arca de Noé. Como veremos más adelante, todos los acontecimientos y realidades testimoniadas en el Antiguo Testamento son asumidos en el Nuevo, dándoles la totalidad de su sentido.

  La verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos ha manifestado por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la Revelación. Por eso Dios manifiesta una revelación natural en todo aquello que trasciende a las cosas creadas y que el hombre ha buscado dentro y fuera de sí desde todos los tiempos; dándose a conocer en una revelación sobrenatural, que comenzó cuando habló personalmente a nuestros primeros padres, ya desde el principio. Después de su caída, no los abandonó sino que los alentó a la esperanza de la salvación con la promesa de la Redención, teniendo incesante cuidado del género humano, para dar vida eterna a todos los que buscan la salvación con la perseverancia de sus buenas obras.

  Llamó a Abraham para hacerlo padre de un gran pueblo, al que luego instruyó por los Patriarcas, por Moisés y los Profetas, que le reconocieron como Dios único, vivo y verdadero, Padre providente y Juez justo; para que esperaran al Salvador prometido y, de esta forma, a través de los siglos, preparar el camino del Evangelio, mediante una revelación histórica y temporal. Y eso lo hizo Dios hablando muchas veces y de diversas maneras a través de los Profetas, hasta culminar en su Hijo, el Verbo eterno, que ilumina a todos los hombres manifestando los secretos de Dios. ¿Y alguna vez nos hemos preguntado porqué quiso Dios que su revelación fuera a través de la palabra hablada y luego escrita, culminando en la voz totalmente reveladora de su Hijo?

  Una de las características más importantes del ser humano - aparte de la inteligencia,  la voluntad y la libertad  que lo diferencian de los animales y le hacen observar en sí mismo la imagen de Dios –  es su capacidad de hablar, de exteriorizar y compartir su intimidad a través de la palabra. No podemos olvidar que la segunda persona de la Trinidad es el Verbo, por tanto la palabra se da al hombre en el momento de la creación como imagen de la Palabra divina; y así la persona humana adquiere la capacidad de ser el que manifiesta libremente a otro, su ser.

  La palabra es, a su vez, información: sobre cosas, hechos, acontecimientos; pudiendo  decir que esa parte es la más objetiva, recurriendo a ella las ciencias, la didáctica y la historiografía. Pero también es expresión: ya que con la palabra expresamos nuestra interioridad, nuestro mundo más íntimo. Es la función subjetiva del individuo y es propia de la memoria, las confesiones y la lírica. Y para finalizar no podemos olvidar que la palabra tiene una función intersubjetiva, de llamada, de descubrimiento de uno mismo al otro provocando una respuesta, y por ello argumenta, persuade o enfatiza. O sea, tiende a una comunicación que llama a la comunión.

  Es por esta circunstancia por la que no debe extrañarnos que en su Revelación, Dios haya escogido la transmisión a través de la palabra; de una palabra divina que busca informar, expresarse y llamarnos a la comunión con Él en la culminación de la Encarnación del Verbo, donde conocemos a Dios mismo a través de su Hijo que es el verdadero conocimiento divino. Es decir, Dios ha hablado al hombre con palabras humanas, para que nadie pueda decir que no entendió el mensaje cuando nos invitó a la unión con Él, ya que la Revelación siempre llama a la comunión porque es una automanifestación de Dios en una confidencia de amor. Así la Biblia no es sólo información o expresión, sino la llamada de Dios al hombre, a través del Libro Sagrado, para que parta a la búsqueda de su conocimiento y llegue al encuentro de la unión con Él.