26 de abril de 2013

¡Él nos salva!

Evangelio según San Marcos 16,15-20.


Y les dijo: «Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación.
El que crea y se bautice, se salvará; el que se niegue a creer será condenado.
Estas señales acompañarán a los que crean: en mi Nombre echarán demonios y hablarán nuevas lenguas;
tomarán con sus manos serpientes y, si beben algún veneno, no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y quedarán sanos.»
Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
Ellos, por su parte, salieron a predicar en todos los lugares. El Señor actuaba con ellos y confirmaba el mensaje con los milagros que los acompañaban.



COMENTARIO:


  En este Evangelio de san Marcos podemos observar la misión principal que el Señor impone a sus Apóstoles; misión que desde aquel momento hasta el fin de los tiempos será la misión de la Iglesia: el destino universal de todos a la salvación y la necesidad del Bautismo para acceder a ella. No debe extrañarnos que Jesús imponga esa premisa, ya que en todos los capítulos del Evangelio hemos podido observar una de las principales verdades de nuestra fe: que Cristo es el único que salva; y que Él es el camino de salvación y el Mediador por excelencia entre nosotros y el Padre.
Pues bien, si el Bautismo es el sacramento por el cual cada uno de nosotros somos injertados en Cristo, y su Gracia –su vida- corre por nuestra alma, está claro que es a través de las aguas bautismales por las que nos hacemos uno con el Señor y recibimos, por Él y con Él, la salvación.


  Si el Maestro fundó la Iglesia al enviar el Espíritu Santo en Pentecostés sobre los Apóstoles, y en ella se quedó a través de los Sacramentos para que la Redención actuara sobre aquellos que decidieran aceptarla, es evidente que corresponde a la Iglesia -guiada por la caridad y el respeto a la libertad- el empeño en anunciar a todos los hombres de la tierra la verdad definitivamente revelada por el Señor. Y eso lo logrará proclamando la necesidad de la conversión a Jesucristo y la adhesión a la Iglesia a través del Bautismo y los otros sacramentos para participar plenamente en la comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.


  Cierto es que como decía san Pablo, Dios quiere que todos los hombres se salven y por eso las palabras de Jesús en este evangelio de san Marcos nos urgen a todos los cristianos –que somos Iglesia- a anunciar a todos la Buena Nueva. Cada uno desde su lugar de trabajo, desde la posición que ocupa, desde su familia… salvando esa vergüenza absurda que a veces nos invade cuando se requiere que demos testimonio de nuestra fe. Y sin ceder a la presión mediática que nos exige vivir esa fe en la intimidad del hogar; porque nuestra fe forma parte de nuestro existir, y nosotros somos cristianos en todos los lugares y las circunstancias de nuestra vida.


  Hay que tener en cuenta que estas palabras evangélicas no están reñidas con la salvación de todos aquellos que, por ignorancia no culpable y desconocimiento sin responsabilidad, no pertenecen a la Iglesia pero comparten una vida plagada de justicia y amor a sus hermanos. Porque esa salvación sacramental, que transmite la Iglesia por los méritos de Cristo, es extensiva a los que, de haberla conocido en su realidad, formarían parte de ella.


  Finalmente, estos dos últimos versículos relatan quién es Jesús en el presente de la historia: el que ha sido exaltado a la derecha del Padre y que actúa en sus discípulos y a través de ellos, confirmando su palabra.
Jesucristo subió al Cielo en Cuerpo y alma; en su humanidad –donde estamos todos representados- ha tomado eterna posesión de la gloria. Y con su “entrada” en los Cielos, en su nuevo modo de existencia gloriosa, de alguna manera ya estamos nosotros también participando de esta gloria: sólo hace falta que, libremente, la aceptemos y actuemos conforme a esta decisión. Por eso el Catecismo de la Iglesia Católica lo resume de esta manera:
“Jesucristo, Cabeza de la Iglesia, nos precede en el Reino glorioso del Padre para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos en la esperanza de estar un día con Él eternamente” (n.666)