Evangelio según San
Juan 15,26-27.16,12-15.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí.
Y ustedes también dan testimonio, porque están conmigo desde el principio.
Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora.
Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo.
El me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.
Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: 'Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes'."
«Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí.
Y ustedes también dan testimonio, porque están conmigo desde el principio.
Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora.
Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo.
El me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.
Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: 'Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes'."
COMENTARIO:
En este
Evangelio de san Juan, parece que Jesús nos plantea una regla de tres, con sus
palabras. Ya que, si el Paráclito es el que nos da la luz para comprender y ver
la realidad de Dios en su Hijo; y el Espíritu es testigo de Cristo, nosotros,
que en este mundo estamos llamados a ser sus testigos y transmitir su mensaje,
hemos de tener en nosotros al Paráclito para poder conseguirlo. Si el Maestro
anuncia que enviará el Espíritu Santo a su Iglesia, para que conozca la Verdad
y nos comunique la salvación, a través de los Sacramentos; tenemos la seguridad
–porque así nos lo ha dicho Nuestro Señor- de que estando en la Iglesia de
Cristo y participando de la vida sacramental, podremos ser sus testigos.
El Señor nos
pide la fidelidad que surge de la confianza; el testimonio de esa fe, que nunca
es ajena a la razón. De esa inquietud que busca y asume, cuando encuentra, la
voluntad divina como propia. Nos pide creer, aceptar, transmitir y ayudar,
dándonos a los demás. Porque es así como el Maestro nos solicitó que manifestáramos
al mundo su doctrina: con el olvido de nosotros mismos, en aras de la felicidad
de nuestros hermanos. Y no hay nada que los pueda hacer más felices, que
descubrir el sentido de la vida, al lado de Dios.
Jesús desvela
que la Revelación, es un proceso progresivo y pedagógico; donde el Padre ha
iluminado en distintas épocas y con diversas circunstancias, el conocimiento
que el hombre ha sido capaz de asimilar. Por eso ahora en Cristo el velo ha
sido apartado, y la Verdad ha quedado al descubierto. El propio Verbo se ha
hecho Carne, para hablar a los hombres con sus propias palabras; y que nadie
pueda decir que no cumplió, porque no entendió. Que no se comprometió, porque
los preceptos estaban difusos. Lo que ocurre es que sigue siendo un error muy común
entre el género humano –por el pecado de soberbia- pensar que todo aquello que
no abarcamos con nuestra razón, es una mentira, un invento o una contradicción.
Yo lo comparo a esa alimentación infantil y gradual, que les damos a nuestros
hijos según sus necesidades. Si de recién nacidos intentáramos darles un
filete, los ahogaríamos sin ningún género de dudas; porque todavía no han
surgido los dientes, que son necesarios para poder masticar. Pero que no
podamos darle un riquísimo solomillo, no quiere decir que el solomillo no
exista; o que engañemos a nuestro hijo, porque le damos solamente leche. Sino
que, por su bien, esperaremos un tiempo prudencial para abrir su conocimiento a
la diversidad de otros alimentos.
Pues lo mismo
ha hecho el Padre con sus hijos; dándoles la luz poco a poco, para no
deslumbrar sus ojos, acostumbrados a la oscuridad de la ignorancia y el pecado.
Y en el momento cumbre de la Redención, cuando la Verdad se ha encarnado, Dios
se ha manifestado en su esplendor trinitario. Esa Verdad divina que nos
descubre su riqueza, señalando la igualdad de la tres Personas divinas, en
aquello que es común a las tres: su esencia. Con toda una vida no alcanzaríamos
a vislumbrar ni un ápice de la majestad y la inmensidad de Dios; pero no os
quepa ninguna duda de que si Dios nos ha dado una vida, es para que lo
intentemos. Él nos está esperando.