28 de mayo de 2014

¡No olvidemos al Espíritu!



Evangelio según San Juan 16,5-11.


En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
"Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: '¿A dónde vas?'.
Pero al decirles esto, ustedes se han entristecido.
Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré.
Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio.
El pecado está en no haber creído en mí.
La justicia, en que yo me voy al Padre y ustedes ya no me verán.
Y el juicio, en que el Príncipe de este mundo ya ha sido condenado."

COMENTARIO:

  Este Evangelio de Juan denota claramente que es Dios Trinitario quien, en su inmensa bondad y sabiduría, designa todo aquello que es bueno y malo para la naturaleza humana. Marca esa justa medida, donde se encuentra la virtud y en su privación, el pecado;  y que dejó inscrita en la creación el Padre, trasladándoselo a Moisés en el Decálogo. Esa Palabra revelada y divina, que el Hijo nos ha transmitido en Sí mismo, es la que nos señala que no es el hombre quien pone las normas y decide aquello que está bien o mal, sino el propio Cristo –con su doctrina y sus acciones- el que nos descubre las señales adecuadas, para alcanzar el camino de la salvación. Y es el Espíritu Santo, el que ilumina el entendimiento de todos aquellos que hemos aceptado la Verdad del Evangelio, para saber discernir sin errores, en su Iglesia, los pasos adecuados que nos conducirán a la Redención: es decir, a Cristo Jesús.

  El Señor habla del Paráclito tres veces, en esta reunión que mantiene con sus discípulos. Y es allí donde nosotros, como ellos, podemos cerrar los ojos y a través de la Palabra escrita, escuchar en el tiempo esa doctrina que, frase a frase, desgranó el Maestro para todos: nos habla de que el Espíritu será ese otro Consolador, enviado por el Padre, para quedarse siempre con nosotros a través de los Sacramentos. Él habitará en nuestra alma en Gracia, y nos dará esa alegría que es el distintivo de aquellos que viven en Dios. Nos insta Jesús a no desfallecer en la búsqueda de nuestro Creador, porque el Padre enviará en su nombre al Espíritu de Verdad, que nos hará comprenderlo todo; y dará luz a esa oscuridad que el maligno sembró a nuestro alrededor, con errores y medias verdades.

  En este texto, Cristo anuncia que no pueden estar tristes por su partida, porque el fruto de su Ascensión al Cielo será justamente, el envío del Espíritu Santo. Y será entonces cuando se hará efectivo todo lo proclamado; en un hecho comprobado y comprobable, para todos los que se encontraban allí o cerca de los discípulos: la efusión del Espíritu divino permitirá recibir a aquellos hombres, la comprensión de la verdad revelada por Jesucristo; y ese don de lenguas, que les concederá la capacidad de expandir el cristianismo a lo largo y ancho de este mundo. Ninguno de nosotros es nada, sin la fuerza de la Tercera Persona de la Trinidad; sin su sabiduría, sin su Gracia. Por eso es necesario, como nos dice el Señor, que recemos para pedir su consejo y su consuelo; recibiendo en los Sacramentos, la fuerza necesaria para mantenernos firmes en la fe.

  Y Cristo nos habla, al finalizar este párrafo, de que “el príncipe de este mundo” –el diablo- ha sido vencido mediante su sacrificio en la Cruz. A través de la aceptación de su Pasión y Muerte, el Señor nos ha rescatado del poder del Maligno y nos ha capacitado, por la Gracia entregada por el Espíritu, para vencer las asechanzas y tentaciones de Satanás y alcanzar –en la libertad de los hijos de Dios- la santidad al lado de Jesús. Nuestro Dios no ha podido “urdir” un plan divino mejor, para alcanzar la Redención. Porque a través de él, el ser humano es capaz, con su esfuerzo ayudado por la Gracia, de eludir y vencer ese proyecto de confabulación diabólica, que había maquinado el demonio para la perdición del hombre. Toda la historia, todos los momentos y circunstancias de la vida –buenos y malos- son una muestra, si queremos verlo, de esa Providencia divina que cuida de nosotros, para que lleguemos a alcanzar la salvación. Roguemos al Espíritu Santo, para que nos conceda sus dones y nos permita responder, con fe, a la llamada de Cristo a su Iglesia. En ella estamos tú y yo, para dar testimonio ¡No lo olvides, ni por un momento!