12 de mayo de 2013

¡Vivimos como oramos!

Evangelio según San Juan 16,23b-28.

Cuando llegue ese día ya no tendrán que preguntarme nada. En verdad les digo que todo lo que pidan al Padre en mi Nombre se lo concederá.
Hasta ahora no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, así conocerán el gozo completo.
Hasta ahora los he instruido por medio de comparaciones. Pero está llegando la hora en que ya no los instruiré con comparaciones, sino que les hablaré claramente del Padre.
Ese día ustedes pedirán en mi Nombre, y no será necesario que yo los recomiende ante el Padre,
pues el Padre mismo los ama, porque ustedes me aman a mí y creen que salí de Dios.
Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre.»




COMENTARIO:


  Este Evangelio de san Juan es un canto a la esperanza que nos hace llegar Jesús, a través de sus palabras. Hasta ahora nos ha enseñado la realidad de la unidad divina entre Él y su Padre. Nos ha dado el conocimiento de la esencia de Dios y de los planes divinos. Pero en este momento, cuando el Señor sabe que pronto tendrá que regresar al Padre –del que partió- nos descubre el camino para mantenernos unidos a Él y seguir gozando de su presencia: la oración. Ese diálogo de amor entre Dios y el hombre, donde le expresamos nuestras razones, nuestros miedos, nuestras aspiraciones, en la confianza de que no seremos abandonados jamás.


  En este capítulo, Jesús ratifica que todo aquello que pidamos en su nombre se nos dará, siempre que sea lo que más conveniente para nuestro bien, que es la salvación. Y de esto podemos estar seguros, porque la oración ha sido, desde el Antiguo Testamento, la prueba de fe que el Señor nos ha exigido para no desatender una petición referida a Él. Recordemos como Abrahán fue fiel a las promesas divinas, a pesar de las circunstancias; y como Dios premió su confianza que fue capaz de perseverar, cuando todo estaba en su contra, creyendo contra toda esperanza.


  Cómo el leproso, Jairo, la Cananea, el Buen Ladrón, la mujer con hemorrosía…todos suplicaban al Hijo de Dios que atendiera sus plegarias; y ninguno de ellos se fue de vacío, sino que cada uno recibió en la medida de sus necesidades. Pero la oración no es sólo pedir, sino necesitar comunicarnos con ese Jesús que nos conoce y camina a nuestro lado. Es la seguridad de que nos espera en la oración, como esperó a la mujer samaritana, al lado del pozo, para saciar su sed interior que buscaba el Manantial de Agua Viva. Ya Jeremías nos avisaba, en la Escritura, de que los hombres somos capaces de recurrir a cisternas agrietadas para beber, complicándonos la vida, mientras ignoramos la fuente que brota fresca y constante para calmar nuestra necesidad. ¡Así somos! preferimos buscar donde no hay, esperando quimeras: “A mí me dejaron, manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas” (Jr. 2,13)


  Hay que tener presente que nos encontraremos con dificultades al intentar hacer oración ¡seguro!. Es tan importante para nosotros rezar, que el diablo pondrá todos los impedimentos para que no lo consigamos: distracciones, sequedad, pereza…Ante esto, hemos de recordar que Jesús nos avisó, a través de sus Apóstoles cuando les pidió que no le dejaran solo y rezaran con Él, que estuviéramos atentos y vigilantes para mantenernos firmes a su lado y poder compartir esos momentos de intimidad.


  Porque a pesar de que la oración, como todo, es un don de Dios, nosotros hemos de poner nuestro sentido de lucha y esfuerzo intelectual para no dispersarnos y cooperar personalmente con la Gracia. Entonces, si la oración necesita de la Gracia, está claro que precisa de unas disposiciones interiores necesarias para tener en nuestra alma intimidad con Dios: necesita de los Sacramentos. Sólo seremos capaces de relacionarnos con Dios, si su Hijo amado habita  en nuestro corazón. Si gozamos de la fuerza sacramental para responder a esa llamada divina que es la oración, convirtiendo cada minuto de nuestro día en una contemplación donde alabamos, suplicamos y amamos. Y no podemos olvidar jamás que oraremos como vivimos, porque viviremos como oramos.