30 de mayo de 2013

¡Estamos dispuestos!

Evangelio según San Marcos 10,32-45.

Continuaron el camino subiendo a Jerusalén, y Jesús marchaba delante de ellos. Los discípulos estaban desconcertados, y los demás que lo seguían tenían miedo. Otra vez Jesús reunió a los Doce para decirles lo que le iba a pasar:
«Estamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del Hombre va a ser entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la Ley: lo condenarán a muerte y lo entregarán a los extranjeros,
que se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán. Pero tres días después resucitará.»
Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: «Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir.»
El les dijo: «¿Qué quieren de mí?»
Respondieron: «Concédenos que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda cuando estés en tu gloria.»
Jesús les dijo: «Ustedes no saben lo que piden. ¿Pueden beber la copa que yo estoy bebiendo o ser bautizados como yo soy bautizado?»
Ellos contestaron: «Sí, podemos.» Jesús les dijo: «Pues bien, la copa que voy a beber yo, la beberán también ustedes, y serán bautizados con el mismo bautismo que voy a recibir yo;
pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde a mí el concederlo; eso ha sido preparado para otros.»
Cuando los otros diez oyeron esto, se enojaron con Santiago y Juan.
Jesús los llamó y les dijo: «Como ustedes saben, los que se consideran jefes de las naciones actúan como dictadores, y los que ocupan cargos abusan de su autoridad.
Pero no será así entre ustedes. Por el contrario, el que quiera ser el más importante entre ustedes, debe hacerse el servidor de todos,
y el que quiera ser el primero, se hará esclavo de todos.
Sepan que el Hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida como rescate por una muchedumbre.»



COMENTARIO:


  En este Evangelio de Marcos, observamos en primer lugar una actitud de Jesús que es y será  el distintivo de la doctrina cristiana. Nosotros no seguimos una filosofía de vida; ni unas normas adecuadas de convivencia. Nosotros caminamos detrás de una Persona, humana y divina, que siempre va delante abriendo camino y certificando con su vida y su muerte, la veracidad de sus palabras. Porque Jesús nos ha enseñado, con su ejemplo, todos los pasos que debemos seguir en el camino de nuestra salvación; salvación que Él nos ha conseguido, al entregarse por nosotros libremente al sacrifico de la cruz.


  Por eso ser cristiano no es ser sólo discípulo de Cristo, sino estar dispuesto, a través del Bautismo, a unirnos a ese Cristo formando parte de su destino: transmitir el Evangelio; ser testimonios de la Verdad sin claudicar ni edulcorar un mensaje que al mundo le cuesta aceptar; y estar en condiciones de resistir, con la fuerza de la Gracia, las tribulaciones que, por seguir al Señor, tendremos que soportar. Jesús marcha decidido con sus discípulos hacia Jerusalén; sabe lo que le va a ocurrir allí, porque Él ha aceptado que así fuera, dando un sentido redentor a su muerte. Pero es consciente de los momentos de miedo y dolor que tendrán que sobrellevar sus discípulos; por eso, antes de llegar, habla con ellos a parte para que no se escandalicen y sean capaces de enfrentarse al sufrimiento con el que se van a encontrar en la ciudad santa.


  Cuantas veces el Señor, desde el Evangelio, nos preguntará también a nosotros si vamos a ser capaces de seguir sus pasos por los caminos de la tierra: de beber su cáliz. Para algunos, como fue para los Zebedeos, será compartir el martirio de Nuestro Señor. Para otros será soportar la burla y el escarnio de los que caminan a nuestro lado. Y para muchos, ver como se cercenan, sin poderlo remediar, los derechos y libertades que, como personas humanas, tenemos a dar y recibir la religión católica. Y son esos momentos donde cada uno de nosotros, como aquellos primeros que formaron la Iglesia primitiva,  hemos de responder con la fuerza de la fe, que si Él sigue a nuestro lado, seremos capaces de continuar la tarea como Iglesia de Cristo, para transmitir la salvación a nuestros hermanos.


  Tras la pregunta de Santiago y Juan y el desconcierto del resto de los Apóstoles, queda al descubierto esa debilidad propia del hombre donde surge una naturaleza herida por el pecado cuya finalidad es sobresalir, despuntar, dando rienda suelta al orgullo de disponer de una posición mejor que la de los demás. Y, como siempre, el Señor aprovecha esta circunstancia, primero para aclararles que su Reino es para los humildes que han sabido ser felices en el servicio a los demás. Que un lugar destacado sólo debe ser motivo para mejorar la vida, el trabajo y la esperanza de nuestros hermanos. Que Él vino a servir a todos con su vida, pero sobre todo con su entrega generosa en su muerte de cruz. Por eso, es el servicio, hasta sus últimas consecuencias, lo que deberá caracterizar a todos aquellos que quieran seguir los pasos de su Maestro. La historia de la Iglesia ha dado grandes ejemplos de esos testimonios entre religiosas, religiosos, sacerdotes y laicos que han dado su vida en el cuidado de enfermos contagiosos; que por transmitir la verdad de la fe en países de misión, han sido torturados y asesinados, o, simplemente, aquellas madres que han retrasado las quimioterapias ante una terrible enfermedad, a la espera del nacimiento de sus hijos. Nuestra trayectoria, como cristianos, está plagada de modelos que pueden y deben servirnos en el camino de nuestra salvación; porque esos actos heroicos han sido realizados por hombres y mujeres, como nosotros, que han vivido con la fuerza de la Gracia, la coherencia de su fe.


  A continuación, Jesús les asegura que estar a su lado en el Reino sólo será concedido a aquellos que al ser juzgados por la Luz de Dios, consigan reflejar el amor divino en sus corazones. Nadie, sólo Dios, conoce el interior del hombre donde, en realidad, se responde a la pregunta que Jesús nos hará en algún momento de nuestra vida: ¿estás dispuesto a beber el cáliz que yo he de beber? Esperemos, por nuestro bien, que podamos gritarle con la fuerza del amor incondicional que debe surgir de nuestra identidad como cristianos: ¡Estamos dispuestos!