4 de mayo de 2015

¡Fuerza en los Sacramentos!

11. FUERZA EN LOS SACRAMENTOS.


   El Obispo cuenta, que el regalo más grande que le hizo Jesús  en su tribulación, fue permitirle que llegara a él, a través de “una medicina para el dolor de estómago”, una botellita de vino de Misa con unas hostias escondidas en una antorcha. A partir de entonces, todos los días, con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano, celebraba la Misa. Recordando que sólo creía en una fuerza, en la Eucaristía: el Cuerpo y la Sangre del Señor que le daba la vida. Como el maná alimentó a los israelitas en su viaje a la tierra prometida, así la Eucaristía lo alimentó en su camino de esperanza. Lo recuerda con las siguientes palabras:

   “Jesús, está en medio de nosotros. Él cura todos los sufrimientos físicos y mentales. Jesús eucarístico ayuda intensamente con su presencia silenciosa. La fuerza del amor de Jesús es irresistible. La oscuridad de la cárcel se convierte en luz, la semilla germina bajo tierra durante la tempestad”

   “Todos los días, al recitar y escuchar las palabras de la consagración, confirmo con todo mi corazón y con toda mi alma un nuevo pacto eterno entre Jesús y yo, mediante su sangre mezclada con la mía. Jesús empezó una revolución en la Cruz; la nuestra debe empezar en la mesa eucarística”


12. PEDAGOGÍA DEL DOLOR


   Francisco Nguyen Van Thuan corroboró en propias carnes lo que tantas veces había oído y predicado en su mensaje evangélico. Dios educa en el sufrimiento, a través de una pedagogía del dolor; y de la misma manera, el sufrimiento sólo cobra sentido y consigue ser pedagógico si Cristo se encuentra en medio él. De este convencimiento, surgió esta maravillosa oración:

PRESENTE Y PASADO

   “Amadísimo Jesús,
Esta noche, en el fondo de mi celda,
Sin luz, sin ventanas, calentísima,
Pienso con intensa nostalgia en mi vida pastoral.

Ocho años de Obispo, en esta residencia,
A sólo dos Kilómetros de mi celda de prisión,
En la misma calle, en la misma playa…
Oigo las olas del Pacífico,
Las campanas de la Catedral.

Antes celebraba con patena
Y cáliz dorado;
Ahora tu Sangre está
En la palma de mi mano

Antes recorría el mundo
Dando conferencias y reuniones;
Ahora estoy recluido en una celda estrecha,
Sin ventana.

Antes iba a visitarte El Sagrario; ahora te llevo
Conmigo,
Día y noche en mi bolsillo.

Antes celebraba la Misa ante miles de fieles;
Ahora en la oscuridad de la noche,
Dando la comunión
Por debajo de la mosquitera.

Antes  predicaba ejercicios espirituales
A sacerdotes, religiosos, laicos…;
Ahora un sacerdote, también él prisionero,
Me predica los Ejercicios de San Ignacio
A través de las grietas de la madera.

Antes daba la bendición solemne
Con el Santísimo en la Catedral;
Ahora hago la adoración Eucarística
Cada noche a las nueve, en silencio,
Cantando en voz baja el Tantum Ergo, la Salve
Regina,
Y concluyendo con esta breve oración:
“Señor, ahora soy feliz
De aceptar todo de tus manos:
Todas las tristezas, los sufrimientos,
Las angustias, hasta mi misma muerte. Amén”
Soy feliz aquí, en esta celda
Donde crecen hongos blancos
Sobre mi estera de paja enmohecida,
Porque Tú estás conmigo,
Porque Tú quieres que viva contigo.

He hablado mucho en mi vida;
Ahora, ya no hablo.
Es tu turno, Jesús, de hablarme.

Te escucho ¿qué me has susurrado?
¿Es un sueño?
Tú no me hablas de pasado,
Del presente
No me hablas de mis sufrimientos,
Angustias…
Tú me hablas de tus proyectos
De mi misión.
Entonces canto tu Misericordia,
En la oscuridad, en mi fragilidad,
En mi anonadamiento.
Acepto mi cruz
Y la planto, con las dos manos,
En mi corazón.
Si me permitieras elegir, no cambiaría
¡Porque Tú estás conmigo!
Ya no tengo miedo: he comprendido,
Te sigo en tu Pasión
Y en tu Resurrección”

En el aislamiento,
Prisión de Phú Khánh (Vietnam Central)
7 de Octubre de 1976, Fiesta del Santo Rosario


   Después de su liberación, en el día de la Presentación de la Virgen, cuando la gente le preguntaba cómo había podido resistir tanto sufrimiento sin quebrarse, el Obispo Nguyen dio las claves, en sus respuestas, para poder transformar el dolor en el gozo que perfecciona al ser humano en la búsqueda de sí mismo, mediante la fe:

-Sólo Cristo nos descubre el “porqué”, a través de la pedagogía de la Cruz.
-Con la fuerza de sus Sacramentos, somos capaces de cualquier “como”
-La oración es el bálsamo que cura las heridas.
-María es la entrega, en la Cruz; es el Camino para llegar a Jesús.
-Sufrimos en Cristo, como miembros del Cuerpo Místico: la Iglesia.
-La aceptación de la Voluntad divina promueve la alegría en el dolor.
-La humildad es la consecuencia de la aceptación de la fragilidad
en el sufrimiento y el descanso en Dios.


   Cuando le inquirían a contestar sobre los momentos de miedo o desesperación que hubiera podido sufrir, él recordaba a los presentes que sólo hay un mal que temer: el pecado y les remitía a un capítulo de la vida de san Juan Crisóstomo:

   “Cuando la corte del Emperador de Oriente se reunió para discutir el castigo que debía darse a san Juan Crisóstomo por la franca denuncia dirigida a la Emperatriz, se sugirieron las siguientes posibilidades:
Encarcelarlo; “pero –decían- así tendrá la oportunidad de orar y de sufrir por el Señor, como siempre ha deseado”.
Exiliarlo; “pero, para él no hay ningún lugar donde no habite el Señor”
Condenarlo a muerte; “pero así será mártir y satisfará su aspiración a ir al Señor” “Ninguna de estas posibilidades es para él un castigo; al contrario, las acepta con gozo”
Sólo hay una cosa que él teme mucho y que odia con todo su ser: el pecado “¡pero sería imposible forzarlo a cometerlo!”


   Así nos recordaba con ello, que si tememos sólo al pecado, que es el verdadero mal, nuestra fuerza será inigualable. Por eso, en el relato de Nguyen Van Thuang, en su experiencia, hay un trasfondo divino que no podemos dejar de observar: No sólo nos manifiesta en el sufrimiento su unión con Cristo en el misterio de la Cruz; no sólo ofrece su dolor a Dios, unido al de su Hijo, como testigo de amor al Padre por todos los hombres; sino que nos muestra que Dios bendice a sus hijos con la Cruz de Cristo, porque nos ama de verdad. Y el dolor aparece como algo propio de los buenos padres que corrigen, a veces con dureza, si es necesario, para ayudar a superar las propias limitaciones y debilidades que no nos permiten crecer en la vida personal.

   Así nos lo recordaba san Josemaría en el punto 235 de Surco:

   “No te quejes, si sufres. Se pule la piedra que se estima, la que vale.
   ¿Te duele? –Déjate tallar, con agradecimiento, porque Dios te ha tomado en sus manos como un diamante…No se trabaja así un guijarro vulgar”