14 de mayo de 2013

Seguimos con libros históricos

El valor de la Biblia es incalculable como fuente histórica, aunque conviene tener presente que la finalidad que guió a los autores sagrados fue didáctica, ya que su objetivo consistía en señalar la relación que existe entre Dios y el hombre, entre el Señor y su pueblo. Por eso las enseñanzas, formas de conducta y normas morales contenidas en el Antiguo Testamento no sólo afectan a Israel sino que, salvadas las debidas distancias culturales y temporales, tienen valor permanente para todos los pueblos.

   Los libros sagrados ofrecen una reflexión religiosa sobre la historia pasada, buscando las interpretaciones y enseñanzas que se pueden extraer de ella, y las posibles soluciones a los problemas planteados en el presente, o los que se puedan plantear en el futuro. Precisamente por no tratarse de libros de historia sin más, los libros históricos del Antiguo Testamento presentan una selección realizada con criterios más religiosos que políticos o culturales, testimoniando toda la divina pedagogía del amor salvador de Dios.

   Como ya hemos señalado anteriormente, los libros de Josué, Jueces, 1-2 Samuel y 1-2 Reyes tienen rasgos literarios y teológicos comunes que inducen a suponer que forman una obra, en cierto modo homogénea, redactada por personas pertenecientes a la misma escuela. Son los mismos rasgos que se encuentran en el Deuteronomio, por lo que se piensa que el libro del Deuteronomio fue compuesto como una gran introducción a la historia de Israel en la tierra prometida, y que después fue unida a los otros libros de la Ley. De ahí que al conjunto de esta extensa narración se le haya llamado “la historia Deuteronomista”.
  
   El conjunto de toda esta historia, terminada de escribir algo después de la cautividad de Babilonia, tenía una finalidad: explicar el destierro, el cómo y el porqué el pueblo de Israel había perdido la tierra que Dios había prometido a los patriarcas y en ellos a los israelitas. La respuesta que da es que el destierro no es imputable a Dios, sino al pueblo mismo que, por sus pecados, ha merecido este severo castigo. El Deuteronomio advertía que la posesión de la tierra estaba condicionada al cumplimiento de los mandamientos; y para que no lo olvidaran les envió los profetas, especialmente a Elías y Eliseo. Tal y como han llegado hasta nosotros los libros de la Biblia, el Deuteronomio está literalmente separado de esta historia y forma parte del Pentateuco, mientras que  los libros de Josué, Jueces, Samuel y 1-2 Reyes forman un conjunto unitario en sí mismo.

   Desde la perspectiva cristiana, la historia contenida en estos libros es contemplada como una etapa, importantísima, en la preparación llevada a cabo por Dios con el pueblo de Israel para el advenimiento de Cristo, es decir, del Mesías. Es en estos libros donde se fragua el concepto mismo de Mesías, de Ungido, como el rey ungido por Dios para traer la salvación. Desde la luz del Nuevo Testamento se comprende la importancia de la significación de la tierra prometida, como signo del descanso al que está llamada toda la humanidad: la patria celestial. Las advertencias de Moisés para entrar y poseer la tierra son actualizadas en el Evangelio por Jesucristo, nuevo Moisés, para entrar y poseer el Reino de los Cielos. Como ya hicimos con el Pentateuco, ahora voy a daros unas pinceladas de cada uno de los libros que componen los Libros Históricos  del Antiguo Testamento.


JOSUÉ: El libro de Josué es la culminación natural del Pentateuco. En él se narra la toma de posesión de la tierra prometida por parte de Israel, bajo la guía de Josué, expresada con recursos literarios propios de la épica; resaltando la importancia de la intervención divina en la conquista de la tierra, que no es fruto del esfuerzo humano y guerrero, sino que es un don de Dios. El pueblo elegido, aunque constituido por tribus, es un solo pueblo que con el auxilio del Señor  -que cumple las promesas realizadas a los patriarcas-  adquiere unido la propiedad de ese lugar. Pero como correspondencia a la fidelidad de Dios, que ha cumplido sus promesas, se reclama la fidelidad de todo el pueblo a la Alianza establecida con Él.
El libro de Josué tiene la siguiente estructura:
·         Prólogo: (1,1- 18) Enuncia los principales temas del libro.
·         I - Toma de posesión de la tierra prometida (2,1-12,24): Paso del Jordán. Circuncisión de los varones israelitas. Celebración de la primera Pascua en Canaán. Manifestación de Dios frente a Jericó.
·        II- Distribución de la tierra prometida ( 13,1-21,45) El reparto se realiza por tres etapas . 1- Moisés adjudica las tierras de la Transjordania a las tribus de Rubén, Gad y media tribu de Manasés. 2- En Guilgal se adjudican los territorios a las tribus más importantes: Judá, Efraim y la otra media tribu de Manasés. 3- Se reúnen en Siló y distribuyen el resto del territorio entre las demás tribus. Se enumeran ciudades refugio y se adjudican a los levitas.
·        Epílogo: Se recalca la continuidad entre Moisés y Josué, su sucesor. Exhortación de Moisés al pueblo para que se mantenga fiel.

   En la redacción del libro de Josué se han recogido textos y narraciones antiguas, cuya labor redaccional, que aunó todos estos relatos, fue realizada por los autores de la tradición deuteronomista. El elenco de heredades correspondiente a cada tribu, que aparece en la segunda parte, tiene su origen en documentos escritos en el sur de Canaán y pertenece a la tradición sacerdotal. Todos estos elementos fueron reunidos, y dotados de unidad, con la finalidad teológica de recordar al pueblo que Dios es fiel y siempre cumple sus promesas; así, con esa experiencia, cuando el pueblo de Israel padeció el destierro de Babilonia, pudo mantener firme la esperanza de que Dios le llevaría de nuevo al lugar de reposo que le había concedido. El libro nos dice que Israel debía entender que la tierra de Canaán, cuya propiedad reclamaba, era de Dios que la había donado a su pueblo; presentando, con singular realce, a los protagonistas de los grandes momentos de la historia que habían sido elegidos por Dios para llevar a cabo una parte de su proyecto salvífico. Y no cabe duda que uno de estos protagonistas es Josué: el fiel instrumento del que el Señor se sirvió para dar a su pueblo la tierra prometida, desempeñando la tarea que realizó Moisés en el desierto. Aunque, con todo, no hay que perder de vista que el protagonista principal es el pueblo, que se siente una comunidad santa, presidida por el Arca de la Alianza, símbolo de Dios entre los suyos.
 
   De este modo queda manifiesto que la conquista de la tierra es un don de Dios, concedido a su pueblo por medio de su siervo Josué y no por las dotes guerreras de éste, ni por el potencial ofensivo de sus armas. El texto sagrado recuerda, una y otra vez, la unidad del pueblo; ya que, aunque algunas tribus recibieron su heredad antes de pasar el Jordán, para entrar en la tierra prometida, no abandonaron a sus hermanos en la lucha por la posesión de Canaán. Y ese pueblo unido debe reconocer que hay un solo Dios, el Señor, que les ha prestado auxilio y que es el único al que deben servir.

   A la luz del Nuevo Testamento, la figura de Josué representa una verdadera anticipación profética de Jesucristo, como instrumento de Dios, para introducir al pueblo en la tierra prometida. Su nombre es idéntico al de Jesús, ya que ambos significan “Dios nos salva”; y también salvó a gentes que no formaban parte de su pueblo, como Rajab y su familia, siendo predecesor de esa salvación que Cristo trajo a Israel, haciéndola extensiva a todos los hombres y mujeres de la tierra que secundan los planes de Dios.