11.
FUERZA EN LOS SACRAMENTOS.
El Obispo
cuenta, que el regalo más grande que le hizo Jesús en su tribulación, fue permitirle que llegara
a él, a través de “una medicina para el dolor de estómago”, una botellita de
vino de Misa con unas hostias escondidas en una antorcha. A partir de entonces,
todos los días, con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la
mano, celebraba la Misa. Recordando que sólo creía en una fuerza, en la
Eucaristía: el Cuerpo y la Sangre del Señor que le daba la vida. Como el maná
alimentó a los israelitas en su viaje a la tierra prometida, así la Eucaristía
lo alimentó en su camino de esperanza. Lo recuerda con las siguientes palabras:
“Jesús, está en medio de nosotros. Él cura
todos los sufrimientos físicos y mentales. Jesús eucarístico ayuda intensamente
con su presencia silenciosa. La fuerza del amor de Jesús es irresistible. La
oscuridad de la cárcel se convierte en luz, la semilla germina bajo tierra
durante la tempestad”
“Todos los días, al recitar y escuchar las
palabras de la consagración, confirmo con todo mi corazón y con toda mi alma un
nuevo pacto eterno entre Jesús y yo, mediante su sangre mezclada con la mía.
Jesús empezó una revolución en la Cruz; la nuestra debe empezar en la mesa
eucarística”
12.
PEDAGOGÍA DEL DOLOR
Francisco
Nguyen Van Thuan corroboró en propias carnes lo que tantas veces había oído y
predicado en su mensaje evangélico. Dios educa en el sufrimiento, a través de
una pedagogía del dolor; y de la misma manera, el sufrimiento sólo cobra
sentido y consigue ser pedagógico si Cristo se encuentra en medio él. De este
convencimiento, surgió esta maravillosa oración:
PRESENTE
Y PASADO
“Amadísimo Jesús,
Esta
noche, en el fondo de mi celda,
Sin
luz, sin ventanas, calentísima,
Pienso
con intensa nostalgia en mi vida pastoral.
Ocho
años de Obispo, en esta residencia,
A
sólo dos Kilómetros de mi celda de prisión,
En
la misma calle, en la misma playa…
Oigo
las olas del Pacífico,
Las
campanas de la Catedral.
Antes
celebraba con patena
Y
cáliz dorado;
Ahora
tu Sangre está
En
la palma de mi mano
Antes
recorría el mundo
Dando
conferencias y reuniones;
Ahora
estoy recluido en una celda estrecha,
Sin
ventana.
Antes
iba a visitarte El Sagrario; ahora te llevo
Conmigo,
Día
y noche en mi bolsillo.
Antes
celebraba la Misa ante miles de fieles;
Ahora
en la oscuridad de la noche,
Dando
la comunión
Por
debajo de la mosquitera.
Antes predicaba ejercicios espirituales
A
sacerdotes, religiosos, laicos…;
Ahora
un sacerdote, también él prisionero,
Me
predica los Ejercicios de San Ignacio
A
través de las grietas de la madera.
Antes
daba la bendición solemne
Con
el Santísimo en la Catedral;
Ahora
hago la adoración Eucarística
Cada
noche a las nueve, en silencio,
Cantando
en voz baja el Tantum Ergo, la Salve
Regina,
Y
concluyendo con esta breve oración:
“Señor,
ahora soy feliz
De
aceptar todo de tus manos:
Todas
las tristezas, los sufrimientos,
Las
angustias, hasta mi misma muerte. Amén”
Soy
feliz aquí, en esta celda
Donde
crecen hongos blancos
Sobre
mi estera de paja enmohecida,
Porque
Tú estás conmigo,
Porque
Tú quieres que viva contigo.
He
hablado mucho en mi vida;
Ahora,
ya no hablo.
Es
tu turno, Jesús, de hablarme.
Te
escucho ¿qué me has susurrado?
¿Es
un sueño?
Tú
no me hablas de pasado,
Del
presente
No
me hablas de mis sufrimientos,
Angustias…
Tú
me hablas de tus proyectos
De
mi misión.
Entonces
canto tu Misericordia,
En
la oscuridad, en mi fragilidad,
En
mi anonadamiento.
Acepto
mi cruz
Y
la planto, con las dos manos,
En
mi corazón.
Si
me permitieras elegir, no cambiaría
¡Porque
Tú estás conmigo!
Ya
no tengo miedo: he comprendido,
Te
sigo en tu Pasión
Y
en tu Resurrección”
En el aislamiento,
Prisión de Phú Khánh (Vietnam Central)
7 de Octubre de 1976, Fiesta del Santo Rosario
Después de su
liberación, en el día de la Presentación de la Virgen, cuando la gente le
preguntaba cómo había podido resistir tanto sufrimiento sin quebrarse, el
Obispo Nguyen dio las claves, en sus respuestas, para poder transformar el
dolor en el gozo que perfecciona al ser humano en la búsqueda de sí mismo,
mediante la fe:
-Sólo Cristo nos descubre el “porqué”, a través de la
pedagogía de la Cruz.
-Con la fuerza de sus Sacramentos, somos capaces de
cualquier “como”
-La oración es el bálsamo que cura las heridas.
-María es la entrega, en la Cruz; es el Camino para
llegar a Jesús.
-Sufrimos en Cristo, como miembros del Cuerpo Místico: la
Iglesia.
-La aceptación de la Voluntad divina promueve la
alegría en el dolor.
-La humildad es la consecuencia de la aceptación de la
fragilidad
en el sufrimiento y el descanso en Dios.
Cuando le
inquirían a contestar sobre los momentos de miedo o desesperación que hubiera
podido sufrir, él recordaba a los presentes que sólo hay un mal que temer: el
pecado y les remitía a un capítulo de la vida de san Juan Crisóstomo:
“Cuando la corte del Emperador de Oriente se
reunió para discutir el castigo que debía darse a san Juan Crisóstomo por la
franca denuncia dirigida a la Emperatriz, se sugirieron las siguientes
posibilidades:
Encarcelarlo;
“pero –decían- así tendrá la oportunidad de orar y de sufrir por el Señor, como
siempre ha deseado”.
Exiliarlo;
“pero, para él no hay ningún lugar donde no habite el Señor”
Condenarlo
a muerte; “pero así será mártir y satisfará su aspiración a ir al Señor”
“Ninguna de estas posibilidades es para él un castigo; al contrario, las acepta
con gozo”
Sólo
hay una cosa que él teme mucho y que odia con todo su ser: el pecado “¡pero
sería imposible forzarlo a cometerlo!”
Así nos
recordaba con ello, que si tememos sólo al pecado, que es el verdadero mal,
nuestra fuerza será inigualable. Por eso, en el relato de Nguyen Van Thuang, en
su experiencia, hay un trasfondo divino que no podemos dejar de observar: No
sólo nos manifiesta en el sufrimiento su unión con Cristo en el misterio de la
Cruz; no sólo ofrece su dolor a Dios, unido al de su Hijo, como testigo de amor
al Padre por todos los hombres; sino que nos muestra que Dios bendice a sus
hijos con la Cruz de Cristo, porque nos ama de verdad. Y el dolor aparece como
algo propio de los buenos padres que corrigen, a veces con dureza, si es
necesario, para ayudar a superar las propias limitaciones y debilidades que
no nos permiten crecer en la vida personal.
Así nos lo
recordaba san Josemaría en el punto 235 de Surco:
“No te quejes, si sufres. Se pule la piedra
que se estima, la que vale.
¿Te duele? –Déjate tallar, con
agradecimiento, porque Dios te ha tomado en sus manos como un diamante…No se
trabaja así un guijarro vulgar”