5 de mayo de 2013

ESTUDIO DE LOS LIBROS HISTÓRICOS:

   Hemos visto en Génesis que Dios ha creado todas las cosas, ofreciendo en ellas un testimonio de sí mismo. Que se reveló a nuestros primeros padres desde el principio y que cuando llegó el momento oportuno eligió a un pueblo al que fue preparando, guiando e instruyendo para que le reconociera a Él como Dios único y verdadero, como Padre providente, Juez justo y misericordioso y para que esperase al Salvador prometido. También hemos reconocido que este camino de salvación se realizó a través de unas etapas de la historia, hasta que llegó la plenitud de los tiempos cuando Cristo vino al mundo.

   Pues bien, el resto de los llamados “Libros Históricos” del Antiguo Testamento relatan las etapas de esa historia, los avatares  del pueblo elegido desde el comienzo de la conquista de Canaán, hasta las luchas que en el siglo II a. C. tuvieron los israelitas que entablar para defender su identidad ante los peligros del helenismo. En sus páginas observaremos elementos de gran interés histórico, pero sobre todo nos encontraremos con textos que hablan de la salvación preparada y realizada por Dios a lo largo de la historia de Israel y de la que se beneficiaron todos los hombres.

   Por eso, sin privarlos de su sentido original, la luz nueva que proyecta la fe cristiana en esos libros ayuda a verlos en profundidad situándolos en su justo camino hacia la plenitud  de la Revelación. De ahí que, para entenderlos bien, sea necesario prestar atención tanto al sentido propio de cada texto como a su significación dentro del conjunto de la manifestación del designio salvífico de Dios, que ofrece la totalidad de la Sagrada Escritura.

     La clasificación de los libros que hace la tradición cristiana, que hizo suya la clasificación griega, refleja una concepción teológica de la Escritura distinta de la que subyace en la Biblia transmitida en hebreo, (que es heredera del rabinismo y que está centrada en torno a la Ley y por ello considera al Pentateuco como la plasmación definitiva de la voluntad de Dios)  ya que considera a los primeros libros del Antiguo Testamento como el comienzo de la economía de la salvación que se cumplirá en Jesucristo.

   Como sabemos que la Revelación de Dios al Pueblo de Israel se fue realizando en diversas épocas históricas, éstas épocas responden, por ello, a lo puesto por escrito en los libros que dan testimonio de esta Revelación; de ahí que para situarlos adecuadamente, tanto en el momento en el que fueron redactados como en aquel en el que se enmarcan los relatos, será conveniente conocer, al menos,  las líneas fundamentales de la historia antigua de Israel; y eso permitirá descubrir mejor la intención con la que se escribieron, percibiendo, con más claridad, su enseñanza.

   Sólo nombraré los episodios narrados en el Antiguo Testamento de los que han quedado huellas arqueológicas, o de los que tenemos conocimiento por los documentos bíblicos más antiguos:

1.                  La tierra en la que se formó Israel: En los inicios del segundo milenio A.C. la región situada a orillas del Mediterráneo oriental era un país conocido por sus higueras, viñas, olivos y ganado. Habían poblados en las zonas más fértiles, y numerosas tribus de pastores nómadas que se desplazaban por las regiones en busca de pastos para sus rebaños. A esa región se la conocía por el nombre de Canaán, Israel o Palestina. En este territorio se podían distinguir las siguientes regiones naturales: al oeste una fértil llanura costera bañada por el Mediterráneo y al este el Valle del Jordán, que unía el lago de Genesaret con el mar Muerto; entre ambas zonas había, de norte a sur, unas colinas (Galilea), una amplia depresión (Yizrael), una zona centrada de colinas (Samaría), y una región meridional montañosa (Judea) que se hacía más desértica a medida que avanzaba hacia el sur. El cambio climático (1600-1250 a.C.) trajo una concentración de la población, y los pequeños poblados fueron abandonados por sus habitantes que se  agruparon en ciudades, situadas en las tierras bajas o en los valles que se encontraban entre montañas, más aptos para la agricultura. El sistema político era el de las “ciudades estado” donde se concentraba el comercio y hallaban refugio, cuando era necesario, las personas que vivían en los alrededores. El marco que ofrece la tierra de Canaán hace verosímil situar en esa época las narraciones bíblicas acerca de los patriarcas: Abraham, Isaac y Jacob, peregrinando por la tierra prometida en busca de pastos. Entre los años 1250 y 1050 a. C. hubo otro gran movimiento de población en esta zona, donde gentes llegadas de otros lugares comenzaron una colonización y explotación agrícola en la Palestina central. En esta época se encuadran los relatos recogidos en los libros de Josué y de Jueces, acerca del asentamiento en Canaán de unas tribus llegadas del desierto procedentes de Egipto.

2.                  El reino de Israel: A partir del año 1050 hasta el 850 a. C. se logró una plena sedentarización de la población de la zona central de este territorio, creciendo el comercio y alcanzando pleno desarrollo. En este periodo se construyó la ciudad de Samaría, que ya no era una ciudad estado sino una verdadera capital política, con los servicios públicos necesarios para organizar el comercio y la defensa de toda la zona central. En textos Asirios se denomina también a Samaría por el nombre de Israel o como el País de Omrí. También se cita a alguno de sus reyes: Ajab, Jehú y Manajem. En una inscripción de la época (estela de piedra) ya se hablaba de Yahwèh como Dios de Israel. La gran potencia de la zona era el reino asirio, a quien Samaría tenía que pagar tributo para que los dejaran tranquilos. Sin embargo, cuando subió al trono en el año 745-727 a. C. Teglatpalasar III de Asiria decidió que se anexionaría a su reino el territorio de los pueblos que no quisieran someterse, convirtiéndolos en provincia asiria, deportando a sus habitantes y repoblando la tierra de colonos traídos de diversos lugares. De esta manera se apoderó de la mayor parte de Israel, excepto de la capital, Samaría. Pero a la muerte de Teglatpalasar III, Salmanasar V su sucesor, puso cerco a la capital y al cabo de tres años (722. a. C.) Samaría se rindió quedando convertida en provincia asiria. Toda esta historia, documentadísima en testimonios extrabíblicos, es totalmente coherente con las noticias que nos transmite el libro de los Reyes.

3.                  El reino de Judá: A comienzos del siglo VII a. C., unos años después de la caída de Samaría, se produjo un considerable desarrollo de la ciudad de Jerusalén; aumentando considerablemente su población y logrando una prosperidad que la convirtió, en ese momento, en una capital importante. Su soberano entonces era Ezequías, el cual también había pagado tributo a Asiria, pero fue entre el siglo VII y el VI a C. cuando el rey de Judá, Yoyaquín, no pudo soportar el embate de las armas que le lanzó el rey de Babilonia, Nabucodonosor, que pasó a ser  -tras debilitarse el poder asirio-  un poderoso país. En el año 587 a. C. Jerusalén cayó frente a Babilonia y su rey se llevó cautivos a los personajes más importantes del reino, tanto del ámbito político como del religioso. Todo esto motivó, al ser deportada la población autóctona, que sus tierras se repoblaran con gentes desarraigadas provenientes de otras regiones. En los relatos de los Reyes y de Crónicas se habla de estos acontecimientos, atestiguados a partir de la arqueología y de la documentación extrabíbllica.

4.                  Época persa: Cuarenta años después de la caída de Jerusalén a manos del rey de Babilonia, otra potencia pasó a ocupar el poder, conquistando todo el territorio que pertenecía a Babilonia: esa potencia era Persia. Ciro, su rey, ejerció una política de benevolencia  con los países conquistados, ayudando a la reconstrucción de Jerusalén e impulsando el culto tradicional a Yahwèh. Allí se fue creando una nueva sociedad centrada en el Templo y administrada por un gobernador persa, que se identificó con el pueblo. Por ello la provincia persa de Yehud (Judá) cuya capital era Jerusalén, fue creciendo en importancia durante los siglos V y IV a. C. En esta época de restauración del culto y de la vida pública en la ciudad davídica, bajo el dominio persa, se sitúan los ministerios de Nehemías y de Esdras, cuyas memorias han quedado incluidas en los libros del Antiguo Testamento que llevan sus nombres.

5.                  Época helenística: El relativo esplendor alcanzado por Persia y participado por Judá desde su dominio, inició su declive en el año 333 a. C.  con la conquista de Alejandro Magno, que se hizo con el control de toda la región. En esa época, muchos de los aspectos de los pueblos conquistados quedaron impregnados de elementos de la civilización griega: el arte, la técnica, la lengua o la filosofía; apareciendo ciudades típicamente helenistas como se ha observado en las excavaciones llevadas a cabo en Palestina. Jerusalén, al principio, fue respetada pero posteriormente y de forma gradual aparecieron en ella representaciones de los nuevos moldes culturales. Al morir Alejandro Magno, la situación política y social distaba mucho de ser pacífica, ya que todos sus sucesores luchaban por conseguir el poder sobre las distintas regiones de su imperio. A comienzos del siglo II a. C. Palestina quedó bajo el poder sirio (selúcida). Antíoco III promulgó varios decretos destinados a acelerar la construcción y repoblación de Jerusalén, concediendo privilegios a los sacerdotes, escribas y miembros del consejo de ancianos; estableciendo algunas disposiciones para el mantenimiento de la ciudad y el Templo. Sin embargo cuando Antíoco IV (175-164 a. C.) se hizo con el poder, transformó Jerusalén en una ciudad helenística; la Toràh dejó de ser constitucional  -como lo era desde la época persa-  y se suprimieron los sacrificios y el culto en el Templo; enviando una expedición a Jerusalén e instalando en ella colonos militares cuya presencia la convirtió en una ciudad de población mixta -judía y gentil-. Los decretos de Antíoco encontraron desde el comienzo una resistencia pacífica entre gran parte del pueblo de Judea que, con el tiempo, se convirtió en una rebelión armada por la que Judea se libró del opresor y logró un alto grado de independencia religiosa y política. El heroísmo manifestado en esa lucha por parte de los israelitas que querían permanecer fieles a las tradiciones religiosas quedó admirablemente plasmado en el libro de los Macabeos. Sin embargo, hacia   el año 70 a. C. Roma se apoderó de Jerusalén. Palestina era una región profundamente helenizada, aunque Samaría y Galilea mantenían sus creencias y modos de vida tradicionales entre la población rural, así como la escisión entre judíos y samaritanos que habían heredado de sus antepasados. En cambio, en las grandes ciudades dominaba la población, lengua y cultura helénica, a pesar de que Jerusalén consiguió mantener, en parte solamente, la religión, cultura y civilización judía de forma mayoritaria. Ya faltaba muy poco para el nacimiento de Jesús.

   Todo esto he querido explicároslo porque los libros que vais a leer  son la memoria que Israel guardó de las gestas de sus antepasados. Con el tiempo estos recuerdos sirvieron para actualizar la fe en su Dios e iluminar las situaciones nuevas, proporcionando una orientación precisa para mantenerse fieles a la Alianza. Además, todas estas reflexiones se fueron poniendo por escrito, bajo la inspiración del Espíritu Santo para que esa enseñanza se mantuviera siempre.