Evangelio según San Mateo 7,15-20.
Jesús
dijo a sus discípulos:
Tengan cuidado de los falsos profetas, que se presentan cubiertos con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces.
Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos?
Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos.
Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos.
Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego.
Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán.
Tengan cuidado de los falsos profetas, que se presentan cubiertos con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces.
Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos?
Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos.
Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos.
Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego.
Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán.
COMENTARIO:
En este
Evangelio de Mateo, Jesús insiste –no sólo a aquellos hombres, sino a los
hombres de todos los tiempos que posteriormente lo discutirán- en que el
discípulo será juzgado por sus obras; ya que éstas deben ser un claro reflejo
de su fe. Esa es la única manera que tiene el ser humano de manifestar al
mundo, el cumplimiento de la voluntad de Dios.
No
podemos transmitir con nuestros labios un mensaje que después desmienten
nuestros actos; y ese es el distintivo, nos dice el Señor, de los falsos
profetas que surgirán en todos los tiempos, para perdernos. Ya el Antiguo
Testamento nos hablaba de ellos en innumerables ocasiones, y nos ponía en
guardia sobre sus vaticinios y sus mentiras. Tomemos como ejemplo esas palabras
de Jeremías:
“Entre
los profetas de Samaría
Vi
una atrocidad:
Profetizaron
por Baal
Y descarriaron
a mi pueblo Israel.
Pero
entre los profetas de Jerusalén
Vi
algo horrible:
Fornicar
y caminar en la mentira.
Y
apoyaban a los malvados
Para
que se no se convirtiera
Nadie
de su maldad.
Todos
han sido para Mi Sodoma,
Y los
que habitan en ella, como Gomorra” (Jr 23, 13-14)
Todos ellos
embaucaban al pueblo, haciéndoles creer que hablaban en nombre de Dios; cuando
en realidad les decían aquello que querían oír, disculpando y permitiendo sus
errores. Porque una característica muy propia de todos los falsos enviados, es
la búsqueda de la propia satisfacción y el orgullo de arrastrar tras de sí a un
grupo de seguidores. No podemos olvidar jamás que solamente hay una Palabra
divina, hecha carne, para ser transmitida y manifestada; y ésa es: Jesucristo.
Todo lo que se aparte de la Verdad revelada, no viene de Dios. El Maestro nos
insiste en que sus enviados –aquellos que son fieles a la misión encomendada-
brillarán en la oscuridad por la Gracia recibida, que les permitirá poner por
obras todo lo predicado. Ya que vencer nuestra debilidad y actuar como hijos de
Dios, sólo proviene del don divino, que nos infunde el Espíritu Santo.
Cuando parece
que todos caminamos por el mar embravecido de la vida, en la Barca de Pedro, es
necesario tener un criterio de discernimiento para conocer a aquellos que, codo
con codo a nuestro lado, intentarán que llevemos a buen puerto la nave de la
Iglesia. Y Jesús, para que no nos equivoquemos, nos insiste en que miremos los
frutos que esas personas dan con su vida, con su trabajo y, hasta con su descanso.
Un cristiano lo es siempre, porque no es algo añadido a su persona, sino que
Dios forma parte de lo más íntimo de su ser. Y haga lo que haga, en todas las
circunstancias de su existir, y a pesar de las muchas dificultades que se
encuentre, la medida de sus actos la pone el amor a Dios y, por ello, la
entrega a sus hermanos. ¡Estemos atentos!