8 de marzo de 2014

¡El Sol que todo lo alumbra!



Evangelio según San Mateo 9,14-15.


Se acercaron a Jesús los discípulos de Juan y le dijeron: "¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?".
Jesús les respondió: "¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.

COMENTARIO:

  Este Evangelio de san Mateo pone luz, con las palabras del Maestro, a esa recomendación que tantas veces les hará el Señor sobre la actitud que se había de adoptar ante los preceptos de la Antigua Ley. Cristo trae una relación con Dios que nada tiene que ver con el corsé legalista y formalista en que habían convertido, los doctores de la Ley, las prescripciones divinas entregadas a Moisés.

  Les pide que regeneren su alma, para dar cabida al espíritu que es demasiado nuevo para ser amoldado a las viejas formas, cuya vigencia estaba ya caduca. Toda aquella Palabra escrita, como pedagogía divina, que preparaba para la llegada del Mesías, dejaba de tener sentido propio al verse cumplida en Jesucristo. Todo aquel anuncio, daba paso a la Encarnación de lo Anunciado: el Hijo de Dios; y, por ello, son ahora las palabras de Jesús, el verdadero contenido de nuestra fe y de nuestro obrar.

  Ya no son los hombres, que hablan por voz de Dios –los Profetas- sino que es el propio Dios el que ha tomado la voz de Hombre, al encarnarse de María Santísima y compartir nuestra naturaleza y nuestro existir. No habrá más interpretaciones oscuras y difíciles; porque el Verbo expresa con claridad, la única y definitiva Verdad sobre el Padre. No más dudas, no más tinieblas, sólo el resplandor del Sol, que todo lo ilumina.

  Por eso Jesús quiere dejar muy claro que Él no suprime el ayuno; sino que frente a la complicada, complicadísima casuística de la época, que ahogaba la verdadera piedad y olvidaba el verdadero sentido de ese acto de abstenerse voluntariamente de alimento, quiere darle su auténtico valor y conocimiento. Desea que los hombres no sólo cumplan un precepto, sino que vivan en la intimidad de sus conciencias el desprendimiento de sí mismos, para compartir el dolor que supone la ausencia del Señor. El Maestro reconoce que sus discípulos “ya ayunarán”, dejando a la Iglesia naciente, por los poderes que le ha dado, la concreción en cada época del ayuno, convenientes a los ciclos litúrgicos en los que se conmemorará la Pasión de Cristo.

  Porque esa es la verdadera causa del ayuno: el dolor íntimo que presiona el alma, al compartir el sufrimiento y la muerte de Jesús en Jerusalén. El desconsuelo de vivir su ausencia, que dará paso a la alegría de su Gloria. El humillar nuestros sentidos, con la mortificación corporal, ante la tristeza y la aflicción por nuestros pecados; que han sido la causa que ha llevado al Señor al tormento del Calvario. No podemos olvidar que el ayuno es la privación libre que damos al cuerpo de una satisfacción, porque acompaña al dolor profundo que siente el corazón; donde es la totalidad de nuestro ser el que vive la pena y llora la ausencia del Amado.

Por eso el Maestro les indica que, para sus discípulos, no era ése el momento adecuado de ayunar. Y aunque es una acción voluntaria que podemos realizar por amor a Dios cuando queramos, no procede de un corazón contento que comparte día a día la alegría de la presencia real de Nuestro Señor. Dios está aquí, se ha querido quedar para que tú y yo disfrutemos de su presencia, de su Palabra… Y sólo el recuerdo de su Pasión, moverá al hombre a participar de las prácticas penitenciales, donde sufre la persona entera como tal: en cuerpo y espíritu.