Evangelio según San Lucas 21,29-33.
Jesús
hizo a sus discípulos esta comparación:
"Miren lo que sucede con la higuera o con cualquier otro árbol.
Cuando comienza a echar brotes, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano.
Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el Reino de Dios está cerca.
Les aseguro que no pasará esta generación hasta que se cumpla todo esto.
El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán."
"Miren lo que sucede con la higuera o con cualquier otro árbol.
Cuando comienza a echar brotes, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano.
Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el Reino de Dios está cerca.
Les aseguro que no pasará esta generación hasta que se cumpla todo esto.
El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán."
COMENTARIO:
En este
Evangelio de Lucas, Jesús recuerda a los hombres que le escuchan, un hecho muy
natural. Y que por serlo, tiene una enseñanza trascendente; ya que en todas las
leyes de la naturaleza, está implícita la mano de Dios: y es que todo efecto,
proviene de una Causa.
Aquí les pone el
ejemplo de la higuera que, como todos los árboles, anuncia con sus hojas y sus brotes,
que el varano ya está cerca. Y lo mismo ocurre cuando, al vislumbrar una
columna de humo, sabemos perfectamente que cerca, habrá un fuego. Pues con
estas imágenes, que son habituales en la vida cotidiana de los hombres, el
Señor nos revela que todos los signos que nos ha predicho, serán el antecedente
del “último día”. Y que, así como somos capaces de descubrir lo que ha de
llegar, por la realidad que vivimos en ese momento, hemos de estar preparados
para saber apreciar todo aquello que, por la Gracia de Dios, descubriremos como
señales de la segunda venida de Cristo. Ahora bien, justamente porque nadie
sabe –salvo el Padre- ni el día ni la hora, Jesús nos recomienda vivir cada
minuto, con la coherencia de los hijos de Dios. Es decir, convirtiendo en extraordinario
–en nuestro corazón- todo lo cotidiano. Y lo haremos así, porque hasta las
cosas más pequeñas se vuelven sublimes, si las ofrecemos por amor de Nuestro Señor.
¿Qué haría tú,
si pensaras que hoy puede ser el último día de tu vida? Mal vas si has dejado
para el final todo aquello que hay de bueno en ti: ese cariño que manifestamos,
con palabras y obras, a los que nos rodean. Esa ayuda que ofrecemos a los que
precisan nuestro socorro. La lucha por la justicia, que no sólo da a cada uno
lo que le corresponde, sino que se excede teniendo como medida la caridad. No
esperes a mañana para ser un poco mejor; porque tal vez, ya no tengas tiempo.
Es cierto que
el lenguaje apocalíptico es un misterio, y que pueden desconcertarnos las
palabras del Maestro, refiriéndose al “cuándo” de nuestro final: “no pasará
esta generación”, les dice; pero como nos explica el Magisterio, bien puede
referirse Jesús a todo un espacio temporal, que llega hasta el momento en el
que Él instaurará una nueva vida. No olvidemos que no hay nada tan relativo
para Dios, que es eterno, como el tiempo; ya que solamente sus parámetros
sirven al hombre, para calcular la duración de las cosas.
Pero lo que sí
está claro, y es lo que nunca hemos de perder de vista, es que igual que el Señor
pronosticó las señales visibles que anunciaron la ruina de Jerusalén, lo mismo
ocurrirá con la venida definitiva del “Hijo del Hombre”. Igual que se cumplió
una, la otra también se cumplirá. Por eso nos llama el Señor, desde el texto, a
velar; a estar despiertos y no caer en la tentación. A llevar una vida sobria,
donde cada uno de nosotros sea dueño de sí mismo, porque ha trabajado la
voluntad en el gimnasio de la renuncia. Que oremos sin descanso, pidiendo a
Dios su Gracia, para mantenernos fieles a su llamada. Y, sobre todo, que
tengamos vida interior a través de la participación de los Sacramentos.
Jesús no quiere
perder, como Buen Pastor, a ninguna de las ovejas que el Padre ha puesto a su
cuidado. Y, por eso, el Maestro ha estado pendiente de nosotros, desde el mismo
momento de nuestra concepción. Nos ha mimado con tanto afán, que se ha dejado
clavar en una cruz para evitarnos el sufrimiento eterno. Es por eso que el
Señor no descansa, y clama con insistencia en lo más recóndito de nuestra
conciencia. Nos advierte, con amor, que no bajemos la guardia ante las
insidias del enemigo, que lucha constantemente para lograr nuestra perdición. ¡Seamos
leales a Cristo! Digámosle desde el fondo del corazón, que esté tranquilo, que
no se preocupe, que con la ayuda de su Espíritu seremos capaces de ser fieles
al compromiso adquirido, como partes fundamentales de su Cuerpo Místico.