20 de noviembre de 2014

¡Enjuaga sus lágrimas!



Evangelio según San Lucas 19,41-44.


Cuando estuvo cerca y vio la ciudad, se puso a llorar por ella,
diciendo: "¡Si tú también hubieras comprendido en este día el mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos.
Vendrán días desastrosos para ti, en que tus enemigos te cercarán con empalizadas, te sitiarán y te atacarán por todas partes.
Te arrasarán junto con tus hijos, que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has sabido reconocer el tiempo en que fuiste visitada por Dios".

COMENTARIO:

  En este Evangelio de san Lucas, podemos observar como el Corazón de Cristo, en su Humanidad Santísima, se aflige ante el conocimiento de los trágicos sucesos que van a ocurrir en la ciudad de Jerusalén, y en sus habitantes.

   Cuando subieron aquel montículo, desde el que se dominaba la Ciudad Santa, tuvo que llenar de asombro a los discípulos, ver que Jesús rompía en llantos. Seguramente, no debían entender porqué su Maestro, ante la belleza y majestuosidad que se alzaba ante sus ojos, derramaba esas lágrimas, que eran tan inexplicables para ellos. Pero Jesús les expresa, con un dolor manifiesto, el deseo de su corazón, que ama profundamente; y que desea abrir los ojos a su pueblo, para que puedan convertirse y edificar, sin roturas, esa Nueva Alianza que descansa en la Antigua.

  Es ese grito divino, que clama al Jerusalén de sus amores. A esa nación, a la que se le ha revelado y ha enviado sus profetas. A esa Ciudad, a la que ha dado múltiples signos, para que pudieran reconocer en Él, a su Mesías. Pero como ocurrió en el Edén, los hombres eligen libremente su destino; y prefieren escuchar el siseo de la serpiente, a la Voz de Dios encarnada.

  Cuantas veces, los que somos padres, hemos intentado –a través de nuestros consejos- evitar sufrimientos a nuestros hijos, que sabemos que son fruto de la inexperiencia. Y cuantas veces más, ellos han hecho caso omiso; recogiendo tormentas, de los truenos que han ido sembrando. Pero en el fondo, y como ocurre siempre, hemos sido nosotros los que hemos acabado sintiendo esa opresión en el alma, al ver la tribulación que sus actos, fruto de su libertad, les han causado. Pues imaginaros lo que ocurre con Dios, que es el Amor con mayúsculas y la Bondad sin reservas, sin egoísmos, sin soberbias, sin rencores… Imaginaros su dolor inmenso y eterno, ante la aflicción de sus hijos.

  El Maestro sabe que todas aquellas calles, edificios y el Templo que contempla, serán destruidos por las legiones romanas, bajo el mandato de Tito, en el año 70. Pero Jesús renovará, con aquellos judíos fieles a la Alianza, una promesa definitiva que sellará en el Calvario; y de su entrega y su sacrificio, nacerá el Nuevo Pueblo de Dios: la Iglesia. Jesús no llora por los que van a ser fieles, sino por aquellos que han traicionado un compromiso de siglos y han dado la espalda a Dios; porque perecerán  presa de sus errores y de su orgullo.

  Cristo hoy, sigue su camino entre nosotros sintiendo el mismo dolor por nuestras ofensas; y se detiene a nuestro lado, preguntándonos si queremos corresponder a su amor, sin reservas. Si queremos guardar limpio nuestro corazón, para que la Trinidad  habite en su interior y lleguemos a alcanzar la salvación prometida, que ganó para nosotros con el derramamiento de su Sangre. Jesús, no lo dudes, sigue llorando por sus hermanos que están dispuestos a perecer, debido a la soberbia de una vida sin sentido. Debido a ese orgullo que los impulsó a soltarse de la mano del Maestro, y caminar solos por el sendero de la vida. ¡Sujétate fuerte! Dile que le amas y, con un beso, enjuaga sus lágrimas.