16 de mayo de 2015

¡Madurez en el dolor!

14. MADUREZ EN EL DOLOR


   Queda bien patente, como hemos visto en la vida de innumerables santos, que el dolor, el sufrimiento y la tribulación son también medios empleados por Dios para hacernos crecer en una nueva etapa de vida espiritual. Medios para quebrantarnos y moldearnos, mostrando al hombre arrogante y creído de sí mismo, que nada de lo que posee en esta tierra: dinero, poder, salud o belleza sirven cuando son desmenuzados como el polvo en la tierra. De esta manera, a la vez que crecemos en humildad, fortalecemos nuestro carácter porque aprendemos a descansar en Dios.

   Nos lo recuerda san Josemaría en el punto 756 de Camino:

   “Nosotros somos piedras, sillares, que se mueven, que se sientan, que tienen una libérrima voluntad.
Dios mismo es el cantero que nos quita las esquinas, arreglándonos, modificándonos, según Él desea, a golpe de martillo y cincel.
No queramos apartarnos, no queramos esquivar su voluntad, porque, de cualquier modo, no podemos evitar los golpes.
-Sufrimos más e inútilmente; y, en lugar de la piedra pulida y dispuesta para edificar, seremos un montón informe de grava que pisarán las gentes con desprecio-“


   En la historia de la pedagogía divina: en la Biblia, el Magisterio y la Tradición, se nos muestra, a través de distintos personajes y diferentes circunstancias como son templados  -de la misma forma que el acero fuerte que es limpiado de impurezas por el fuego para ser usado, posteriormente, como viga potente donde  descansa el edificio-, para edificar y levantar el reino de Dios a través de su firmeza en la fe, conseguida en la tribulación que produce paciencia y esperanza cuando se vive al lado del Señor.


   Toda la Sagrada Escritura nos muestra como Dios ha elegido lo débil de este mundo para hacernos llegar la fuerza de su misericordia. Muchos son los protagonistas de la Historia de la Salvación que,  partiendo de su propia debilidad personal, de su propia fragilidad, han sido elegidos por Dios como manifestación de que con Él todo es posible.


   Moisés, por ejemplo: todas sus excusas y temores, provocadas por la realidad de sus limitaciones, desaparecieron ante la presencia de Dios; y así pudo afirmar: “Mi fuerza y mi poder es el Señor, Él es mi salvación”. Así aparecen profetas y reyes; personajes como  Abraham y Ana; Zacarías e Isabel, que manifiestan en su esterilidad el poder divino, cuando conviene a los planes de Dios.  Los Apóstoles; san Pablo, todos ellos testigos de que el Señor transforma, con su Gracia,  las debilidades y tribulaciones, en obras de salvación para el mundo. Trascendiendo el sufrimiento, para convertirlo en alegría cuando está iluminado por la fe.

Nos lo recuerda el Salmo 103 (Vg 102):

“Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su Nombre santo.
 Bendice, alma mía, al Señor, no olvides ninguno de sus beneficios.
 Él es quien perdona tus culpas, quien sana tus enfermedades.
 Quien rescata tu vida de la fosa,
quien te corona de misericordia y compasión.
 Quien sacia de bienes tu existencia: como el águila se renovará tu juventud.
 El Señor hace obras justas
y justicia a todos los oprimidos.
 El mostró sus caminos a Moisés, sus hazañas, a los hijos de Israel.
 El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en misericordia.
 No dura siempre su querella,
ni guarda rencor perpetuamente.
 No nos trata según nuestros pecados,
ni nos paga según nuestras culpas.
 Pues cuanto se elevan los cielos sobre la tierra,
así prevalece su misericordia con los que le temen
 Cuanto dista el oriente del occidente,
así aleja de nosotros nuestras iniquidades.
 Como se apiada un padre de sus hijos,
así el Señor tiene piedad de los que le temen.
 Pues Él conoce de qué estamos hechos,
 recuerda que somos polvo.
 ¡El hombre! Como el heno son sus días:
florece como flor silvestre;
 sobre él pasa el viento y no subsiste, ni se reconoce más su sitio.
 Pero la misericordia del Señor dura desde siempre
 y para siempre con los que le temen;
y su justicia, con los hijos de los hijos,
 con los que guardan su alianza
y recuerdan sus mandatos y los cumplen.    
El Señor estableció su trono en los cielos,
su reino domina todas las cosas.
  Bendecid al Señor, ángeles suyos,
fuertes guerreros, que ejecutáis sus mandatos,
prestos a obedecer a la voz de su palabra.
Bendecid al Señor, todos sus ejércitos,
ministros suyos, que ejecutáis su voluntad,
Bendecid al Señor todas sus obras,
en todos los lugares de su imperio.
¡Bendice, alma mía, al Señor!”


   Como hemos comentado anteriormente, la superación del sentido de inutilidad del sufrimiento, se convierte en fuente de gozo y elimina esa sensación, muy arraigada en las personas dolientes, que las consume interiormente y es una pesada carga para los que están a su lado.


   Por eso el sufrimiento supone para el hombre mucho más que una ocasión de simple desarrollo personal  -aunque no pocas veces también lo sea-  ya que es un misterio que al ser iluminado por la fe, nos une  a Cristo en la participación de su sufrimiento y lleva la certeza interior de que servimos, a pesar de lo poco que somos, en la obra de nuestra redención y la de nuestros hermanos.

   Nos lo recuerda San Josemaría en el punto 194 de Camino:

“Yo te voy a decir cuáles son los tesoros del hombre en la tierra para que no los desperdicies: hambre, sed, calor, frío, dolor, deshonra, pobreza, soledad, traición, calumnia, cárcel...”


   Y si podemos decir que el sufrimiento es ocasión de grandeza personal, se debe a que Jesucristo sufrió por nosotros y así transformados en Él, como cristianos, amamos la Cruz, que es voluntad del Padre, y en ella  hallamos la salvación del mundo. Por eso, entonces, no renegamos de su dolor, que contemplamos desde nuestra fragilidad, por la Gracia divina, como realidad engrandecedora  que descansa en la fe.

Nos lo recuerda San Josemaría en el punto 213 de Camino:

“Jesús sufre por cumplir la Voluntad del Padre... Y tú, que quieres también cumplir la Santísima Voluntad de Dios, siguiendo los pasos del Maestro, ¿podrás quejarte si encuentras por compañero de camino al sufrimiento?”


   Y por ello el dolor aceptado es obediencia, un no-entender que paradójicamente está lleno de sentido; porque se sabe que si Dios permite ese sufrimiento, seguro que es para bien. Reconociendo, a la vez, con humildad, a Dios como  Padre y como Amor; sometiendo nuestra inteligencia limitada a la fe que, por la acción del Espíritu, nos ilumina el sufrimiento como respuesta amorosa a un Dios que amó primero. Por eso el sufrimiento humano, que suscita compasión y respeto, debe ser permanentemente contemplado frente a una realidad con vocación sobrenatural, llamada a trascendernos.

Nos lo recuerda San Josemaría en el punto 300 de Amigos de Dios, La Humanidad Santísima de Cristo, página 415:



“Oíd de nuevo a San Pablo: justificados por la fe, mantengamos la paz con Dios, mediante Nuestro Señor Jesucristo, por quien, en virtud de la fe, tenemos cabida en esta gracia, en la que permane­cemos firmes y nos gloriamos con la esperanza de la gloria de los hijos de Dios. Pero no nos gloriamos solamente en esto; nos gozamos también en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación ejercita la paciencia, la paciencia sirve a la prueba, y la  prueba a la esperanza; esperanza que no defrauda,   porque la caridad de Dios ha sido derramada en  nuestros corazones por medio del Espíritu Santo.”