6 de noviembre de 2014

¡No desfallezcas nunca!



Evangelio según San Lucas 15,1-10.


Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo.
Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos".
Jesús les dijo entonces esta parábola:
"Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla?
Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría,
y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido".
Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse".
Y les dijo también: "Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla?
Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido".
Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte".

COMENTARIO:

  En este Evangelio de Lucas, podemos apreciar como el escritor sagrado pone de manifiesto la actitud de todos aquellos que, sintiéndose pecadores, se acercaban a Jesús para buscar su perdón y escuchar sus palabras. Ese primer punto, por tanto, deja al descubierto una verdad que, aunque a veces es dolorosa de aceptar, no es por ello menos cierta: que en el fondo de nuestra conciencia todos sabemos cuando estamos actuando mal; y aunque no seamos capaces de terminar con ello, no estamos tranquilos, ni nos sentimos satisfechos. Otra cosa muy distinta es que por no perder una manera cómoda de vivir, una seguridad económica o, simplemente, un orgullo mal entendido, no queramos reconocer esos errores que nos obligarían –pidiendo perdón- a enderezar nuestros actos.

  Esa gente de mala fama y los cobradores de impuestos, no siguen impasibles su camino, sino que buscan con ahínco el encuentro con Jesús. Necesitan escuchar que no está todo perdido y que mientras hay vida, hay esperanza. Y el Señor nos muestra un hecho, que es objetivamente comprobable entre todos aquellos que estamos creados a imagen y semejanza de Dios: que siempre cuidamos del que más nos necesita.

  Los animales, cuando tienen crías, refuerzan el clan con las sanas, y descuidan a las enfermas para que la naturaleza siga su curso; porque si no pueden tirar adelante por sí mismas, es mejor que mueran. Sin embargo el hombre, que tiene dentro de sí ese destello divino que sólo el pecado puede oscurecer, se vuelca en sobremanera con los hijos más débiles que requieren de su cuidado y de su presencia. Pues bien, lo mismo ocurre con el Padre celestial, que cuida con mimo a sus hijos más frágiles y con más deficiencias emocionales. El Señor se vuelca, se excede; y como ha venido a este mundo para salvarnos a todos sin excepción, cuando ve que alguno se aleja y se olvida de donde precede y a donde se dirige, sale a su encuentro para hacerle recapacitar de su absurda decisión.

  Jesús es el único que no se rinde; que no cesa de mostrarnos el camino, cuando andamos perdidos por el bosque de la tentación. Pero el Señor no violenta libertades; y Él, que nos creó sin nuestro consentimiento, no nos salvará si no estamos dispuestos a cooperar con nuestro esfuerzo. Por eso, a lo largo de nuestra vida, nos dará –una tras otra- innumerables oportunidades para que, reconociendo el mal que hemos causado, pidamos perdón y regresemos a nuestro Hogar: a su lado. Él es el único que, cuando estamos heridos, sangrando, y las fuerzas nos han abandonado, nos carga sobre sus hombros –como cargó la cruz por todos nosotros- y nos acerca al sacramento del perdón.

  El Señor confía en cada uno de nosotros, mucho más de lo que cada uno de nosotros, confía en sí mismo. Y el culmen de esa preocupación divina, ha sido la Encarnación de Jesucristo; que ha sido capaz para salvarnos, de asumir la naturaleza humana y hacerse “culpa”, para limpiar las nuestras. Por eso, esa imagen del Buen Pastor, que tanto ha supuesto para la Tradición cristiana, debe ser una imagen llena de esperanza, que todos nosotros debemos tener muy presente en el quehacer diario. La alegría que sienten por nosotros en el Cielo, no es porque nunca nos caigamos, sino porque siempre nos levantamos, apoyados en Nuestro Señor. Y podemos hacerlo,  porque aunque no lo veamos, Él siempre camina a nuestro lado: aunque estemos por sendas tenebrosas, peligrosas, o en lugares que ningún otro querría compartir. Por eso ¡No desfallezcas nunca!