9 de marzo de 2013

¡La oración es humilde!

Evangelio según San Lucas 18,9-14.
Y refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola:
"Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano.
El fariseo, de pie, oraba así: 'Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano.
Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas'.
En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: '¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!'.
Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado".



COMENTARIO:


  San Lucas, en su Evangelio, nos presenta la parábola del fariseo y el publicano con la que Jesús quiso transmitir a sus discípulos la actitud fundamental de un cristiano, cuando quiere hacer oración.
Orar es dialogar de forma íntima con Aquel al que conocemos, amamos y tratamos; ante el cual el ser humano manifiesta su confianza, su temor y su abatimiento. Le dirigimos nuestras peticiones y súplicas, mientras nuestro Padre Dios, nos interpela. Orar no es otra cosa que hablar, decir, expresar las razones; y por eso cuando el hombre reza revela su ser, manifestándose como es.
Es un yo que se dirige a un Tú, y entre los dos se establece un verdadero intercambio: una comunión.


  Por eso la vida de oración es estar habitualmente en presencia de Dios, tres veces santo, con una actitud de fe y perseverancia; pero sobre todo, y este es el fondo de la parábola: con humildad.
Debo comprender quién soy yo delante del Señor; su grandeza frente a mi pequeñez; la total necesidad que tengo de Él y como Él salva esta distancia enorme que nos separa, si yo le dejo actuar en mi alma.
Es una humildad audaz, osada y atrevida, que no se fía nada de sí misma, porque conoce lo poca que es, pero se fía totalmente de Dios. Y esa virtud, como siempre, nos llevará a las siguientes que también deben acompañar a la oración: la docilidad, la confianza, el abandono, la sencillez, la sinceridad…Por eso la humildad es la base de la oración, donde el hombre se reconoce un mendigo que no sabe pedir lo que le conviene y abre su corazón para recibir, gratuitamente, el don de la oración: la Gracia.


  La parábola de Jesús, como todas ellas, ejemplifica el mensaje que nos quiere transmitir, a través del fariseo y el publicano, para hablarnos de dos maneras opuestas de hacer oración. El primero está satisfecho de sí mismo; jactándose ante Dios de todo lo bueno que hace. No ve en sí pecado alguno y, por tanto, no tiene ninguna necesidad de arrepentirse. Cumple sus obligaciones religiosas más allá de lo establecido y ayuna dos veces a la semana, cuando los rabinos sólo establecían que fuera una vez. Pero el fariseo tiene un grave problema, y es que su oración no se dirige a Dios; sino que es una reafirmación de sí mismo que le lleva, a través de su orgullo, a despreciar a los demás.


  En el polo opuesto está el publicano, que reconoce humildemente su indignidad, su poquedad y es de este reconocimiento de donde surge la manifestación que busca al Señor, a través de las miserias humanas, con un corazón contrito: el arrepentimiento. Sólo desde esta disposición, el hombre que se considera un pecador, porque todo hombre lo es, confía sólo en la misericordia divina para recuperar el perdón y regresar al lado de Dios.
Por eso el publicano baja del templo justificado, perdonado; porque ha sabido abrir su alma al Señor y mostrarle, en realidad, su contenido; permitiendo que la Gracia divina lo inunde, lo limpie y le permita compartir la intimidad divina.


  A partir de aquí, comprenderemos que no podemos amar a Dios en la oración sin amar, inseparablemente de Él, a todos aquellos que El ama inseparablemente de nosotros. Tenemos que amar a Dios, al amar a nuestro prójimo. La experiencia de la vida y oración en la Iglesia es, en resumidas cuantas, la experiencia de la inseparabilidad de estos dos amores.