21 de marzo de 2014

¡Vivamos de verdad!



Evangelio según San Lucas 16,19-31.


Jesús dijo a los fariseos: "Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes.
A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro,
que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas.
El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado.
En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él.
Entonces exclamó: 'Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan'.
'Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento.
Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí'.
El rico contestó: 'Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre,
porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento'.
Abraham respondió: 'Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen'.
'No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán'.
Pero Abraham respondió: 'Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán'".

COMENTARIO:

  Este Evangelio de Lucas, nos presenta la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro; disipando el Señor en ella, dos errores que se vivían en aquellos momentos y que, desgraciadamente, se siguen manteniendo ahora en muchas filosofías y movimientos materialistas: uno de ellos es negar la supervivencia del alma tras la muerte y, por tanto, el que exista un juicio y una retribución ultraterrena; y el otro es interpretar la prosperidad material en esta vida, como si fuera un premio divino a nuestra rectitud moral, viendo la adversidad como un castigo y privando al sufrimiento de su sentido redentor.

  En cambio Jesús, con sus palabras, quiere dejarnos claro que los hombres hemos sido creados para existir eternamente a su lado, y que la muerte es el precio que hemos de pagar por nuestra desobediencia, y la entrada del pecado en el mundo. Es ese momento crucial, donde el alma decide en libertad con el bagaje de su vida, donde quiere ir a parar a la hora del final. Porque el Señor siempre aprovecha cualquier momento y circunstancia, para explicarnos que somos nosotros, con nuestros actos, los que determinaremos al morir, la continuación en la eternidad de nuestro vivir.

  Por eso el Maestro nos avisa del peligro que suponen las riquezas y el bienestar, en el corazón de los hombres. No porque sean malas intrínsecamente; muy al contrario, ya que si están ganadas lícitamente y con nuestro trabajo, son un medio que Dios nos da para poder ejercer el bien entre nuestros hermanos. Pero el Señor que nos conoce, nos previene de que a consecuencia de una vida regalada, podemos dejar de ver el sufrimiento de nuestros hermanos; y dejar de oír la voz de Dios, que clama por ellos. Jesús nos invita a través de la parábola, para evitarlo, a vivir la sobriedad y la solidaridad; no porque no tengamos, sino porque no queremos. A tener respeto al ser humano, por la dignidad que tiene como hijo de Dios, y no por el cargo que ocupa. A considerar a nuestro prójimo, como otro yo; y por ello, a cuidar que tenga los medios necesarios para vivir dignamente.

  Hay que aclarar, para que no queden dudas, que aunque nuestro Padre celestial es inmensamente bueno, es también inmensamente justo; y, por ello, existe un infierno que contiene la privación de todas las perfecciones divinas. Es ese lugar donde sólo existe el odio, el rencor, la envidia, la maldad, la enfermedad…un sinvivir eterno, que es imposible finalizar. Por eso Jesús nos repite sin descanso la necesidad de luchar, mientras podemos, para evitarlo. Y la manera de hacerlo, sin duda, es regir nuestros actos por el amor. Ese afecto de la voluntad que, con la fuerza de la Gracia, conseguirá que renunciemos a nuestros deseos impropios y egoístas, para hacer de nuestras ganancias –materiales y espirituales- el medio adecuado para conseguir un mundo mejor.

  También en este texto se nos indica, con la expresión “seno de Abrahán”, el estado en que se encontraban las almas de los santos, antes de la Resurrección de Cristo. Allí, con la esperanza de la Redención, disfrutaban de una paz que se abría, para los buenos, a la Gloria divina. Sin embargo, aquellos que habían decidido seguir a Satanás, desobedeciendo a Dios, no tenían ya tiempo ni momento, y mucho menos circunstancias, que les sirvieran para hacer penitencia y poder cambiar.

  En ese momento, en el que la muerte pone punto y final a la vida, ni los impíos podrán arrepentirse, ni los justos pecar; porque todo quedará decidido. Por eso Cristo nos advierte de lo que nos jugamos si anteponemos nuestros deseos codiciosos, que tienen fecha de caducidad, a los tesoros intemporales que pondremos en la balanza de nuestro haber, cuando el Señor nos pida cuentas de nuestros talentos. Que ningún bien material se merece la pérdida de la Gloria; y la Gloria es directamente proporcional, al amor que hemos sido capaces de entregar a nuestros hermanos, los hombres.