27 de junio de 2014

¡Lo Mejor!



Evangelio según San Lucas 2,41-51.


Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua.
Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre,
y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta.
Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos.
Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él.
Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas.
Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas.
Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: "Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados".
Jesús les respondió: "¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?".
Ellos no entendieron lo que les decía.
El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón.

COMENTARIO:

  En este Evangelio de Lucas se recoge un episodio de la infancia de Jesús, donde aprendemos quién es Cristo, a través de las acciones y palabras de otros personajes que le acompañaron a lo largo de su vida. Para ponernos en situación, es conveniente conocer que los Ácimos y Pascua, eran una de las tres fiestas de Israel en las que los varones debían peregrinar al Templo de Jerusalén, vivieran donde vivieran. Y esa obligación, aunque no concernía a las mujeres y a los niños, era seguida por todas las familias piadosas que ya, desde los primeros momentos de su vida, educaban a sus hijos en el trato y la respuesta agradecida del hombre, a la bondad de Dios.

  Qué ejemplo tan maravillosos, para todos los que nos consideramos discípulos del Señor y queremos formar familias cristianas. No hay nada mejor, ni más valioso que dar a nuestros hijos el don de la fe: porque los Sacramentos son esa vacuna espiritual, que los librará, desde su más tierna infancia, de las insidias del enemigo. Les da la posibilidad de relacionarse con ese Amigo, que nunca falla. Y sobre todo recordar, que los hijos no aprenden de lo que les decimos, sino de lo que hacemos; por eso es tan importante que vean en nosotros la coherencia de una vida, que tiene su epicentro en el Señor.

  No debe extrañarnos este episodio que nos cuenta la pérdida del Niño Jesús; ya que, por aquel entonces, Jerusalén solía multiplicar su población en las fiestas de las peregrinaciones. Y todos aquellos que venían de poblaciones lejanas, acostumbraban a viajar en caravanas donde hacían dos grupos separados, el de los hombres y el de las mujeres. Por eso los niños podían ir indistintamente con cualquiera de ellos, sin que los otros cónyuges los encontraran a faltar. Y es así como, al hacer un alto en el camino y reunirse las familias, se dieron cuenta de que el Pequeño se había quedado en la Ciudad Santa.

  Imaginaros qué dolor debieron sentir aquellos padres; qué momento de desesperación ante la pérdida del Hijo. Es, totalmente, cómo si el Padre quisiera enseñar a María, el calvario que va a tener que sufrir, con el paso del tiempo, al unir Cristo su voluntad a la voluntad de Dios. Cómo deberá desprenderse de Él, para que lleve a cabo la salvación de los hombres. Es esa pedagogía divina, que enseña a los seres humanos que nada sucede porque sí; aunque en ese momento no lo podamos entender.

  Sus padres encontraron al Niño “escuchando y preguntando” a los doctores. Es la Humanidad Santísima del Verbo encarnado, la que nos enseña en Sí misma, que hemos de crecer en el conocimiento de la Sabiduría. Y para cada uno de nosotros, la Sabiduría es Cristo; por eso nuestra vida, debe ser una búsqueda constante de su mensaje, de su historia y de su redención.

  Jesús no reprende a sus padres, cuando le piden explicaciones por haberse quedado, como puede parecer en la lectura de este texto; ya que no podemos olvidar que la forma de escribir semita era aficionada a las antítesis. Sino que les hace ver que Él se debe, y se deberá siempre, al Padre, de quién es su Hijo eterno. Y María, como siempre, guarda todo en su corazón. En ese corazón que Dios ha escogido para ser la Madre de Cristo y de la humanidad; para que tengan cabida, todos los hombres del mundo. Porque es ese manantial inagotable de amor inmenso, el que es capaz de aceptar, con su silencio y humildad, aquello que no entiende pero que sabe que precisa de la entrega de su voluntad. Así nosotros, hemos de tomar ejemplo de esa actitud rendida de la Virgen, al querer de Dios. Tú y yo, cuando lleguen momentos complicados, hemos de aprender de Ella y, con Ella, aceptar y asumir la disposición divina hacia nosotros. No lo dudéis, con María ¡siempre será lo mejor!