9 de mayo de 2013

¡Jesús nos cambia la vida!

Evangelio según San Juan 16,12-15.

Aún tengo muchas cosas que decirles, pero es demasiado para ustedes por ahora.
Y cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, los guiará en todos los caminos de la verdad. El no viene con un mensaje propio, sino que les dirá lo que escuchó y les anunciará lo que ha de venir.
El tomará de lo mío para revelárselo a ustedes, y yo seré glorificado por él.
Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso les he dicho que tomará de lo mío para revelárselo a ustedes.»




COMENTARIO:



  En este Evangelio de san Juan, Jesús nos adelanta una situación que, posiblemente, cada uno de nosotros vivirá cuando decida transmitir la fe. Él, que era el Hijo de Dios, que había hablado con palabras divinas de verdad, sabía perfectamente la dificultad que muchos habían tenido, y tendrán, para interiorizar y comprender su mensaje. Por eso, la venida del Espíritu Santo es imprescindible para que todos  los que escuchan al Señor consigan abrir su corazón y hacer de sus palabras, vida.


  Jesús no nos transmite una serie de principios que entran a formar parte de nuestro bagaje cultural; ni unos conocimientos útiles que facilitan nuestra existencia. No, el Señor nos cambia la vida porque encontrarse a su lado es comenzar a caminar, emprendiendo un viaje que no tiene billete de vuelta. Y es el Espíritu Santo el Pedagogo que nos hace comprender las rutas adecuadas, los albergues donde podemos descansar y, sobre todo, la fuerza que nos hace continuar cuando notamos que nuestros pies cansados no pueden dar ni un paso más.


  Todos nosotros hemos necesitado, a lo largo de nuestra vida, alguien que nos explique con detalle los problemas y las soluciones que podemos encontrar en cualquier empresa que queramos comenzar: ya sea una carrera universitaria, un negocio o, simplemente, la vida matrimonial. Nadie se lanza a la aventura sin tener toda la información requerida y necesaria. Pues bien, Jesús sabía –porque era Dios- que nuestra naturaleza herida no iba a poder asimilar todo el contenido del mensaje que nos transmitía, ni aceptar las obras que realizaba porque trascendían su propia realidad y entraban en el plano de lo sobrenatural. Y ante esta situación, el envío del Espíritu de Verdad, que ilumina la oscuridad resultante del pecado original, nos permite contemplar y entender la grandeza de Dios, adquiriendo todas las circunstancias y situaciones de la vida su lugar adecuado en los planes que Dios tiene dispuesto para nuestra salvación.


  El señor nos descubre, una vez más, en este capítulo del Evangelio alguno de los aspectos del misterio de la Santísima Trinidad. Nos vuelve a enseñar la igualdad de las tres Personas divinas en su esencia, a la vez que su complementariedad en la Redención. Ese Dios, que es Uno, y en Sí mismo es relación de Amor. Que es Padre que crea y nos cuida; es Hijo que se hace Hombre para morir por nosotros; y es Espíritu Santo que nos santifica y nos hace luchar por adquirir la filiación divina.


  Comprenderéis que, ante esa realidad que Jesús lleva manifestando a través de sus palabras, retrasar la recepción de los Sacramentos o, simplemente, negarnos a recibirlos, es el acto más absurdo del que puede dar muestra el ser humano. Necesitamos del Paráclito para vivir eternamente y gozar de los dones que el propio Dios ha querido regalarnos. Lo único que nos pide es el acto voluntario de querer aceptarlos y el compromiso de amarle que, consecuentemente, se extiende a mis hermanos: a los que quiero profundamente, a los que aprecio relativamente y a los que, a pesar de nosotros mismos, nos son muy difíciles de soportar. Es transmitir el Evangelio, que es un regalo divino, para que cualquiera que lo reciba pueda tener vida en Dios. Es estar dispuesto a olvidar mi “yo”, para recordar el “tú”. Es, en definitiva, abrir mi corazón a la Gracia que es la que permitirá que todos estos proyectos futuros se conviertan en realidad.