C A P I T U L O I I I
Leyendo un
capítulo de la vida del magistral músico y compositor Albéniz, me llamó la
atención una anécdota que le sucedió en París, cuando daba una tanda de
recitales. Su mujer, que se había quedado en España, recibió una llamada suya
rogándole que volara a la capital francesa, porque se encontraba enfermo.
Con la rapidez
que da la intranquilidad, tomó el primer avión que pudo y se personó en el
hotel, donde comprobó que su esposo estaba tan sano como la manzana de
Blancanieves; y no os penséis que busco esa similitud porque no he sabido
localizar otra fruta en otro cuento, sino porque en el fondo la susodicha
manzana, que la bruja quería entregar a la gentil princesa, contenía un veneno
mortal.
Durante la larga
gira que ese hombre realizaba, comprobó que comenzaba en él un sentimiento de
atracción hacia una joven del grupo que le acompañaba, y con un valor inusual
en sus congéneres, ejerció la voluntad de no ceder a su instinto, apartando la
tentación que la soledad le producía.
De esta manera, una llamada
telefónica y el amor de su esposa, salvaron su matrimonio.
Vivir no es
carecer de dificultades, sino saber enfrentarse a ellas con la prudencia que da
el conocimiento de nuestras debilidades yequivocaciones, y el valor de corregir nuestros
errores.
Estuve pensando
largo rato que es lo que hace que unas personas sean tan mediocres y otras
alcancen talla de gigantes, y al rato deduje que hay una virtud cardinal,
escondida en el fondo del alma, que está bastante en desuso por el esfuerzo
titánico que representa, cuando no se cuenta con la gracia de Dios: la
fortaleza.
Se podría
definir como la fuerza que vence el temor y huye de la temeridad. Hay una
definición filosófica de Kant que me gusta muchísimo, describiéndola como la
fuerza moral de la voluntad en obedecer los dictados del deber.
Tengo una
conocida, a la que quiero mucho, que siempre me pide cuando hablamos sobre
algún tema que le de ejemplos para poder llegar a una fácil comprensión de los
hechos. Pensando en ella y en otras muchas personas a las que a veces les
cuesta entender el sentido de las palabras, voy a escenificar la importancia
que tiene para mí esa virtud.
En la edad
media, los señores feudales construían sus castillos y ciudadelas rodeándolas
de unos recintos fortificados capaces de contener los ataques externos, que sus
enemigos les lanzaban con periodicidad; dichos recintos tomaron el nombre de
fortalezas.
Pues bien, en
esta vida en la que todos los actos humanos dejan una huella en el alma, hemos
de rodearnos de esa fuerza que hace que perseveremos en el cumplimiento de lo
que entendemos que debemos hacer, según los dictámenes de nuestra conciencia.
Pero para ello
hemos de conocer nuestras limitaciones y saber, como sabe el enfermo cuando se
manifiestan unos síntomas, que sin ayuda experimentada difícilmente
lucharemos contra la enfermedad.
Necesitamos los
sacramentos donde recibimos la gracia, que es un don divino dado gratuitamente
por el amor de Dios, participando de la naturaleza divina.
Yo no se de
nadie, en su sano juicio, que no se aproveche de algo sin coste económico; lo
único que se nos exige es el esfuerzo de pedirlo y la intensidad de buscarlo. A
cambio recibimos una inyección de vitaminas sobrenaturales que nos prepara para
la lucha contra los virus de este mundo. ¿Os negaríais a vacunar a vuestros
hijos contra el tétanos o la tos ferina? ¿Porqué no esgrimís entonces el
argumento de la libertad a la hora de elegir una opción?. Porque estáis
convencidos de que es lo mejor para ellos.
Bien, pues yo os
rogaría que fijarais vuestra atención en ese plano inclinado donde parece que
los humanos hemos decidido construir el edificio de nuestra existencia, y
plantearos si puede encontrarse algún suelo firme donde cimentar los pilares de
una vida consecuente y feliz; porque feliz es el que aprende a unir su voluntad
a la de Dios, en cada momento y circunstancia de su vida.
A veces sólo
consiste en reconocer que la fe es una adhesión personal a Jesús, no un hecho
evidente, que implica la aceptación de la autoridad de quien nos lo dice; y esa
autoridad es la de Dios.
Las verdades de
la fe no van en contra de la razón ni de la inteligencia, digamos que las
complementan, aunque no siempre sean entendidas porque no son una evidencia.
Mucha gente
desconoce el funcionamiento de sus pulmones y en cambio eso no es impedimento
para seguir respirando. La causa de nuestra incredulidad es el orgullo de la
razón que quiere pasarlo todo por la comprensión, sin decidirse a humillar la
inteligencia. Sin la fe no hay gracia y sin ella la fortaleza sucumbe.
A mí me ayudó
una vez la contemplación, en un frondoso bosque, de un impresionante algarrobo;
sus enormes ramas caían hacia los lados en una tremenda prolongación de sí
mismo. Pero me quedé pasmada al ver que conseguía mantener esa posición erguida
gracias a un pequeño árbol que bifurcaba sus cortas ramas, sirviendo de apoyo a
las que, por su peso, hubieran caído partiéndose sin remedio.
No importa lo
grandes que somos, lo fuertes que nos consideramos o lo inteligentes que nos
sentimos; si no tenemos el apoyo de la fortaleza para luchar contra la
adversidad que tarde o temprano se cruzará en el camino de nuestras vidas,
estamos condenados a sucumbir y desfallecer en esa triste soledad del alma, que
es la falta de fe.