27 de junio de 2014

¡Primera carta de san Juan!



PRIMERA CARTA DE SAN JUAN:  

Según una tradición que se remonta al siglo II, el Apóstol san Juan escribió sus tres cartas en Éfeso, a la vuelta de su destierro de Patmos, al final del siglo I de nuestra era. De 1 Jn se hace eco san Policarpo hacia el año 150 citando la frase: “Quien no confiese que Jesús ha venido en carne…”y san Ireneo, hacia el año 180, da por supuesto que la carta la escribió el Apóstol san Juan, pues cita pasajes de la carta atribuyéndolos al “discípulo del Señor”; así como Clemente de Alejandría, hacia el año 200, que la atribuye específicamente a san Juan, cuando nombra pasajes de la carta. Orígenes y Tertuliano, subrayan el parentesco entre el cuarto evangelio y la 1 Juan (253-222) así como los antiguos cánones de los libros inspirados, en los que ha aparecido siempre esta carta señalando a san Juan como su autor. Se distingue en su estructura:

·     Prólogo (1,1-4) Muy parecido al del cuarto evangelio enuncia la idea fundamental de la carta: la comunión o unión del cristiano con Dios, que se manifiesta en la fe en Jesucristo y en la práctica de la caridad fraterna.
·        Primera parte: (1,5-2,29) Que se inicia con el mensaje: “Dios es luz”, desarrollándose las exigencias de santidad que requiere la vida cristiana, presentada como un caminar en la luz.
·          Segunda parte (3,1-24) Que se inicia con la declaración de la filiación divina del cristiano, exhortando acerca de la misma exigencia, considerándolas como consecuencia de esta condición de hijos de Dios.
·        Tercera parte (4,1-5,12) Se desarrollan con nueva amplitud y profundidad los temas centrales de la carta, formando con ellos como un tríptico literario: la fe en Jesucristo (4,1-6), el amor (4,7-21) y de nuevo, la fe en el Señor (5,1-12)
·          Epílogo (5,13) Muy breve.
·        Apéndice (5,14-21)
  
 Es cierto que no es fácil encontrar divisiones precisas para la parte central de la carta, ya que el pensamiento se desarrolla en forma de espiral: una y otra vez vuelve sobre las ideas fundamentales, iluminándolas desde distintos ángulos.

   En la carta no se menciona el nombre del autor, ni el de los destinatarios; tampoco aparecen los saludos de costumbre, ni la despedida al final. Por lo que estos datos hacen suponer que se trata de una especie de carta circular enviada a las comunidades cristianas de toda una región. Según una tradición transmitida por san Ireneo, el Apóstol san Juan, a la vuelta de su destierro en la isla de Patmos, pasó los últimos años de su vida en Éfeso, a la sazón, capital de la provincia romana de Asia y desde allí dirigía las diversas iglesias de Asia Menor, cuyos nombres se citan en el Apocalipsis (Ap 2-3). Según esta tradición, la carta tuvo que ser escrita después del año 95-96, cuando  -bajo el imperio de Nerva-  san Juan volvió de Patmos; y aunque no hay una seguridad total, la mayoría de los autores piensan que la carta es posterior al cuarto evangelio, ya que parece suponer enseñanzas que allí están expuestas. De las tres cartas que se le han adscrito a san Juan, ésta parece ser cronológicamente la última, escrita al finalizar el siglo I de la era cristiana. Como se desprende de su contenido, algunos falsos maestros  -“anticristos”, “falsos profetas”, “hijos del diablo”, les llama san Juan-  habían surgido en el seno de aquellas jóvenes iglesias y, aunque probablemente, ya se habían desvinculado de ellas, seguían amenazando con sus errores la pureza de la fe y de las costumbres cristianas.

   El Apóstol escribió con la finalidad de denunciar aquellas desviaciones y fortalecer la fe de los creyentes; ya que se atacaba a la Persona y a la obra salvadora de Cristo, negando que Jesús fuera el Mesías, el Hijo de Dios; por eso, insistía en la carta, que Jesucristo había venido en “carne”, para aclarar las insidias de aquellos que negaban la Encarnación del Verbo de Dios. Junto a esos errores cristológicos, se propagó también, en el plano moral, una visión equivocada de la vida cristiana: pretendían no tener pecado, afirmando que habían alcanzado un conocimiento especial de Dios (gnosis) que les eximía de guardar sus mandamientos: amando a Dios y viviendo en unión con Él, pero sin amar a sus hermanos. Por eso san Juan dejó claras sus enseñanzas frente a unos y otros errores:

·        La comunión con Dios: Desarrolló ampliamente la doctrina de la comunión o de la unión con Dios, subrayando que sólo quién permanece en comunión con los Apóstoles y acepta su mensaje puede alcanzar la unión con el Padre y el Hijo. Por ello, el conocimiento amoroso de Dios se manifiesta en la observancia de sus mandamientos, resplandeciendo en el precepto de la caridad fraterna.
·        La fe en Jesucristo: Desde el inicio, hasta el final, aparece una y otra vez la fe en la Persona y en la obra redentora del Hijo de Dios, Jesucristo; insistiendo en su divinidad, en su Encarnación redentora y en su función de Mediador único entre Dios y los hombres. El prólogo resume las afirmaciones dogmáticas más importantes sobre Cristo: es el Verbo  -segunda Persona de la Santísima Trinidad-  o el Hijo de Dios; afirmando su existencia eterna junto al Padre, así como su Encarnación en el tiempo e insistiendo en la realidad de su naturaleza humana.
·        La Caridad: Es el tema central de la carta, donde se utiliza con frecuencia el sustantivo “amor” o el verbo “amar”. Nos dice que Dios es amor porque en Sí mismo, en su vida intertrinitaria, es una comunidad viva de amor; y así se demuestra  en su manifestación en la historia de la salvación, especialmente en la Encarnación redentora.
·        La filiación divina: La comunión con Dios y la vida de la Gracia, recibida a través de Jesucristo, constituyen al cristiano  en hijo de Dios, con una filiación distinta a la natural de Cristo, pero con una filiación sobrenatural que es una maravillosa realidad. Dios, por Jesucristo, da a los hombres su vida, haciéndoles partícipes de su misma naturaleza divina y, por ello, somos realmente, hijos de Dios en Cristo.