15 de marzo de 2014

¡Carta a los Efesios!



CARTA A LOS EFESIOS: 

 Las grandes cartas paulinas ( Romanos, Gálatas y 1-2 Corintios) van seguidas en el Canon del Nuevo Testamento por unas cartas que suelen llamarse de “cautividad” pues contienen referencias a que fueron escritas en la cárcel. La primera de ellas es la Carta a los Efesios, que figura en cabeza de las demás, debido a su mayor extensión e importancia doctrinal; conteniendo una síntesis acabada del pensamiento que aparece en el corpus paulino. Es posible que fuera una misiva circular dirigida a las iglesias de la zona de Frigia, donde se encuentra Éfeso y otras ciudades como Laodicea o Colosas.  La Carta de los Efesios comienza como todas las de san Pablo:

·        Saludo inicial: De bendición, en el que figura el nombre del remitente y de los destinatarios.
·        Cuerpo del escrito: donde se distinguen seis secciones.
1.     La primera que se sirve como introducción y tiene un tono solemne, centrándose en lo más importante: el misterio salvífico de Dios realizado en la Iglesia, cuya cabeza es Cristo (1,3-23). Las cinco restantes son como círculos concéntricos en torno a la misión de Pablo que consiste en predicar el designio divino de unir en un solo pueblo a todos los hombres  -sección cuarta-
2.     La segunda (2,1-10): trata de la incorporación a Cristo de los gentiles, a los que Dios, rico en misericordia, ha llamado a una vida nueva.
3.     En la tercera sección (2,1-22) se dice que Cristo ha unido a  los judíos y a los gentiles en un solo pueblo; por eso también los procedentes de la gentilidad han llegado a ser “conciudadanos” de los santos y “familiares” de Dios.
4.     En la cuarta sección (3,1-21) culmina la exposición, presentando la misión del Apóstol, que consiste precisamente en predicar a los gentiles que también ellos son llamados a ser miembros del Cuerpo de Cristo. Por eso ora intensamente a Dios para que les fortalezca, de modo que Cristo habite por la fe en sus corazones.  Y enlazando con la tercera sección surge la quinta
5.      En al quinta (4,1-16) se vuelve a hablar de la unidad de la Iglesia y la responsabilidad de salvaguardarla, incumbiendo a todos los que han sido configurados con Cristo e incorporados a ella.
6.     La sexta y última sección: Trata acerca de la vida nueva de los fieles en Cristo y en la Iglesia, que requiere un decidido empeño por practicar las virtudes que hacen posible y grata la convivencia entre los miembros del Cuerpo de Cristo. La santidad cristiana tienen también un reflejo inmediato en el ámbito doméstico; dedicando un amplio  espacio a considerar la nueva situación en la que se encuentran marido y mujer, padres e hijos, amos y sirvientes.
7.     El escrito termina con referencia al portador de la carta y con unos saludos (6,21-24)


 Ya hemos dicho que es probable que Efesios fuera una carta circular dirigida a las iglesias de la zona de Frigia; ya que en la carta no se menciona ningún recuerdo personal de la predicación de san Pablo en Éfeso, que permita situar su época de composición respecto a otros episodios de la vida del Apóstol, salvo la alusión de su prisión que no proporciona por sí misma una orientación clara, ya que san Pablo estuvo mucho tiempo y en distintos lugares, según los Hechos de los apóstoles.

   Su estilo literario y el contenido de la carta plantean muchos modos de decir y términos que no aparecen en las otras cartas y que son más propios de escritos cristianos posteriores; por lo que hace pensar que estamos ante un escrito posterior a aquellas primeras cartas paulinas; aunque se observa, a la vez, que tiene diferencia con las grandes cartas, guardando un estrecho paralelismo  -tanto en su forma como en su contenido-  con la Carta a los Colosenses, por lo que se piensa que ambas fueron escritas en circunstancias similares. Seguramente, se escribió primero la dirigida a Colosas y, más tarde, tomando algunas ideas ahí reseñadas pero sin la referencia a la situación concreta de esa comunidad cristiana, se compuso la carta a lo Efesios.

   Se dirige a fieles procedentes de la gentilidad que ya han recibido la predicación del Evangelio para ayudarles a profundizar en el conocimiento unitario del designio salvífico de Dios realizado en Cristo y en la Iglesia; y para que no cedan a la tentación de romper con todo lo judío, porque Cristo hizo de los dos pueblos, uno.

   La crítica literaria no permite discernir con total certeza si fue escrita personalmente por san Pablo  -lo que muchos autores contemporáneos consideran probable-  o por algún sucesor suyo que, inspirado por el Espíritu Santo, la escribió para iluminar la fe de los que se habían convertido gracias a la predicación apostólica. En cualquier caso, la Tradición siempre la tuvo como si fuera del mismo san Pablo y la Iglesia la recibió como sagrada, incluyéndola en el Canon desde el principio.

   En las comunidades cristianas fundadas por san Pablo  -como testimonian datos bíblicos y extrabíblicos-  fue necesario hacer frente a ciertas doctrinas que tuvieron amplia difusión en aquel contexto cultural y que algunos pretendieron introducir en la formulación de la fe cristiana. El origen de aquellas doctrinas hay que buscarlo en una situación existencial angustiosa en la población helenística de Asia y Egipto, manifestada en numerosos escritos del siglo I y II; donde se tenía la percepción de que la humanidad se encontraba en este mundo oprimida por fuerzas que le sobrepasaban, siendo de alguna manera, ajeno el hombre a este mundo. Según aquella mentalidad, el cosmos estaba invadido por el poder tenebroso de las potencias malvadas y sólo los iniciados estaban salvados por el “conocimiento” –la gnosis- de los misterios divinos que los insertaban en su verdadera patria, el mundo de la “plenitud divina”  -pléroma- . El mundo estaba, pues, sumido en un abismo de división entre las tinieblas y la luz.

   Más adelante, en el siglo II, este complejo de ideas tendría notable desarrollo y daría lugar a lo que se ha dado en llamar “gnosticismo”; por tanto, frente a tanta elocubración gnóstico-helenísticas, en el corpus paulino se expone, de varias maneras y en diversos pasajes, que Cristo Jesús es superior a todos aquellos poderes, tanto celestiales como terrestres; su señorío es absoluto y sólo Él es el Salvador cuyo Cuerpo es la Iglesia. A partir de esa convicción, se desarrolla una profunda reflexión doctrinal, en busca de una respuesta sobre la naturaleza de la Iglesia y la unidad que en ella encuentra el género humano. La respuesta teológica que ofrece Efesios al problema de la situación del hombre en el mundo es ponderada y reflexiva, y constituye una invitación a meditar sobre aspectos fundamentales de la existencia humana y cristiana: acogida de la Palabra de Dios y el Bautismo.

   Un aspecto doctrinal subrayado en esta carta de manera particular es el de la naturaleza de la Iglesia en su condición de Cuerpo de Cristo, perspectiva ya contemplada en otros lugares del Corpus Paulino, pero que aquí alcanza un particular realce. Si en sus primeras cartas la palabra ekklesía solía designar a una comunidad concreta, ahora la perspectiva desborda el ámbito de lo local para hacerse “católica”, universal. Toda la carta a los Efesios es una llamada a promover la unidad en torno al sólo Señor, Cristo, que es la Cabeza de un solo Cuerpo: la Iglesia, formada por todos los cristianos. Por ello, Jesucristo, como Cabeza, reparte entre los fieles sus dones y carismas, constituyendo a algunos como Apóstoles, a otros como profetas, a otros evangelizadores…Todos cumpliendo con su ministerio para la edificación del Cuerpo del Señor.

   La Iglesia es considerada en esta carta, además, como Templo de Dios, morada divina edificada sobre el cimiento de los Apóstoles y de los Profetas, cuya piedra angular es el mismo Cristo. Y así, a través de esta imagen se presenta a los cristianos como piedras vivas conjuntadas en armoniosa edificación, donde quienes forman parte de este edificio ya no son extranjeros o forasteros, sino “conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios” Ef.2,19. Bajo la acción iluminadora del Espíritu Santo se sigue descubriendo en el misterio de la Iglesia los aspectos de su condición sobrenatural, que la diferencian por completo de cualquier institución humana, ya que la Iglesia es Esposa de Cristo; imagen que fue usada con frecuencia en el Antiguo Testamento y luego en el Nuevo, para hablar de las relaciones del Señor con su Pueblo, mostrando el gran amor y la misericordia sin límites de Dios con el hombre. Se destaca también la función salvífica que ejerce la Iglesia al manifestar ante los hombres a Cristo como su Salvador, ya que a través de ella llegan los hombres al conocimiento de la Redención que Dios tenía oculto desde la eternidad.