2 de mayo de 2013

¡Las cosas pequeñas!

Del santo Evangelio según san Mateo 13, 54-58


En aquel tiempo viniendo Jesús a su patria, les enseñaba en su sinagoga, de tal manera que decían maravillados: «¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros? Entonces, ¿de dónde le viene todo esto?» Y se escandalizaban a causa de Él. Mas Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio». Y no hizo allí muchos milagros, a causa de su falta de fe.



COMENTARIO:


  Aquí san Mateo, en su Evangelio, nos manifiesta la realidad que vivió Jesús entre los suyos, entre los más próximos que habían compartido a su lado treinta años de existencia.
Los vecinos de Nazaret no conocían el misterio del Señor, y no cabe duda que la familiaridad que habían tenido con Él, les dificultaba muchísimo reconocer su trascendencia y el carácter sobrenatural de su misión.
Este hecho se ha repetido muchas veces, en la historia de la Iglesia, entre aquellos santos que, por vivir la vida ordinaria de forma extraordinaria, han tenido han tenido que soportar las incomprensiones, los celos y las envidias de los que caminaban junto a ellos.



  Como ya sabemos, porque el Maestro nos lo ha testimoniado en innumerables ocasiones, no es la fe el resultado de la certeza que se vive en la presencia del milagro, sino que es la confianza ciega en la voluntad divina la que, por amor, obra el milagro. De esta manera, no debe extrañarnos que en este pueblo de Galilea, donde la incredulidad de sus gentes era la actitud más común frente al descubrimiento de la naturaleza divina de Jesús, fuera casi imposible realizar cualquier prodigio. No porque Cristo no pudiera, sino porque el verdadero motivo, la causa que movía al milagro, no se daba.
El Señor no es un prestidigitador que contenta a su público, sino el Salvador que con sus palabras cambia los corazones y los abre para que la semilla de la Redención de frutos de santidad. 



 Vemos que san Mateo nos hace llegar, y es el único lugar donde aparece, la profesión que tuvo san José y que, como era común en la época, le transmitió a su hijo Jesús. Es importante saber, para no caer en errores de ideologías materialistas, que en aquellos momentos la consideración social de los artesanos no estaba catalogada entre las más humildes ni eran considerados como los jornaleros o los “pobres de la tierra” ni, obviamente, se asociaba a los terratenientes ni los poderosos que tenían un peso específico en Israel. No; el trabajo del Maestro era similar y semejante en posición al que realizaban la mayoría de los Apóstoles: eran funcionarios, pescadores, dueños de pequeños negocios, etc. Por eso, la vida laboral de Jesús es también una revelación para nosotros y así nos lo hicieron notar los primeros escritores cristianos.
La Iglesia desarrolló toda una teología del trabajo basada justamente en el hecho de que el Señor, que hubiera podido nacer y actuar de cualquier manera para librarnos del pecado y darnos la vida eterna, decidió pasar la mayor parte de su existencia terrenal realizando un trabajo manual, con el que ayudaba a sus vecinos fabricando yugos y arados, y manteniéndose económicamente a Sí mismo y a su Santísima Madre que compartía su vida con Él.



  Si Cristo nos ha redimido con sus palabras y sus obras, está claro que el trabajo no es un castigo –lo es el cansancio, fruto del pecado original- sino un camino de santificación. Este hecho es muy importante porque choca frontalmente contra todas las filosofías que nos muestran el trabajo y su producción como camino de lucha y alienación. Cristo pasó la mayor parte de su tiempo en la cotidianidad de cualquiera de nosotros; pero la diferencia consistía en que Él hacia de su labor una permanente oración contemplativa, ofreciéndoselo al Padre y preparándose para los momentos cumbres de su misión: su vida pública, su pasión, muerte y Resurrección.
Todo en Cristo es ejemplo para nosotros y éste ha sido uno de los que más tiempo ha durado: vivir lo ordinario con la heroicidad que requiere el realizar por amor a Dios, perfección y humildad las cosas pequeñas de cada día.