1 de mayo de 2013

¡Todo tiene un porqué!

Evangelio según San Juan 14,27-31a.

Les dejo la paz, les doy mi paz. La paz que yo les doy no es como la que da el mundo. Que no haya en ustedes angustia ni miedo.
Saben que les dije: Me voy, pero volveré a ustedes. Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, pues el Padre es más grande que yo.
Les he dicho estas cosas ahora, antes de que sucedan, para que cuando sucedan ustedes crean.
Ya no hablaré mucho más con ustedes, pues se está acercando el príncipe de este mundo. En mí no encontrará nada suyo,
pero con esto sabrá el mundo que yo amo al Padre y que hago lo que el Padre me ha encomendado hacer. Ahora levántense y vayámonos de aquí.



COMENTARIO:


  En este Evangelio de san Juan, Jesús nos descubre una de las realidades más profundas que sobrevienen como consecuencia de nuestra unión con Él. Al recibir el Bautismo, al insertarnos en Cristo, recibimos al Espíritu Santo y con ello la reconciliación con Dios que comporta la paz interior. Ese sosiego que nos da Jesucristo y que transciende completamente al que podemos encontrar en este mundo, ya que este mundo –donde reina el mal y la injusticia- sólo puede transmitirnos un espejismo superficial y aparente de lo que representa la verdadera armonía, fruto del descanso en Dios.


  El Maestro nos lo resume, como tantas veces ha hecho y hará, en esa frase sublime que comparte con sus discípulos cuando se encuentra cerca de ellos: “No os angustiéis, ni tengáis miedo”. El Señor no promete librarnos de sufrimientos y tribulaciones, entre otras cosas porque Él mismo las aceptó como camino y medio de redención, sino que nos asegura que si permanecemos junto a Él, a través de los Sacramentos que la Iglesia Santa nos comunica, la fuerza de la Gracia nos permitirá vivir con paz y alegría los caminos del dolor que, inevitablemente, surgirán a nuestro paso.


  Hay que tener en cuenta, para no llevarse a error, que cuando Jesús dice que el Padre es mayor que Él, en realidad está considerando su naturaleza humana; porque en cuanto hombre será glorificado tras su resurrección y ascenderá para sentarse a la derecha del Padre. Ahora bien, Jesucristo, como ya nos ha repetido en innumerables ocasiones es, según su divinidad, igual al Padre. Esa aclaración vuelve a servirnos para reforzar el concepto que el Maestro ha dado de Sí mismo como una sola Persona divina que goza de dos naturalezas: una la propia del Verbo, la divina, y la otra es la asumida de María Santísima, la humana, a través de la que el Verbo se expresa. 


  También Cristo cuando  nos habla del príncipe de este mundo, se refiere al “mundo” como a ese conjunto de hombres que rechazan a Dios. Por eso el diablo es el príncipe, el que manda, el que guía, con el que se relacionan todos aquellos que se oponen a la obra de Jesús desde el comienzo de su vida pública. Ahora, en la pasión, volverán a aparecer para obtener esa victoria aparente sobre el Señor, donde el poder de las tinieblas se servirá del traidor y el demonio conseguirá que prendan a Jesús y lo crucifiquen. Pero en ese momento, y en todos los de nuestra vida, hemos de recordar que la vida de Jesús no se la quita nadie, sino que Él la entrega por amor sometiéndose libremente al Padre. Sólo muriendo es posible resucitar, y así Cristo nos devolvió la Vida a través de la Gracia que cada uno de nosotros puede, también en libertad, aceptar uniéndonos por el Bautismo a ese Jesucristo resucitado.


  No puedo entender, cuanto más profundizo en el Evangelio, como hay personas que pueden renunciar, despreciándolo, a ese inmenso regalo que es la salvación del ser humano. Como podemos apartarnos de la cercanía divina que nos da todas las respuestas a las preguntas sobre nuestra existencia: nuestro principio y nuestro final. Cristo es la esperanza que ilumina todas las circunstancias de la vida, manifestando que todo tiene un porqué y un para qué. Que la muerte es el día en que al morir se nace a la vida en la paz de la Trinidad divina. Y que en nuestro caminar terreno, si queremos apreciarlo, veremos que nunca estamos solos por que siempre estamos con Él.