23 de marzo de 2013

¡Nada es inútil!

Evangelio según San Juan 10,31-42.


Los judíos tomaron piedras para apedrearlo.
Entonces Jesús dijo: "Les hice ver muchas obras buenas que vienen del Padre; ¿Por cuál de ellas me quieren apedrear?".
Los judíos le respondieron: "No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino porque blasfemas, ya que, siendo hombre, te haces Dios".
Jesús les respondió: "¿No está escrito en la Ley: Yo dije: Ustedes son dioses?
Si la Ley llama dioses a los que Dios dirigió su Palabra -y la Escritura no puede ser anulada-
¿Cómo dicen: 'Tú blasfemas', a quien el Padre santificó y envió al mundo, porque dijo: "Yo soy Hijo de Dios"?
Si no hago las obras de mi Padre, no me crean;
pero si las hago, crean en las obras, aunque no me crean a mí. Así reconocerán y sabrán que el Padre está en mí y yo en el Padre".
Ellos intentaron nuevamente detenerlo, pero él se les escapó de las manos.
Jesús volvió a ir al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había bautizado, y se quedó allí.
Muchos fueron a verlo, y la gente decía: "Juan no ha hecho ningún signo, pero todo lo que dijo de este hombre era verdad".
Y en ese lugar muchos creyeron en él.



COMENTARIO:


  El mensaje de Jesús vuelve a resonar en el Evangelio de Juan, manifestando que los hombres sólo pueden conocer la identidad sustancial entre Cristo y el Padre por revelación divina; a pesar de que les recuerda que todos los milagros que ha realizado son testimonio de Dios sobre Él, ratificando su condición de Mesías prometido.


  Los judíos, que partían de perjuicios  preconcebidos que les cegaban la razón, entendieron que el Señor blasfemaba acusándolo de que, siendo hombre, se hacía Dios. Pero Jesús, con paciencia y argumentos, a pesar de conocer la obcecación de los que le rodean, les rebate la acusación con dos argumentos: Las profecías del Antiguo Testamento que hablaban de Él, y el de sus propias obras sobrenaturales. También les cita el Salmo 82, en el que Dios reprochando a unos jueces su actuación injusta les recuerda:

“Dios se levanta en el consejo divino,
Juzga en medio de los dioses:
“¿hasta cuando juzgaréis injustamente
Y aprovecharéis a los impíos?
Defended al débil y al huérfano,
Haced justicia al pobre y al necesitado.
Poned a salvo al débil,
Librad al desvalido de la mano de los impíos”
Pero ellos no saben ni disciernen,
Caminan en tinieblas,
¡Se conmueven todos los fundamentos de la tierra!
Yo os digo:”Vosotros sois dioses,
Todos vosotros hijos del Altísimo.
Pero moriréis como todos los hombres,
Caeréis como cualquier príncipe”
¡Levántate, Oh Dios! Juzga la tierra,
Porque Tú eres el Señor de todas las naciones.”


  Si según este Salmo, los hijos de Israel son llamados dioses e hijos de Dios, con cuanta mayor razón ha de ser llamado Dios Aquel que ha sido santificado y enviado por el Padre. La naturaleza humana de Cristo, al ser asumida por el Verbo de Dios, quedó santificada plenamente; y por ello el Señor es el Santo de los Santos, santificando también en su humanidad a todos los hombres. Cada uno de nosotros, a través del Bautismo, nos unimos a Jesús que ha ganado nuestra libertad al alto precio de su sangre. Ese Señor, que sin dejar de ser Dios, se hizo hombre para que el hombre se deificara y aceptara libremente su salvación.


  Pero es cierto que en contraste con la oposición de unos, está la adhesión de todos aquellos que han sabido abrir los ojos del corazón y descubrir, por la fe, la divinidad que se esconde en la humanidad del Hijo de Dios.
Muchos de ellos son el fruto de la actividad preparatoria que san Juan Bautista llevó a cabo hasta los últimos momentos de su cautividad. Aquellos que habían aceptado las palabras del Precursor, descubrieron en el encuentro con el Maestro, su cumplimiento; poniendo punto y final a la búsqueda del Mesías que les habían prometido las antiguas profecías de Israel.


  Tras leer este Evangelio, hemos de ser más conscientes que nunca de la importancia que tiene la labor a la que hemos sido llamados; recordando que todo el trabajo que hacemos en nombre del Señor nunca será inútil. De la misma manera que la palabra y el ejemplo del Bautista sirvieron para que creyeran muchos en Jesús, el ejemplo apostólico que nosotros podamos transmitir como cristianos convencidos y responsables, a pesar de nuestros defectos y debilidades, nunca quedará baldío  porque es fruto de la Gracia recibida en el sacramento del Bautismo. Aunque, efectivamente, muchas veces nos puede parecer, como seguramente le pasó a Juan, que el alma de los que nos escuchan no está todavía preparada para recibir la semilla de la fe, nuestro mensaje puede ser el pistoletazo de salida en una carrera de relevos donde otros conseguirán ver los frutos. No podemos desanimarnos nunca, porque tenemos la certeza de que somos apóstoles al lado de Jesús; y con Él todo es posible, hasta lo más imposible: ser cada uno de nosotros ese puente que ayuda a cruzar a nuestros hermanos hacia la completa Felicidad que se encuentra al lado de Dios