7 de junio de 2014

¡Carta de Santiago!



CARTA DE SANTIAGO: 


 Esta carta encabeza el grupo de las llamadas “Cartas Católicas”. La exigencia de la coherencia entre fe y conducta, y de la necesidad de que las obras acompañen la fe  -complementando la enseñanza de san Pablo sobre la justificación-  hace muy adecuada su situación actual en el Canon, a continuación del Corpus Paulino. Además, la relación de Santiago con Jerusalén y las comunidades cristianas de Palestina, sugiere cierta continuidad con la carta a los Hebreos que le precede inmediatamente; aunque hay que reconocer que ha sido poco comentada, seguramente por las dificultades que tuvo para ser reconocida universalmente como canónica y porque tiene más enseñanzas morales que doctrinales.



   El primer testimonio que nos llega de ella es de Orígenes (año 185-284) y a finales del siglo IV es ya aceptada prácticamente por todas las iglesias y aparece en todos los catálogos de los libros inspirados; ratificándola el Concilio de Trento, como canónica e inspirada. A pesar de su complejidad para conocer con seguridad el autor y la fecha de su redacción, en los últimos decenios esta carta ha suscitado gran interés, porque refleja fielmente  -con un griego muy culto de transfondo semita-  la espontaneidad y viveza en la transmisión del mensaje cristiano en las primeras comunidades y, porque es un claro exponente de la unidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.



   La carta tiene una estructura más propia de los escritores sapienciales judíos, que podríamos llamar “psicológica-pedagógica”; sugiriendo un tema diverso del que se está tratando y repitiendo, una y otra vez  -como en círculos concéntricos-  la misma idea, insertando máximas breves; así, de esta forma, el oyente o el lector retiene con más facilidad las enseñanzas. Y aunque, como he comentado, no tiene una estructura clara, se pueden distinguir cuatro secciones:



1.     La primera (1,1-2,13): Abarca un conjunto de instrucciones sobre el valor del sufrimiento: sobre la necesidad de poner por obra la palabra oída y evitar la acepción de personas.

2.     La segunda (2,4-26): Recoge la idea central de que la fe que no se traduce en obras es una fe muerta, aduciendo el testimonio de personajes bíblicos bien conocidos.

3.     En la tercera (3,1-5,6): Las aplicaciones prácticas se agolpan y entrelazan, exhortando al control de la lengua y a la búsqueda de la verdadera sabiduría, evitando las discordias y estando precavidos contra el orgullo y el afán de riqueza. Finaliza con una severa admonición a los ricos.

4.     La cuarta (5,7-20): Contienen una llamada a mantenerse fieles hasta la venida del Señor, con algunas instrucciones sobre el comportamiento que deben tener los cristianos: han de apoyarse en la oración y preocuparse por la salvación de todos.



   Del saludo epistolar  -“Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo, a las doce tribus de la diáspora”-  y otros datos internos que nos ofrece la carta, sólo hemos podido deducir que Santiago era una figura que gozaba de gran autoridad pastoral y doctrinal sobre algunos cristianos que vivían fuera de Palestina. La tradición ha reconocido en este personaje a Santiago el “hermano” del Señor y Obispo de Jerusalén; del que sabemos que era pariente de Cristo, hijo de Cleofás y María, una de las mujeres que acompañaban a la Virgen junto a la cruz, y hermano de José y Judas. Junto a san Pedro recibió la visita de san Pablo, después de su conversión, y cuando éste se fue, quedó como cabeza de la comunidad de Jerusalén. Fue martirizado hacia el año 62 por instigación del Sumo Sacerdote Anano II; y algunos Padres lo identificaron con Santiago el de Alfeo, uno de los Doce Apóstoles.



   De las circunstancias que motivaron la carta se conoce poco, aunque parece que en las comunidades, a las que iba dirigida, estaban aflorando algunos defectos que amenazaban su buena marcha: murmuraciones, envidias, rencillas, desavenencias entre pobres y ricos; haciéndoles ver a éstos últimos que no pueden desatenderse de los más desheredados, pensando sólo en su provecho. Como he dicho, se discute el lugar y la fecha de composición; algunos piensan que fue escrita en la década de los setenta, admitiendo la posibilidad de que, después de la muerte de Santiago, un discípulo la redactara poniendo por escrito sus enseñanzas. Otros, sin embargo, defienden una fecha más temprana; pero lo que sí parece más probable, es que el lugar de su composición haya sido Jerusalén.



   La enseñanza que da unidad a toda la carta es la coherencia entre la fe y la vida del creyente: el comportamiento cristiano ha de reflejar en cada momento la fe que se profesa; subyaciendo, a lo largo del escrito, los elementos doctrinales. Muchas de sus exhortaciones evocan las palabras de Jesús contenidas en el Discurso de la Montaña del Evangelio de san Mateo; y entre los temas que merecen mayor atención destacan: la cuestión de la fe y las obras y el sacramento de la Unción de los enfermos.



Por eso vamos a repasarlas por separado:



·        La fe y las obras: Con sencillez y viveza, el autor sagrado expone la doctrina sobre la fe y las obras, especialmente en 2,14-26, de una manera que recuerda a los libros sapienciales. Santiago enseña que la fe si no va acompañada de las obras, está muerta; y este concepto no presentó ningún problema, hasta el siglo XVI, cuando Lutero vio un obstáculo para él ante su insistencia en la justificación por la sola fe, que era como interpretó las palabras de san Pablo. Tal oposición, sin embargo, es ficticia, ya que aunque el vocabulario así lo parece, la perspectiva nos marca la diferencia. Las obras para Santiago son el comportamiento moral del que cree ya en Jesús, un comportamiento que debe ser coherente con la verdad aceptada; en cambio para san Pablo, en polémica con los “judaizantes”, las obras son las normas legales de la Antigua Ley, que no justificarían ya a un gentil, una vez que Jesucristo ha promulgado la Nueva Ley. Para ambos autores es necesaria la adhesión a Dios, en una fe que se debe reflejar en una vida cristiana acorde con ella. Esta coherencia cristiana entre fe y obras que reclama Santiago, la exige también san Pablo cuando escribe que “la fe actúa por la caridad” (Ga 5,6) o “el que ama al prójimo, ha cumplido plenamente la ley” (Rm 13,8) o cuando se refiere al justo juicio de Dios “el cual retribuirá a cada uno según sus obras” (Rm 2,6). Más que presentar la carta de Santiago una oposición o corrección a la doctrina paulina, lo que hace es salir al paso de una mala interpretación de las enseñanzas del Apóstol, insistiendo en que la fe debe reflejarse en el comportamiento.

·        La Unción de los enfermos: Aparte de la alusión a la  unción con el aceite en Mc 6,13  “…expulsaban muchos demonios y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban”; esta carta es el único lugar del Nuevo Testamento donde se nos habla expresamente de la unción de los enfermos: “¿Está enfermo alguno de vosotros? Que llame a los presbíteros de la Iglesia, y que oren sobre él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor le hará levantarse, y si hubiera cometido pecados le serán perdonados” (St 5, 14-15). El texto enseña que la oración sobre el enfermo y la unción para lograr su curación por parte de las autoridades reconocidas  -los presbíteros-  constituía una acción sagrada que continuaba la de Jesús.