25 de marzo de 2013

¡Más Biblia!

     Es así como el Espíritu Santo –autor principal de la Biblia- pudo y puede guiar al autor humano en la elección de unas expresiones que manifiesten una verdad, de la cual ni el propio escritor percibía en toda su profundidad. Por ejemplo, en la profecía de Isaías sobre el Enmanuel “Dios con nosotros” sólo a la luz del Nuevo Testamento, a través de Mateo, se comprenden las palabras del profeta y se nos confirma que se trataba de Jesucristo, que es “Dios hecho hombre con nosotros”. Por eso, la Sagrada Escritura debe leerse entera, ya que cada libro ilumina el anterior; y de esta manera, al conocer la forma de pensar, de hablar o de narrar, que los hagiógrafos solían usar en aquel tiempo y el posterior cumplimiento de las promesas mesiánicas, nos será más fácil descubrir el fondo del mensaje teológico que querían transmitirnos; siendo capaces, por ello, de actualizar su mensaje a nuestro tiempo, con mejores traducciones, salvando la fidelidad original y enriqueciendo la comprensión de los lectores bíblicos.

   Si eso se desconoce, es un absurdo intentar leer la Biblia y comprenderla con el lenguaje y la ideosincracia actual, ya que hay que recordar que la verdad y la exactitud empírica (demostrable y evidente) son dos cosas distintas. La historia se vive con una trama de experiencias que se entrelazan, desempeñando la subjetividad del que escribe un papel esencial, ya que interpreta esas experiencias para hacerlas inteligibles; y  así es como el narrador permite a los hombres de hoy revivir en la imaginación esos acontecimientos. Pues bien, Dios permitió que cada escritor sagrado transmitiera la verdad divina a su modo y con sus palabras, iluminando su entendimiento y su voluntad para hacernos llegar un mensaje de salvación, un mensaje teológico. En ningún momento los hagiógrafos intentaron hacernos llegar un tratado de historia, aunque contenga muchos datos históricos; a ellos no les importaba buscar una certeza de datos  que permitiera en los siglos venideros una localización exacta. Ellos escriben para su pueblo, para enviarles el mensaje de Dios, que es de esperanza y salvación, en un momento crítico de su historia.

   Cuando en el Nuevo Testamento culmina la Redención con la venida de Cristo, Éste envía a sus apóstoles y a sus discípulos  a predicar al mundo el cumplimiento de todo lo que Dios había prometido –el Evangelio- y de esta manera cuando el Señor asciende al cielo y reciben el Espíritu Santo, los apóstoles comienzan esa transmisión oral –esa predicación- que debe conservarse como sucesión continuada. Y así amonestan a los fieles a que conserven las tradiciones que han aprendido de palabra; muchas de las cuales se pusieron por escrito en los evangelios y otras fueron plasmadas, posteriormente, por los padres primitivos (Papías, Ireneo, Clemente…125 d. C.). Todo esto germinó en una profunda y rica tradición apostólica, donde no sólo los apóstoles sino también sus sucesores recibieron el don del Espíritu formando la Iglesia primitiva, el Reino de Dios en la tierra, el Pueblo de Dios, el Cuerpo de Cristo donde quiso quedarse para siempre entre nosotros, recibiendo la luz para entender, aplicar y desarrollar la transmisión de la Redención, la historia de la salvación –el Antiguo y el Nuevo Testamento-.

   Por eso la Biblia y la Tradición sólo pueden ser leídas bajo la luz del Espíritu dado a la Iglesia que ilumina la oscuridad que a veces puede surgir en los textos sagrados. Pongamos por ejemplo que un dentista desea escribir un libro y dirigirlo a sus pacientes, para que comprendan lo que realiza en su boca y  pierdan el miedo cuando acudan a su consulta. Es evidente que tendrá que hacer muchos pie de pagina y muchísimas explicaciones para que, al usar una palabra técnica o transcribir un tratamiento, sea comprendido por sus lectores.

   La Iglesia es la directa descendiente de los Apóstoles que compartieron la vida de Jesús y desde los principios guarda los depósitos primitivos de la fe iluminada por la luz del Espíritu Santo; por eso la Biblia no se puede interpretar como uno quiera, sino a la luz de la recomendación de la Iglesia que lleva siglos estudiando y trabajando los textos bíblicos y los escritos patrísticos que informan sobre la iglesia primitiva y sobre la propia vida apostólica. De esta manera, si no queremos equivocarnos, siempre deberemos tener presente que la Revelación divina  nos ha llegado por medio de la Iglesia, a través de la Biblia y de la Sagrada Tradición.

   Hemos pasado años discutiendo si los evangelios se escribieron en el año 50, 80 ó 90; si lo escribieron propiamente los evangelistas, por ejemplo san Juan, o si por su ancianidad se lo transmitió a su discípulo y éste lo escribió. ¡Qué más me da! Si cuando se escribieron –fieles a la tradición oral que se transmitía- todavía estaban vivos muchos testigos de la vida, muerte y resurrección de Cristo; coincidiendo con  la predicación de los propios Apóstoles. Si hubieran mentido, los mismos testigos les hubieran hecho destruir los textos que iban a servir para las Iglesias que fundaban. Se escribió para que, al morir ellos, no finalizara la transmisión oral del Evangelio, escrito después del conocimiento y la certeza de la Resurrección de Cristo y por ello con la fuerza del Espíritu que daba luz a las palabras del Maestro. Y recordemos que por mantener vivo ese mensaje no les daban, a la comunidad primitiva, ni propiedades ni títulos; sino que sufrieron persecución, primero de los judíos y posteriormente de los romanos.

   En la historia nunca hay una certeza, sino una confianza en aquel que la transmite y en nuestro caso, por ser el autor Dios mismo a través de la palabra humana, no tenemos ninguna duda de su veracidad. Por eso nos dice la Iglesia que sólo desde la fe podemos entender el mensaje cristiano, aunque para que tengamos la seguridad de que no nos encontramos ante una sumisión indemostrable –como el Corán en la religión musulmana-  y para ayudar a nuestra incredulidad, Dios ha situado su mensaje y sus personajes, datándolos de sentido histórico en la propia historia y a través de ella; confirmada por el testimonio de todos aquellos manuscritos y documentos que se han encontrado en distintas épocas y que relacionaremos en el capítulo final.

   Esa confianza ante la palabra inspirada, entendiendo que la inspiración no fue un dictado donde Dios se ha servido de los hombres como meros instrumentos materiales, sino una colaboración donde se ha respetado la personalidad del autor humano; ha permitido localizar, en el estudio de la misma, diferentes estilos, lenguajes y cantos propios del momento, la situación y la personalidad del autor. Así como aquella luz que los guió para que encontraran, en el patrimonio de la tradición, aquellos escritos donde beber y escoger lo adecuado para la transmisión del mensaje divino.

   Por tanto, diremos que la inspiración divina se extiende a todas las facultades de los hagiógrafos: a su fantasía, a su sensibilidad, a todo el contenido de la obra –ideas y palabras-  y aquellas personas que contribuyeron a la formación del escrito, no sólo al redactor final. Así manifestamos que, como la Biblia está inspirada por Dios, se concluye que es verídica; aunque la verdad de la Biblia esté orientada a la salvación, es decir, a la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para nuestra salvación. Y esta verdad no es sólo histórica, ni científica sino salvífica. Por ejemplo:  en la genealogía de Jesús, al comienzo del evangelio de Mateo, se cuentan, desde Abraham hasta Jesús, tres veces 14 generaciones y esto desde el punto de vista histórico es inexacto; sin embargo, esta genealogía es verdadera ya que su autor lo único que quería transmitirnos era la mesianidad davídica de Jesús. Decía Galileo “En la Biblia, el señor quiere revelarnos cómo se va al cielo, no cómo va el cielo”. Justamente los problemas de Galileo provinieron de una lectura literal por parte de los eruditos de la época.

   De esta manera la Iglesia, desde su etapa primitiva, escogió por la luz del Espíritu, todos aquellos libros inspirados que formaron el conjunto de los escritos bíblicos; y así nos encontramos con los protocanónicos, que siempre y en todas las comunidades cristianas se tuvieron como inspirados y con los deuterocanónicos, que no estuvieron, en un principio, incluidos en el canon. Los judíos, los protestantes y los testigos de Jehová no admiten los deuterocanónicos del Antiguo Testamento. Los judíos alegan, en muchos de ellos, que no pueden ser sagrados ya que no se escribieron en su forma original en hebreo, o bien, por que no se escribieron en suelo de Palestina –única lengua santa y único suelo donde Dios puede revelarse, según ellos- Pero la Iglesia siempre ha admitido aquellos escritos que desde la apostolicidad del Nuevo Testamento, es decir desde la tradición divino apostólica, se admitieron en el canon, ya que en tiempo de Cristo se hablaban en común el hebreo, el arameo y el griego. Por tanto Juan, Pablo y Pedro aprobaron y reconocieron el canon tal y como apareció en la versión de los Setenta.
  
   La Iglesia recibió, a través de los Apóstoles, la verdad acerca de la inspiración de los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, por eso el canon de la Biblia pertenece a la Tradición apostólica que así lo estableció a través de diversos  criterios:
a-   El origen apostólico: Sólo se incluyeron en el canon los que se remontaban al círculo de los Apóstoles o de sus colaboradores: Marcos, Lucas…
b-   Ortodoxia: Se incluyeron todos los escritos inspirados que demostraron que estaban en conformidad con la tradición oral y con la auténtica predicación mantenida a lo largo de los siglos.
c-    Catolicidad: Se han mantenido sólo los libros que se consideraron inspirados en todas o casi todas las Iglesias primitivas. Fueron excluidos los que sólo fueron aceptados por algunas iglesias.
d-   Criterios geográficos: Los textos siempre se difundieron donde lo hizo el cristianismo. Así si comprobamos que una transcripción es idéntica en Alejandría, Cesárea, Antioquía, Lyon, Cartago… es evidente que esa variante será la que habrá que preferir.
e-   Criterio genealógico: Si una variante se demuestra que ha dado lugar a otras, decimos que esa variante es la variante original.
f-     Criterio literario-estilístico: Cuando entre diversas variantes una de ellas es más próxima al estilo, intención y contenido teológico del autor sagrado (hagiógrafo), ésta es la que debemos tomar como auténtica.
 Quedando el Canon católico establecido de la siguiente manera:

LIBROS DEL ANTIGUO TESTAMENTO:
-HISTÓRICOS
-POÉTICOS Y SAPIENCIALES
-PROFÉTICOS

HISTÓRICOS:
Génesis
Éxodo
Levítico                              PENTATEUCO
Números
Deuteronomio
Josué
Jueces
Rut
4 Libros de los Reyes (1,2 Samuel-1,2 Reyes)
2 de Crónicas
Esdras
Nehemías
Tobías
Judith
Ester

POÉTICOS Y SAPIENCIALES:
Job
Salmos
Proverbios
Eclesiastés
Cantar de los Cantares
Sabiduría
Eclesiástico

PROFÉTICOS:
Isaías
Jeremías                  Lamentaciones
Ezequiel                   Baruc
Daniel

12 profetas menores:   
Oseas
Joel
Abdías
Jonás
Miqueas
Nahun
Habacuc
Sofonías
Ageo
 Zacarías
 Malaquías
1,2 Macabeos (están en proféticos pero se consideran históricos)




NUEVO TESTAMENTO:

EVANGELIO:   
    Mateo
    Marcos
    Lucas
    Juan
HECHOS DE LOS APÓSTOLES
CARTAS DE SAN PABLO:   
Romanos
                          Corintios (1,2)
                          Gálatas
                       Efesios   
                          Filipenses
                          Colosenses
                          Tesalonicenses (1,2)
                          Timoteo (1,2)
                          Tito
                          Filemón
                          Hebreos
                          Santiago
CARTAS DE SAN PEDRO (1,2)
CARTAS DE SAN JUAN (1,2)
CARTAS DE SAN JUDAS
APOCALIPSIS

   Los protestantes, al prescindir de la autoridad del Magisterio, desarrollaron para el canon criterios subjetivos.
  
Es importante entender que, desde los orígenes del ser humano, éste ha necesitado una ayuda, una enseñanza, un magisterio –por eso la carrera de profesor tiene esa denominación-, para llegar a ser lo que está llamado a ser; ya que no nacemos enseñados por una genética determinante,  con nuestra finalidad impresa en el código genético como los animales, sino que nos desarrollamos, en libertad, a través de la cultura transmitida por aquellos que forman parte de nuestro entorno social.  Por eso, no debe resultarnos tan extraño que Dios decidiera que su Revelación se realizara de la misma manera, a través del Magisterio de la Iglesia que nos hace llegar el verdadero conocimiento de la Palabra de Dios.
 
   Y aunque es cierto que el Espíritu Santo ha guiado y guía a la Iglesia desde su composición, ésta ha estudiado en profundidad la veracidad de los diferentes textos que han llegado a sus manos para poder, a través de una explicación razonable y razonada, facilitarnos la aceptación del acto de fe ante el mensaje divino.

   Es por eso, porque todos somos Iglesia, que estamos aquí; no sólo para aprender, entender y estudiar la Revelación en Cristo, una de cuyas partes es la Biblia, sino para responder a la llamada que, desde su Palabra escrita, nos hace Dios. De esta manera espero que todos seáis conscientes de la responsabilidad que adquirimos al intentar, en el fondo, hacer de estas clases, transmitidas a través de este libro, unos ratos de meditación explicada que se conviertan y nos conviertan en verdaderos testigos de Jesucristo para el mundo y así responder a aquella llamada que nos hizo antes de partir al Padre: “Ir y predicad al mundo”.