7 de marzo de 2014

¡El primer peldaño!



Evangelio según San Lucas 9,22-25.


"El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día".
Después dijo a todos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga.
Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará.
¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde y arruina su vida?

COMENTARIO:

  En este Evangelio de Lucas, Cristo prepara a sus discípulos, a los que se encuentran presentes y a los que seguimos escuchándole a través del tiempo, para las dificultades que van a surgir en la expansión del Reino. Ya en el episodio de la Transfiguración, aquellos hombres habían comprobado que se hallaban ante el Hijo de Dios; ya Pedro le había reconocido,  por la inspiración del Espíritu Santo, cómo el Mesías prometido. Pero Jesús sabe que ninguno de ellos, como muchas veces nos ocurre a nosotros, está preparado para verlo emprender el camino del Calvario; y, ni mucho menos, compartir su Cruz.

  Por eso, con paciencia, los instruye en ese misterio divino, que es la piedra de escándalo donde muchos tropiezan: el sufrimiento. Dios no es un Tótem, al que nos acercamos para pedirle beneficios; ni es un dios pagano que nos sirve para ahuyentar a los malos espíritus y tener suerte en la vida. ¡No! Dios es nuestro Padre, Creador de todas las cosas; que se hizo Hombre para salvarnos, respetando nuestra libertad. Y que nos une a su destino, a través del Bautismo, para que compartamos a su lado la misión de evangelizar el mundo –como Iglesia- y hacer partícipes a todos los hombres, de la Redención.

  Pero la Pasión y la Cruz son episodios claves en la vida de Nuestro Señor y, por ello, son también el primer peldaño de nuestra vida cristiana. Todos los hombres nos encontramos con el dolor, a lo largo de nuestra existencia; porque el dolor es fruto del pecado. Es el efecto de esa causa, el orgullo de la desobediencia, que nosotros elegimos en nuestra libertad. Es el producto de escoger al diablo y alejarnos de Dios, perdiendo con nuestra actitud los bienes propios de la cercanía divina. Sobrellevarlo es lo adecuado a nuestra naturaleza humana; pero trascenderlo, asumirlo y encontrar su verdadero sentido sobrenatural, es lo que corresponde a aquellos que han elevado los ojos al Cielo e, identificándose con Cristo, buscan su fuerza en la Gracia, que nos dan los Sacramentos.

  Encontrar a Nuestro Señor en la tribulación, es no escaquearse de nuestro destino; es aferrarse al madero y sostenerlo con los hombros doloridos para, como el Cireneo, “ayudar” a Jesús en su tramo de aflicción, que aceptó para vencer al pecado y devolvernos la Vida. Ser cristianos es esto: ser otros Cristos dispuestos a unir nuestra voluntad a la de Dios, sea la que sea. Y no sólo aceptar, sino renunciar por amor a pequeñas satisfacciones y asumir, con paciencia, insignificantes contrariedades que dificultan la marcha de nuestros deseos. Porque ese es el medio y el camino voluntario para alcanzar, junto al Maestro, nuestra salvación y la de nuestros hermanos.

  Jesús nos habla también, como lo ha hecho y lo hará muchas veces, de coherencia cristiana. De responder con nuestras palabras y actos, a una sociedad secularizada que quiere erradicar a Dios de su entorno, sin darse cuenta de que todo el entorno, le habla de Dios a gritos. El Señor nos pide que no tengamos miedo a las consecuencias, y que demos testimonio íntimo y público de nuestra fe. ¡Cueste lo que cueste! Y que nadie se imagine que esa actitud que nos pide es una opción que Nuestro Padre no va a tener en cuenta; porque sus palabras son muy claras y no admiten dudas. Cristo recordará cuando venga en su Gloria, para juzgarnos, a todos aquellos que han dado o han negado el testimonio evangélico con su vida; actuando como defensor de los primeros y acusador de los segundos. Hay mucho que perder, si no somos consecuentes con el amor divino; porque Cristo se excedió y se entregó sin medida, para que pudiéramos alcanzar la Vida divina, que perdimos en el Paraíso terrenal. Tal vez esta Cuaresma, sea un buen momento para hacer un balance de qué le entregamos a Dios; de cuánto estamos dispuestos a darle y hasta qué punto Él es el eje y el quicio de nuestro existir.