8 de mayo de 2013

¡Somos de Dios!



Evangelio según San Juan 16,5-11.



Pero ahora me voy donde Aquel que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta adónde voy.
Se han llenado de tristeza al oír lo que les dije,
pero es verdad lo que les digo: les conviene que yo me vaya, porque mientras yo no me vaya el Protector no vendrá a ustedes. Yo me voy, y es para enviárselo.
Cuando venga él, rebatirá al mundo en lo que toca al pecado, al camino de justicia y al juicio.
¿Qué pecado? Que no creyeron en mí.
¿Qué camino de justicia? Mi partida hacia el Padre, ustedes ya no me verán.
¿Qué juicio? El del príncipe de este mundo: ya ha sido condenado.


COMENTARIO:


  En este Evangelio de san Juan, vemos como Jesús sigue preparando a sus discípulos para su partida y para el envío del Espíritu Santo. Conoce el Señor la debilidad de sus Apóstoles y sabe, por su divinidad, todas las dificultades que van a tener que soportar para ser fieles en la transmisión de la Verdad por todo el mundo. No duda que padecerán prisión y la mayoría morirán martirizados por causa de su fe. Por eso, porque el Espíritu Santo es la Persona divina que nos transmite la fuerza de la Gracia, Cristo debe subir al Padre y enviarles, y enviarnos, al Paráclito para que podamos ser fieles  hijos de Dios.


  Todas las dificultades y persecuciones que inevitablemente nos encontraremos, como se han encontrado los miembros de la Iglesia primitiva, no deben ser causa de sorpresa ni escándalo, porque el Señor nos advierte que así como todos seremos probados en el crisol del sufrimiento, como ocasión de mostrar nuestra fe, todos los cristianos seremos consolados y confortados en nuestra alma por la acción amorosa del Espíritu Santo, que se nos da a través de los Sacramentos.


  San Beda, desde la antigüedad, nos recordaba que el Señor instituyó esta manera de transmitirnos su fuerza para que los males repentinos e inesperados, aunque no hay que olvidar que siempre son transitorios, cuando nos lleguen no turben nuestro ánimo; sino que, muy al contrario, estando preparados para ellos los recibamos con paciencia y puedan ser camino de santificación.


  Sólo podremos llegar a comprender toda la verdad divina que encierra el mensaje cristiano si el Espíritu ilumina nuestro entendimiento y fortifica nuestra voluntad para ser capaces de transmitirla a un mundo que, aunque lo necesita, no lo quiere oír. Por eso no debe extrañarnos que todos aquellos que dan la espalda a Cristo, luchando contra la Iglesia y rechazando la Gracia sacramental, no entiendan ni acepten las palabras de Nuestro Señor.


  Y como decía Jesús en otro capítulo del Evangelio, “el que no está conmigo, está contra Mí”, por es todos aquellos que han rechazado al Paráclito han cerrado la posibilidad de llegar a conocer al Hijo de Dios; y automáticamente, como nos demuestra la historia, han intentado silenciar la transmisión del Evangelio a través de coacciones, violencia y dolor.


  Cristo nos dice, en este capítulo, que sólo puede estar triste aquel que no ha entendido nada, o bien, ha cerrado su corazón al amor de Dios. Nosotros que sabemos con certeza, porque Dios nos lo ha revelado, que Jesús nació, padeció, murió, resucitó y se quedó para siempre con nosotros a través de la vida sacramental, no podemos estar tristes sino, muy al contrario, gozar de esa alegría propia de aquellos que tienen esperanza y se saben queridos hasta el extremo por su Padre, que les está esperando en el Cielo para disfrutar toda la eternidad de su amor.