4 de noviembre de 2014

¿Quieres cumplir con tu trabajo?



Evangelio según San Lucas 14,15-24.


En aquel tiempo:
Uno de los invitados le dijo: "¡Feliz el que se siente a la mesa en el Reino de Dios!".
Jesús le respondió: "Un hombre preparó un gran banquete y convidó a mucha gente.
A la hora de cenar, mandó a su sirviente que dijera a los invitados: 'Vengan, todo está preparado'.
Pero todos, sin excepción, empezaron a excusarse. El primero le dijo: 'Acabo de comprar un campo y tengo que ir a verlo. Te ruego me disculpes'.
El segundo dijo: 'He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos. Te ruego me disculpes'.
Y un tercero respondió: 'Acabo de casarme y por esa razón no puedo ir'.
A su regreso, el sirviente contó todo esto al dueño de casa, y este, irritado, le dijo: 'Recorre en seguida las plazas y las calles de la ciudad, y trae aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los paralíticos'.
Volvió el sirviente y dijo: 'Señor, tus órdenes se han cumplido y aún sobra lugar'.
El señor le respondió: 'Ve a los caminos y a lo largo de los cercos, e insiste a la gente para que entre, de manera que se llene mi casa.
Porque les aseguro que ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar mi cena'".

COMENTARIO:

  En este Evangelio de san Lucas, la figura del banquete, que el Señor ha utilizado con asiduidad en estos días, cobra ahora –en este texto-  una significación peculiar: pues con ella, Jesús aprovecha para describirnos el Reino de los Cielos, y nuestra obligación, como cristianos, de predicar al mundo el mensaje de la salvación.

  Nos cuenta como Dios había elegido a Israel, como mediador de la redención de los hombres; y aunque la mayoría del pueblo lo rechazó, es bien cierto que las promesas se cumplieron, porque de Uno de sus miembros: Jesucristo, surgió el rescate de todo el género humano. Vemos, en estas palabras, como el Señor es siempre fiel a sus compromisos, aunque sepa que los que se han comprometido con Él, le van a abandonar. Pero Dios ya contaba con ello; y como bien expresa la parábola, fundó su Iglesia con los despreciados de Israel y con los paganos que aceptaron, a través del Bautismo, ser fieles a esa Nueva Alianza, que selló con su propia Sangre: por eso esa Asamblea Santa, es la convocatoria divina y universal a la salvación.

  Isaías nos lo recuerda, cuando con sus palabras nos hace conscientes de ese amor incondicional de Dios, que es capaz de enviar a los miembros de su casa –por todos los caminos- para que no olvidemos quienes somos, de dónde venimos, y a donde hemos de regresar:
“Escuchadme, casa de Jacob
Y todos los restos de la casa de Israel,
Que fuisteis portadores desde el vientre,
Llevados desde el seno materno.
Hasta vuestra vejez, Yo seré el mismo,
Hasta la calvicie yo os soportaré:
Yo os hice y Yo os llevaré,
Yo os llevaré y salvaré” (Is 46, 3-4)

  Tú y yo, fuimos escogidos desde antes de la creación, para ser invitados al banquete y compartir el alimento eucarístico: es decir, tú y yo, fuimos elegidos expresamente por Dios, para ser cristianos. Pero sabes perfectamente, que el Señor no violenta voluntades; y si –como aquellos judíos- quieres negarte a participar de la mesa celestial, estás en tu total derecho de hacerlo. Lo único es que luego, no te quejes de las consecuencias, humanas y divinas. Porque renunciar a Dios es prescindir de a verdadera Felicidad, ya aquí en la tierra y, consecuentemente, vivir un sinsabor eterno lejos del Todopoderoso. Cada uno elije, en libertad, corresponder a la invitación divina; no lo olvides.

  Pero esta parábola va mucho más allá y nos habla de que el amo envió a los suyos, a buscar nuevos contertulios. Es decir, que Jesús nos habla expresamente de esa misión tan cristiana, como es la de hacer apostolado con nuestros hermanos, los hombres. Y aunque nos encontraremos con muchas personas, que no son capaces de captar la grandeza de Dios, no debemos desanimarnos, sino al contrario, seguir insistiendo y dando a conocer al mundo las maravillas del que invita; recordando a la gente que, mientras haya vida, habrá sitio.

  El texto, si os fijáis, reproduce una frase que puede parecer extrema; como es en algunas traducciones el vocablo “insiste” y en otras, “obliga”, cuando se refiere a la necesidad de atraer a la gente para que participen del ágape sagrado. Evidentemente, Jesús no trata de violentar a nadie, sino que nos insta a poner todos los medios humanos, y los divinos –como es la oración- también, para ayudar a nuestro prójimo a que se decida por el bien. Si viéramos que alguno de ellos quiere suicidarse, no descansaríamos hasta conseguir que desistiera de su empeño; y no nos importaría si, en esos momentos, no respetamos del todo su libertad, ya que podemos calcular que, por circunstancias que tal vez son ajenas a su voluntad, ha podido perder el buen criterio. Pues bien, morir en pecado mortal, es muchísimo peor: es cerrar las puertas a poder participar de la Gloria con Dios. Es morir eternamente en la oscuridad y el dolor; y eso no es una apreciación nuestra, sino un hecho que ha sido manifestado por el propio Maestro. Y la verdad es que no creo que ninguno de nosotros quiera eso, para sus seres queridos.

  Hemos de llamar, con nuestro ejemplo, a los corazones de los hombres, mostrando la fuerza de Dios. Hemos de hablar de esperanza, porque sólo el Señor da respuestas e ilumina. Hemos de expresar el amor que sentimos por los demás, no porque seamos mejores, sino porque por amor al Padre, somos capaces de querer a sus hijos; aunque esos hijos no nos quieran. ¡Tenemos mucho trabajo! Cristo nos lo recuerda cada día cuando nos pregunta en el examen de conciencia, si hemos sido fieles a sus deseos: si hemos sido coherentes con nuestra fe.