5 de marzo de 2014

¡Ocupémonos de las cosas de Dios!



Evangelio según San Marcos 10,28-31.


Pedro le dijo a Jesús: "Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido".
Jesús respondió: "Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia,
desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y, campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna.
Muchos de los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros".

COMENTARIO:

  Este Evangelio de san Marcos es la respuesta del Señor a la pregunta que le hace Pedro, sobre la recompensa que alcanzarán aquellos que han decidido seguir los pasos de Jesús, por este mundo. El Maestro le expresa la parte positiva que tendrá su entrega, en la otra vida; pero sobre todo le habla de la verdadera felicidad que alcanzará en esta y que, paradójicamente, nada tendrá que ver con la falta de dificultades. Muy al contrario, el Señor le anuncia que serán capaces de estar alegres, hasta en la persecución. Y es que, en su discurso, Cristo da el secreto que debe mover el corazón del discípulo: el amor incondicional a Dios.

  Todo lo que los apóstoles experimentaron, bueno y malo, fue para ellos la manifestación de su confianza en el Señor y la esperanza en su mensaje. Ya no era cuestión de palabras, que se lleva el viento, sino de entregar su voluntad con hechos y demostrarle a Jesús que le amaban, por encima de sí mismos. Habían comprendido, a la luz de la Resurrección, que la muerte había sido vencida y que sólo en Cristo encontrarían la paz, que proviene de una vida con respuestas y sentido. La oscuridad de la existencia, que tenía “fecha de caducidad”, se había iluminado con la certeza de “un para siempre”.

  Pero Cristo nos habla de la radicalidad de su seguimiento; porque quiere que nuestra entrega sea total. Ese darse, sin reservas, donde estamos dispuestos a renunciar a lo que nos pide, por amor a su Nombre. Cuántos ejemplos tenemos y no percibimos; cómo esos misioneros que están en estos momentos luchando contra la soledad, la injusticia y el pecado, para hacer llegar a sus hermanos más desprotegidos y olvidados, la Palabra divina y la fuerza de los Sacramentos. Cuántos sacerdotes se desdoblan para cumplir sus tareas pastorales –por carencia de vocaciones- y no sale de su boca ni un quejido, ni un reproche; sólo la alegría del deber cumplido. Cuántos laicos han respondido generosamente, unos con su entrega apostólica y otros formando familias cristianas, que son el núcleo de una sociedad edificada en los valores, la justicia y el amor.

  Pero el denominador común, que hace de todos ellos una fuerza dispuesta a cambiar el mundo, es indiscutiblemente la certeza de estar en el camino adecuado para reencontrarnos con nuestro Dios. Y es la esperanza de este descubrimiento, la que pone la sonrisa a un corazón ocupado. Porque Nuestro Señor nos quiere, para ser felices, ocupados en las cosas divinas, respondiendo a su llamada: en nuestro sitio habitual, o muy lejos de él; con los nuestros, o con aquellos que muy pronto pasarán a serlo. Jesús nos advierte que no hay mejor manera de vivir, que vivir para los demás, por amor a Él. Esa es una promesa que surge de las páginas del Evangelio, a todos los que hemos decidido seguir los pasos del Maestro. Y todos sabéis, por experiencia, que el Hijo de Dios –que es la Verdad misma- no puede engañarnos jamás.